Estos días hemos vuelto a tener un ejemplo más de lo que da de sí el modelo autonómico surgido de la llamada transición hacia la democracia. Un ejemplo más de lo que aquello realmente supuso, transición sí, pero para dar tiempo a los valedores del franquismo, a sus líderes políticos, a su poder judicial, a sus militares, a sus cuerpos policiales a cambiar de traje y de mensaje, pero manteniendo intacta toda su estructura. Sin tocar ni cambiar nada ni a nadie, sin depuraciones de ningún tipo de responsabilidades, ni políticas ni penales, por la vulneración de derechos fundamentales realizados durante cuarenta años. La transición del olvido, de la desmemoria, del dejar todo atado y bien atado.
Y aunque es verdad que hubo cambios importantes, que ha habido incluso progresos en muchos aspectos, el déficit democrático del que partía ha sido una losa demasiado pesada, que ha marcado el devenir de la mayoría del Estado. La concepción de la democracia en la mayoría oficial del reino de España es de una calidad baja, bajísima, fundamentalmente cuando hablamos de derechos fundamentales, de derechos de los pueblos, e incluso de las personas, de ciudadanos individuales. Se ha producido, sin lugar a dudas, una involución conservadora, al igual que en la mayoría de las sociedades, pero aquí multiplicado por dos, debido al punto de donde se partía.
Y el fallo sobre el Estatut catalán es otro buen ejemplo de ello. No olvidemos que este era ya un estatut descafeinado (convenientemente «cepillado» en el trámite del Congreso de los Diputados, como muy bien dijo el señor Alfonso Guerra en su momento), que no se correspondía ya con el aprobado por una abrumadora mayoría del Parlament de Catalunya. Y aún así, más de lo mismo. Nos vuelven a dejar claro que aquí sólo existe una nación, la española, y un sólo pueblo, el español.
Al igual que sucedió con el recorrido político-jurídico que tuvo el intento de consulta del anterior lehendakari, Juan José Ibarretxe, no sólo desde las más altas instancias políticas, sino también desde las judiciales, se deja claro que hay un sólo sujeto de la soberanía popular, el pueblo español.
No caben medias tintas, nos han dejado meridianamente claro que aquello de la España Plural, del estado plurinacional, del encuentro de pueblos y nacionalidades, es, era, un camelo. No cabe en su Constitución, no entra dentro de su pensamiento político. No quieren saber nada de pueblos soberanos, aunque sea para decidir unirse libremente al resto. Juntos, sí, pero no por decisión popular y propia, sino por mandato político y constitucional de una de las partes. Ese es el pensamiento único en el reino, el del ultranacionalismo panespañol. Nadie se sale del guión, ¿federalismo, confederalismo, unión libre de pueblos?… estos conceptos no caben ni siquiera en su literatura. De mantenerse en esas posiciones, pocas, muy pocas salidas dejan a los pueblos que hoy forman parte del estado español.
Es hora de tejer alianzas también en este aspecto. A la izquierda política, social y sindical de este pequeño país, Euskal Herria, nos va a tocar también liderar esta lucha. Porque no estamos hablando de que no nos dejen decidir, sino que nos niegan incluso el derecho a ser y a existir como pueblo diferenciado (ni mejor ni peor que el resto, pero pueblo al fín y al cabo).
Es hora también de volver a tejer complicidades, confianzas, con otros pueblos del estado en la misma situación. Ahora nos surge una buena oportunidad con Catalunya. Hablemos y actuemos desde el respeto a cada identidad, a cada situación, como una sola voz. Somos un pueblo, somos una nación, tenemos derecho a ser, a existir, y, por tanto, a decidir por nosotros mismos.
Viendo los acontecimientos surgidos esta semana pasada, no puedo más que acordarme de esa vieja reivindicación de toda la izquierda, no sólo la abertzale. La necesaria unión de la lucha por la liberación nacional y social de este pueblo. Y ahora, es uno de esos momentos en los que se ve mejor que nunca. Acabamos de tener una huelga general, fruto del enésimo intento de recortes laborales y sociales, demandando una salida a la crisis generada por los de siempre desde la apuesta clara por otro modelo económico y social, reivindicando también en este aspecto el derecho a elegir nuestro modelo de sociedad, y el marco vasco de relaciones laborales.
Unos podremos poner más el acento en la necesidad de cambio de modelo económico y social, en la justicia social, otros en la reivindicación nacional, pero sí de verdad pensamos en clave global, si de verdad somos izquierda soberanista (ambas cosas, izquierda y soberanista) no tenemos ninguna excusa para no seguir tejiendo alianzas, confianzas y complicidades en la búsqueda de la construcción de ese gran bloque de izquierda soberanista y alternativa que este país necesita. No tiene sentido que nos dividamos en base al modelo de estado, cuando todavía no hemos conquistado el derecho a poder elegirlo.
Porque aquí todavía es posible el cambio, porque aquí todavía estamos en condiciones de poder empezar a disputar la hegemonía a las fuerzas conservadoras. Pero no nos podemos dormir, la ola conservadora también invade a nuestro pueblo, y las condiciones objetivas serán cada día más difíciles. Hagámoslo bien, como se suele decir sin prisas pero también sin pausas. Respetando los ritmos de cada cual, estableciendo diferentes niveles de convergencia, teniendo siempre la mano tendida y la puerta abierta a unos y a otros. Todos somos necesarios. Por el derecho a decidir, por el cambio de modelo económico y social. Porque otra Euskal Herria es necesaria, y porque tenemos, entre todos, además, que hacer que sea posible, nos vemos este sábado en Donostia.