De un tiempo a esta parte surgen opiniones y propuestas en torno a la creación y a los procesos creativos. Ya era hora, pensará alguien, y con razón. La gente que se dedica a la creación artística es un elemento básico en la cultura; sin su trabajo no habría nada: ni literatura, ni teatro, ni cine, ni arte, ni música.
Dentro del ecosistema cultural, sin embargo, las personas creativas y artistas sufren una escandalosa precariedad en el desarrollo de su trabajo. No hablaremos ahora de la falta de espacios y las condiciones de estos a la hora de desarrollar y exponer su trabajo creativo. No hablaremos de la atención de los medios de comunicación a la cultura en general, y a las personas creadoras en particular. Tampoco sobre quienes están condenadas a la inexistencia en programaciones culturales y espacios públicos.
Del mismo modo, no mencionaremos las dificultades, burocráticas y económicas, a la hora de poner en marcha un proyecto creativo. Todos esos condicionantes, por supuesto, influyen en los procesos creativos y las producciones artísticas. Los condicionan de tal manera que, en más ocasiones de las que se cree, no se realizan los trabajos que se desean sino los que pide el mercado, cuestionando así la libertad de creación, convirtiendo a las propuestas creativas en meras mercancías; condicionando una oferta cultural libre, plural y crítica; enviando al rincón una cultura con espíritu crítico, progresista e innovadora, tan necesaria en el desarrollo intelectual, social y cultural de un país.
Todo esto lleva tiempo debatiéndose como si se tratara de un perverso bucle. Pero hay otro tema básico en el desarrollo de unas políticas culturales justas. La precariedad que sufren artistas y creadores en el desempeño de su trabajo, en un problema serio dentro de la cultura; más si cabe en las últimas décadas, en las que se ha acrecentado la profesionalización entre artistas y creadoras De Euskal Herria. El trabajo artístico se caracteriza por una fuerte inestabilidad, intermitencia y heterogeneidad si lo comparamos con otros sectores.
Por desgracia, pocas veces se menciona la identidad trabajadora del sector artístico; considerando su actividad, al desarrollarla por gusto, como un “no-trabajo” al uso; sin mencionar las numerosas horas de trabajo que quedan ocultas (ensayos, documentación, preparación…) y mostrando una imagen mediatizada. El mismo sueldo de estos trabajadores es “indefinible”, no coincidiendo con el concepto de retribuciones por trabajo que están estandarizadas en la sociedad, identificando dichas retribuciones únicamente con el tiempo en que dura, por ejemplo, una representación artística. Un lector no suele saber lo que cobra el autor por ese libro que le ha encandilado, ni cuánto tiempo y esfuerzo ha llevado escribirlo. Pero como el libro lo ha pagado bien, pensará que nada en oro. Esa actriz que recibe un reconocido premio, con la que se ha deleitado con su interpretación en un filme o en el teatro, llevará, sin duda, una vida de ensueño. La imagen que se proyecta de artistas y creadores no se asemeja a la de una trabajadora normal y corriente, sino a la de gente privilegiada; o en el mejor de los casos, a “otra cosa”. Pero la realidad nos muestra otra cara.
Según datos del Reino de España, eran 197.187 las y los artistas afiliados al régimen de la Seguridad Social en 2018. De estos, 70.445 tuvieron una actividad de al menos 20 días en el año; de los cuales solo el 20% (14.089) recibieron una remuneración superior a tres veces el Salario Mínimo Interprofesional. Según la misma fuente, el periodo de inactividad de este colectivo es de ocho meses al año. Se puede comprobar así, que la precariedad laboral en el colectivo es una constante. Por su parte, la sociedad de gestión de artistas e intérpretes de España, publicó en 2016 un estudio sobre la situación laboral de sus asociados donde se señalaba que en España solo un 8% de los actores puede vivir de su trabajo, ganando más de 12.000€ al año. El estudio señala también que entre los actores y bailarines que trabajan (43%), más de la mitad no llega a 3.000€ al año. Es de señalar que también en este sector, las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo, y tienen más dificultades para encontrar empleo.
En esta lamentable situación laboral se encontrarían artistas y creadores del sur de Euskal Herria. Aunque en ningún estudio se señale, podemos colegir que la situación se agrava en el caso de quienes realizan su trabajo en euskera. Otra característica de las y los artistas y creadores vascos es que realizan su labor dependiendo de la legalidad de dos estados, Francia y España; lo que descubre un desequilibrio a la hora de trabajar. Mientras que en Francia la protección profesional viene dada por un estatuto de la intermitencia, que facilita su vida laboral; en España se acaba de aprobar un Real Decreto-ley en el que se aprueban medidas de urgencia sobre la creación artística, que, aunque plantee mejoras para artistas y creadores, no soluciona el problema de base. En cualquiera de los casos, no se toma en cuenta, por ejemplo, las condiciones propias de Euskal Herria, sobre todo en lo concerniente al euskera. Es por ello que se hace indispensable un Estatuto del Artista propio, en el que se tomen en cuenta e igualen las condiciones laborales independientemente del territorio vasco en el que lleven a cabo su trabajo. Un Estatuto que tenga en cuenta la creación en euskara y la perspectiva de género.
La cultura debería ser uno de los pilares de desarrollo de la sociedad vasca, y desde ese punto de vista habría que abordar la cuestión. Acabar con la precariedad laboral de sus principales actores ayudaría a impulsar una cultura libre, con sentido crítico, no consumista y con vistas a desarrollar una sociedad basada en valores de igualdad, equidad social y no mercantilista.
Joxemari Carrere – Alternatiba
Publicado en GARA