La crisis económica que viene aparejada con la crisis sanitaria del COVID19 supone un antes y un después en el panorama no sólo vasco, sino internacional. Es un mundo globalizado, atado bajo la creencia, el pensamiento y la ideología de una interconexión entre estados considerados individuos dependientes entre ellos en un sentido material, de producción. Creemos necesitar estados que interactúen entre ellos como meros agentes económicos liberales, facilitando la intromisión de las empresas multinacionales para, según la patronal, garantizar nuestra subsistencia, como si fuesen los empresarios quienes generan empleo o riqueza y no la clase trabajadora. Pero esa interconexión productiva no es tal, es ficticia, forma parte de la lógica del Poder hacernos creer que el orden mundial y patriarcal no es mutable en su esencia, sino que va absorbiendo nuestras reivindicaciones y las adapta como parte del sistema.
La verdadera dependencia o, podríamos concretar, codependencia, es aquella que tenemos con la naturaleza y aquella que tenemos como colectividad, en términos de fragilidad. Al fin y al cabo, aun reconociéndonos como seres autónomos, nos necesitamos, necesitamos el cuidado de otras personas, estamos conectadas con ellas y con la naturaleza. Es por ello que esta crisis sanitaria nos ha golpeado tan fuerte. En este oasis vasco nuestro, bajo las siglas del PNV (las siglas de EAJ únicamente son una fachada, al igual que la importancia que le dan al euskera) y la idea banal de gestión eficaz se escondían trabajadores y trabajadoras precarizadas, algunos sepultados bajo los escombros (no nos olvidamos de que Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze siguen desaparecidos), un maltrato a la tierra apostando por modelos industriales insostenibles, abogando por el fracking y obras faraónicas y por la privatización de todas las actividades y centros culturales y deportivos, con la consecuente precarización de sus trabajadoras y falta de espíritu democrático en su administración, el desmantelamiento de la red pública de residencias en las tres provincias de la CAV y la reducción de la inversión, año tras año, en sanidad. ¿Qué ha ocurrido con el cuidado de personas mayores en las residencias? ¿Creíamos tener la mejor sanidad posible y ante una pandemia se ha colapsado? Si en palabras del Lehendakari Urkullu la economía vasca no podía permitirse un parón de todas las actividades no esenciales durante dos semanas, quizás cabría pensar que no era un sistema económico en tan buenas condiciones, ¿no? Sin duda, estas siglas, este lehendakari, nos trae a la mente la canción de una grande, La Jurado que ya con la canción de ese hombre reconocía que ese hombre que tú ves ahí, que parece tan seguro de pisar bien por el mundo sólo sabe hacer sufrir.
Según datos publicados por la revista británica The Lancet, corroborado y citado por el Institut Universitari d’Investigació en Ciències de la Salut de les Illes Balears (IUNICS) y el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, cada 1% de aumento del desempleo se asocia a un 0,79% de aumento en la tasa de suicidios en menores de 65 años en Europa. Es decir, existe una clara correlación entre la precariedad y el malestar psíquico. Este sistema maltrecho pero con buen maquillaje, diseñado por el neoliberalismo y el patriarcado causan mayores estragos en las mujeres y en los grupos minorizados. La misma OMS ya reconoció en uno de sus informes en 2001 que los numerosos papeles que las mujeres desempeñan en la sociedad las exponen a un mayor riesgo de padecer trastornos mentales y del comportamiento que otros miembros de la comunidad.
Las mujeres siguen soportando la carga de responsabilidad ligada a su condición de esposas, madres, educadoras y cuidadoras de otras personas, al tiempo que se están convirtiendo en una parte fundamental de la fuerza de trabajo; constituyen ya la principal fuente de ingresos para una proporción de hogares comprendida entre la cuarta y la tercera parte. Además, habríamos de tener en cuenta que si la mayoría de los cuidados se producen de forma gratuita por las mujeres o bajo condiciones de explotación, suponen, al final, un detrimento también para las propias personas que necesitan de esa atención, pues realmente no pueden acceder a un trato como el que debieran ya sea porque las mujeres acuden a sus centros de trabajo remunerado y luego tienen que atender esos cuidados, o bien porque en las residencias y en el sistema sanitario existe un bajo número de profesionales en relación con todos los pacientes y usuarios.
Jule Goikoetxea y Zuriñe Rodríguez, militantes feministas, publicaban en prensa hace poco una apuesta por crear una red pública de cuidados, donde éste fuese obligatorio y rotatorio para toda la sociedad, y donde fuese un derecho, no únicamente al estilo liberal-formal sino también una capacidad política: pública, colectiva y comunitaria. Nosotras nos unimos también a su propuesta. Queremos una redistribución de la responsabilidad de cuidar para que no recaiga sobre las mismas, pero también exigimos una redistribución de la riqueza para que nadie tenga que verse en la obligación de acceder a condiciones de explotación para subsistir, o que tengan que vivir en condiciones de miseria. Reclamamos la gratuidad de los servicios esenciales y una renta mínima para toda persona que lo necesite.
Por eso. no queremos volver a la normalidad, a esa norma de calamidades para la clase trabajadora o a ese orden patriarcal y racista que nos estigmatiza, nos psiquiatriza y nos condena en lo formal y en lo material, convirtiendo nuestras libertades en papel mojado. ¡No queremos más papeles mojados ni palabras vacías, queremos contenidos y derechos! ¡Queremos una república vasca feminista y socialista!