Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Cinco años antes, en 1970, Rafael Alberti adelantó su epitafio a modo de poema, Los seis clavos , teniendo presente en su pensamiento a las madres de los seis condenados a muerte en el “Proceso de Burgos” y, sobre todo, la figura del odiado dictador.
Todavía me impresiona su lectura:
“Si los condenas a muerte
si los matas,
ellos serán los seis clavos
de tu caja,
los seis clavos de tu vida,
los últimos, si los matas.
Ellos serán los seis clavos,
los últimos, de esa España
que solo sabe de muerte,
triste España
que solo existe en el mundo
cuando de la muerte habla,
cuando solo
por ti la mano levanta
para matar, pues la muerte
es la vida de esa España.
Pero los mates o no,
tu muerte está ya cercana.
Ya estás muerto, muerto, muerto,
ya en la tapa
de tu ataúd hay seis clavos
que la clavan,
que para siempre la clavan.”
Y sobre todo me retrotrae a una época donde, además de joven (30 años recién cumplidos) y decidido a jugármela en aras de mis ideales, estaba convencido de que venceríamos, si bien era imposible saber cuándo y cómo. Empezábamos a sacudirnos el síndrome de una derrota histórica, del silencio impuesto, el miedo cerval a una represión que atenazaba los corazones. Éramos el fruto del despertar del movimiento obrero personificado en las Comisiones Obreras ya implantadas en las fábricas de Euskal Herria; éramos el brote verde de un árbol milenario que todavía se mantenía en pie en Gernika, y que se expresaba a modo de un nuevo patriotismo; éramos el verbo renacido de un idioma vilipendiado y silenciado a base de multas y de espetarle: ¡Hable usted en cristiano! Éramos el fruto de una época donde el internacionalismo se manifestaba en numerosos pueblos del mundo en lucha contra el imperialismo y la burocracia. Éramos fruto de un tiempo donde el grito de ¡patria o muerte! de la Revolución cubana nos llevaba a empuñar las armas, y a crear una organización capaz de llevar adelante una estrategia revolucionaria de liberación nacional y social.
En ese contexto, el juicio de Burgos supuso un acontecimiento telúrico, que conmocionó a la sociedad vasca, a todo el estado español y a sectores importantes de Europa. La Europa supuestamente democrática avergonzada de no haber prestado su ayuda a la República, mientras esta sufría el ataque combinado de la reacción interna y el fascismo y el nazismo Ítalo-alemán; y que ahora podía evitar cuando menos el asesinato de unos jóvenes revolucionarios vascos (herederos de la masacrada Gernika).
Era una época también de controversias en materia estratégica, ideológica y de proyecto, que producía escisiones y luchas intestinas un tanto cainitas. Nada es del todo blanco o negro, abundan los grises, las luces y las sobras. Pero hace falta madurez para entender ese calidoscopio. Y todavía no la teníamos.
Unos meses antes, durante la VI asamblea, habíamos sufrido una dolorosa escisión. Por un lado, un sector minoritario, el más nacionalista y militarista, capitaneado por JJ Etxabe y Eustaquio Mendizabal que nos acusaban de liquidacionismo españolista. Unos meses antes nos habían llamado “So españolazos” por haber anunciado que entregaríamos el importe de una requisa a los familiares de los obreros de la construcción asesinados en Granada en el curso de una Huelga. Aspecto este que creo nunca cumplimos por diversos avatares. El caso es que nos acusaron de robar el dinero de la resistencia vasca a favor de una causa española. Otro sector, también minoritario, capitaneado por Eskubi, máximo y carismático dirigente de la organización en el periodo anterior, nos acusaba desde el otro extremo, de estar influenciados por el nacionalismo pequeño burgués y el aventurerismo armado.
Desde nuestra inexperiencia (nada especial por otra parte, ya que era una característica de los frecuentes relevos que se daban a nivel de dirección), intentábamos mantenernos en el justo medio, ateniéndonos a la experiencia que, a nuestro modo de ver, desembocó en la caída de Artekale[1] que desarticulo a la dirección de la organización (salvo Eskubi), tras la ejecución del torturador Manzanas.
Imaginaros a un grupo de militantes de base de la organización convocados a una reunión (que pensábamos era importante) montada por el único liberado que recorría el interior; y que, en el curso de la misma, se enteran que era una reunión constituyente del Biltzar Ttipia provisional de la organización. Es decir, que la dirección que creíamos firme y asentada había sido desmantelada y era necesario recomponerla allí mismo. ¿Con quién? Con los allí presentes: un par de estudiantes, unos cuantos currelas, algunos ya fichados por la policía, y que tendrían que pasar a la clandestinidad en frío. De allí salí escopetado a la más absoluta clandestinidad.
Esa dirección hizo un balance (y animó a discutirlo) donde cuestionó la teoría “de la espiral ascendente” según la cual, una acción armada acarrearía una dura represión que posibilitaría, a su vez, una nueva acción más contundente, así hasta llegar al máximo. Pero tal espiral había sido cortada en seco en Artekale. Esa dirección teorizó entonces, “la necesidad de articular un frente nacional amplio entre todos los abertzales, dirigida por ETA, reconstituida como organización proletaria marxista”. Teoría que ni supo ni pudo llevar a la práctica, pero que generó no pocas críticas, sobre todo en relación al último aspecto.
Pero no todo era teoría especulativa, esa dirección se dio cuenta de que ETA había conseguido convertirse en un referente de primera línea, que había puesto Euskadi en el mapa (que diríamos ahora) e incluso que algunos se referirían a Euskadi como la Cuba de Europa. Y, sobre todo, que percibía un cambio de época en lo referente a la actitud de las masas populares que ya se atrevían a salir a la calle. Ya no era cierto aquello de que “nos aplaudían, pero no nos seguían” (según la expresión de Makaguen, el único que logró escapar del cerco de Artekale[2]). Esto es, decir que nos seguían era quizás demasiado, pero era evidente que salían a defendernos de la pena de muerte.
Y en este contexto también hubo diferentes reacciones, entre los recientemente divididos, y que ya dejaban entrever diferencias estratégicas. Mientras nosotros (ya para entonces conocidos como ETA VI Asamblea) optábamos por poner toda la carne en el asador de la movilización nacional e internacional (si bien trabajamos paralelamente la opción de una posible fuga del penal de Burgos), el sector conocido como V Asamblea, optó por el secuestro del Cónsul de Alemania en Donostia, lo cual les dio bastante notoriedad, sobre todo porque tuvieron como voceros a abertzales históricos como Telesforo Monzón. Evidentemente, el secuestro, tenía que ver también además con una forma particular de actuar, una opción más acorde con sus posibilidades organizativas. Eran pocos, pero disponían de un comando operativo. Esta tesitura estuvo muy presente en la historia de ETA y explica muchas de sus acciones.
Y en este contexto, también, de ser básicamente independentistas, empezamos a pensar, dada la solidaridad y la buena acogida que habíamos tenido las delegaciones que nos movimos por todo el estado español organizado la solidaridad, que igual era posible algún tipo de convivencia entre los distintos pueblos basándose en el ejercicio del derecho de autodeterminación y un posterior régimen federal o confederal.
Esperanza esa que, posteriormente durante el periodo de transición del régimen franquista a la Monarquía, se desvaneció por completo, visto cómo reaccionaron los partidos de ámbito estatal, incluidos los sindicatos y, en general, el grueso de la población española, frente a las exigencias de autodeterminación. Y viendo, más recientemente, qué tan triste resultado ha tenido en relación a Cataluña.
Todo ello supuso, para muchos de nosotros, que hiciéramos el recorrido inverso: una vuelta al objetivo independentista, si bien un tipo de independencia más acorde al final de siglo y la evolución del sistema capitalista definitivamente globalista, además de los fracasos de los movimiento de liberación nacional, los cuales tras lograr la independencia, volvían caer presos de un nuevo régimen colonial, y por supuesto, de la tragedia irlandesa. Un país que logra la independencia para caer en un régimen clerical autoritario, burgués y cainita con los sectores izquierdistas que no se doblegaron.
Y más adelante comprobamos que la lucha armada, una opción estratégica que terminamos por abandonar, pero que considerábamos legítima mientras durase la dictadura, tristemente evolucionó en una espiral militarista como no podías entrever en ese momento, galvanizados por un proceso donde se nos consideraba ejemplo a seguir. Actores armados, pero con unos principios éticos y morales superiores a los de los cuerpos represivos que combatíamos para, al final, ver cómo se desvanecía esa diferencia ética ante una población que se horrorizaba ante la teoría de la socialización del sufrimiento, defendido por ETA en los años 90 y que continuó hasta casi su disolución.
A Modo de posdata:
Tal como escribí en un artículo reciente (y que me ha dado pie para escribir el libro de próxima publicación: Eman zesarri zesarrena) hubo diferentes ETAs hasta que en el 82 desapareció ETA político-militar. No se trata de diferenciar entre ETAs buenas, y la ETAs malas; sino de analizar su evolución y consolidación final.
50 años después, hay que juzgar a ETA (y sus sucesivas escisiones) según el contexto y su accionar; lo que fue en sus inicios y en lo que se convirtió posteriormente. Me parece pertinente afirmar que el partido bolchevique, dirigido por Lenin y Trotsky no era el mismo que el de la era Stalin; y no digamos el de la era Gorbachov. Otro tanto respecto al FSLN guerrillero y de los primeros años del gobierno revolucionario nicaragüense, y el actual dirigido por el matrimonio Ortega-Murillo. Lo que quiero decir es que las organizaciones evolucionan, mutan y, a veces, se metamorfosean. Y me parece pertinente aplicar también tal conclusión al caso de ETA. Y a nosotros mismos.
[1] Una parte cayó en Mogrobejo, Santander y la otra en Artekale, Bilbao.
[2] Mario Onaindia, Txutxo Abrisketa, Víctor Arana y Miguel Echevarría, regresaban a Bilbao para instalarse en un piso de la calle Artekale. Allí les esperaba la Policía. Onaindia, Abrisketa y Arana fueron apresados, pero Etxeberría (Makaguen) huyó, alcanzado por dos disparos. Paró un taxi pero el taxista (Monasterio) advirtió que estaba herido y rechazó continuar. Echevarría le amenazó con un arma para que le llevase o le dejase el taxi, pero Monasterio se resistió y recibió varios tiros. Etxeberria se dio a la fuga.
Joxe Iriarte ‘Bikila’ – Alternatiba