La principal diferencia entre los viejos fascistas de entreguerras y los nuevos fascistas del siglo XXI quizás sea que éstos van con traje y corbata, vestidos de demócratas respetables y reivindicando una “libertad de expresión” que les permite disfrazar de legitimidad su discurso de odio. Ese disfraz les hace realmente peligrosos y si hace unos pocos años los veíamos como algo lejano, ahora suponen una amenaza real porque ya han entrado en Euskal Herria por el norte con Rassemblement National y por el sur con VOX, sin descartar que en cualquier momento pueda asomar desde el interior alguna marca identitaria vasca.
Hacerles frente y frenar su crecimiento supone ahora una prioridad para evitar que se hagan fuertes en Euskal Herria y para ayudar a nuestras hermanas y hermanos de Francia y España (y que nos ayuden) a pararles. No queremos fascismo ni aquí ni en ningún sitio.
Los nuevos fascistas del siglo XXI consiguen el voto sobre todo entre las clases medias y para ello usan el populismo, las fake news y crean chivos expiatorios. Pero también tenemos que tener en cuenta que el voto a la extrema derecha es bastante menor en los lugares con numerosos movimientos asociativos frente a aquellos donde no los hay. Es por ello por lo que cabe pensar que impulsar la creación de movimientos sociales donde no existan, reforzarlos donde sí tengan presencia y destapar a los fascistas y a sus mentiras, puede dar buenos resultados. Campañas bien organizadas, sencillas, capaces de llegar a un gran número de personas, que atiendan a la realidad de cada localidad, barrio o municipio y que desenmascaren a los fascistas y los muestren tal y como son, pueden resultar muy eficaces a la hora de reducir el número de apoyos (electorales e incluso de militantes) de la extrema derecha.
Dijo Angela Davis que en un mundo racista no basta con no serlo, hay que ser antirracista. Con el fascismo ocurre lo mismo. No posicionarse clara y meridianamente contra el fascismo, hacer la vista gorda ante discursos torpes, fingir que no existen, dejarles que se manifiesten porque son pocos, no hacer caso de sus discursos de odio, etc., supone dejarles espacio, tolerar su existencia, no dejar claro que se está en contra del fascismo porque se le permite su manifestación y discurso.
En este sentido no hay que caer en la trampa de quedarse en silencio y no explicar quiénes son en realidad para no darles publicidad, porque la publicidad ya la tienen sin necesidad de que se la demos desde nuestro lado. Si Rassemblement National y VOX aparecieran en los medios como lo que son, como los nuevos fascistas del siglo XXI, cabría pensar que hablar de ellos sería darles publicidad, pero la realidad es que los medios de “desinformación” (sobre todo algunos medios españoles) se han ocupado y se ocupan mucho de lavarles la cara y presentarlos al público como una opción política legítima y respetable, suponiendo una buena dosis de publicidad hagamos lo que hagamos.
Por otro lado, intentar discutir argumentos con los fascistas y debatir con ellos puede resultar también contraproducente, porque de esta forma se admite al fascismo como rival político, como un adversario que piensa de forma diferente a nosotras pero cuyas opiniones podrían ser legítimas. Quizás la mejor manera de contrarrestar los discursos del fascismo sea mostrando su carácter fascista y oponiéndonos a discutir con ellos sobre argumentos con esa lógica fascista.
En todo caso, lo que queda claro es que no hay que ceder espacio al fascismo, ni un centímetro, y para ello hay que informar de quiénes son a aquellas entidades o empresas que les cedan ese espacio; mostrar nuestro rechazo, denunciarlo públicamente, manifestarnos y, cuando hayamos agotado todas las vías de persuasión, concentrarnos o contramanifestarnos frente al fascismo; atendiendo siempre, claro está, al momento y el lugar donde los fascistas vayan a llevar a cabo sus actos y oponiéndonos de forma coordinada desde todos los movimientos sociales, sindicales y políticos y desde la unidad de acción. De ese modo será tremendamente difícil que los medios de comunicación afines, cercanos o que miran para otro lado, se posicionen a su lado.
La oposición desde todos los ámbitos, la unidad frente al fascismo, la implicación y coordinación en torno a un objetivo común, las campañas conjuntas y las grandes movilizaciones, tienen la capacidad de frenar al fascismo e incluso revertir su crecimiento. Ejemplos hay muchos, pero el que nos resulta más cercano y que más conocemos, quizás sea el de “Gora Gasteiz”, que aunque no fue un movimiento unitario contra el fascismo, sí fue un movimiento unitario contra el racismo de Javier Maroto, y podemos recordar el buen resultado de esta campaña.
Haciendo uso de la experiencia quizá fuera posible crear una red semejante a “Gora Gasteiz”, que no sea sólo antirracista sino también antifascista y que no tenga una fecha de caducidad programada, sino que se prolongue en el tiempo indefinidamente mientras el fascismo continúe siendo una amenaza; capaz de unir, tal y como ocurrió en 2015, a movimientos sociales diversos, asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos políticos, ONGs, etc. en la lucha contra el fascismo.
Dijo José Díaz Ramos que “la frase ‘no pasarán’ sólo tiene sentido cuando se toman todas las medidas necesarias para luchar contra el fascismo”, y dijo Lluis Companys: “Volveremos a sufrir, volveremos a luchar y volveremos a ganar”. Pues bien, queda todo dicho.