Escribo estas palabras en primera persona, sabiendo que somos la prueba malviviente y malmuriente de este sistema; como alguien que tiene sufrimientos psíquicos, cuyas experiencias vitales, que no cuestiones biológicas, han llevado hacia un diagnóstico psiquiátrico y a padecerlo en mis propias carnes. Y es desde donde redacto este intento de explicar el porqué de la lucha contra el sistema de Salud Mental, el Psistema. Es una revolución, una batalla contra la institucionalización, contra la vigilancia, contra todas las opresiones que se encarnan en una persona, ¿o en muchas?, y le llevan hacia el sufrimiento que más tarde es patologizado por la Psiquiatría. ¿No es, acaso, un sufrimiento la precariedad de la clase obrera? ¿No lo son las violencias que padecen las mujeres? ¿Y los grupos minorizados?
Según Foucault, loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros; llega a suceder que su palabra es considerada nula y sin valor, que no contiene ni verdad ni importancia, que no puede testimoniar ante la justicia, no puede autentificar una partida o un contrato, o ni siquiera, en el sacrificio de la misa, permite la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo. La locura da miedo. Es algo que, a los movimientos de izquierdas, como al resto de la sociedad, les asusta, no vaya el trastornado o trastornada a aparecer en nuestra esfera e infligirnos algún daño. Sin embargo, la violencia en personas que han sido diagnosticadas es infinitamente más baja que en personas sanas. No toman en cuenta nuestras reivindicaciones porque, realmente, estamos enfermos y, al final, sí o sí necesitamos un tratamiento de la Institución. No se dan cuenta, por el contrario, de que nosotras atacamos la raíz del sistema.
Decía Chomsky que la autoridad no solo se ejerce a través de la Institución, del Gobierno o sus mandos directos como la policía, el ejército o los aparatos del Estado. La función de estas es idear y transmitir ciertas decisiones para su aplicación en nombre de la nación para castigar a quienes no obedecen. Pero el mando también se ejerce a través de la mediación de ciertas instituciones que parecerían no tener nada en común con el poder político, que se presentan como independientes a éste, cuando en realidad no lo son.
De hecho, este asunto me trae a la mente el libro de Jeffrey Masson “Juicio a la sicoterapia”. En esta crítica también se pone en cuestión las modernas terapias feministas y humanistas, (y un largo etcétera). A pesar de concordar con muchas de las posiciones feministas a este respecto, la cuestión va mucho más allá de actitudes patriarcales. En multitud de ocasiones no reniegan, rechazan o ponen en jaque las engañosas enfermedades médicas (o incluso el mero concepto de enfermedad mental) o los aspectos de la psiquiatría tradicional. Creen, igualmente, en los engañosos test que pueden ayudar a distinguir una persona “normal” de otra “enferma”.
Ya vamos dibujando que la locura tiene la marcada subjetividad del sistema. Según la revista “Mujeres y salud”, en su artículo “Mujeres: infraestructura de la locura y del silencio” se afirma que las mujeres enferman para sobrevivir a su condición femenina que les ha sido impuesta. Esta acarrea expectativas, contradicción, la disyuntiva de vivir al margen y ser tachada de loca o amargada, o seguir el estrecho camino marcado, que conllevará sufrimiento, tristeza, depresión, ansiedades; y tendrá como consecuencia ser diagnosticada. Los especialistas llevarán a cabo tareas de recuperación para reingresar a las locas en el sistema, para hacerles creer que la salud se encuentra en el hogar, en el trabajo, atiborradas de drogas legales, a veces inmovilizadas, encierros involuntarios, prácticas abusivas o electroshock.
Hoy se siguen dando encierros involuntarios, medicación involuntaria y sin consultar con el paciente, tratos denigrantes en los centros psiquiátricos o, incluso, terapia electroconvulsiva. Hablemos de cuáles son los daños de esta terapia de los años 30. Actualmente administran relajantes musculares previamente, pero aun así existen casos de huesos rotos debido a las convulsiones, hay casos de fallecimientos en el Estado español, sin un número claro porque los psiquiatras se protegen, pero es imposible negar la evidencia de muertes a causa de los efectos que tiene, como el caso de un joven valenciano hace unos años. O el caso de Andreas Fernández, que murió atada a la camilla de un psiquiátrico en Asturias. Tenía un diagnóstico de enfermedad mental, pero a la vez meningitis. Tras 75 horas atada, murió. Y no es la única víctima de este sistema cuerdo y, por ende, misógino. En Extremadura murió una mujer a causa de Covid-19 porque cada vez que llamaba al centro de salud para informar de su estado, su médico le decía que era ansiedad y le recetaba Trankimazin.
La lucha contra el Psistema exige que todas las personas perciban unos ingresos mínimos que garanticen su vida digna, una vivienda segura y salubre, tiempo para el autocuidado y el cuidado mutuo, una red afectiva basada en el respeto y la comprensión; es decir, sin machirulos, comumachos y demás. Al final, se trata de poner la vida en el centro, pero la vida en condiciones de merecer ser vivida.
¡Pero cuán problemático es pensar que el sistema de salud mental es parte de esa solución! ¡Qué problemático es decir, “ve al psicólogo”! Como si fuera una solución. Igual sienta mejor quemar el centro de trabajo que 50 minutos de cháchara o ejercicios cognitivo-conductuales. Igual sienta mejor hacer una hoguera con todas las pastillas que nos prescriben a tomarlas y que te anulen. Si el problema es colectivo, la solución debe venir de la comunidad, y todo gesto de individualizar el proceso, el sufrimiento o de culpabilizar, es neoliberalismo puro. Igual sienta mejor sindicarse que una terapia. No quiero decir con esto que sean incompatibles, ni siquiera demonizarlo, pero sí, desde luego, recalcar que no es la solución, sino en muchos casos una pata más del sistema. Quizás es más saludable aceptar la rabia contra quien oprime y actuar en consecuencia. Deleuze y Guattari en “El Antiedipo” (1972) escribieron que del esquizo al revolucionario tan solo hay la diferencia, entre el que huye y el saber hacer huir lo que huye, reventando un tubo inmundo, haciendo pasar un diluvio, liberando un flujo, recortando una esquizia. El esquizo no es revolucionario, pero el proceso esquizofrénico (del que el esquizo no es más que la interrupción, o la continuación en el vacío) es el potencial de la revolución.
Escribo esto con 24 años y 4 de ellos psiquiatrizado por este sistema cuerdo. Tomando cada día 6 miligramos de Orfidal, 225 miligramos de antidepresivo, 2 miligramos de antiepiléptico (supuesto estabilizador del ánimo, no tengo epilepsia) y 5 miligramos de Olanzapina (antipsicótico). Esto es enfermar un cuerpo joven, no se puede disfrazar de otra cosa. Tanto es adolecerlo que hace poco tuve un episodio que llaman hipomaníaco y tuve que acudir a urgencias en el Hospital de Donostia. Allí, ¡el propio psiquiatra me dijo que lo más probable es que fuese un efecto secundario de tomar tanto antidepresivo! ¿Nuestras vidas no importan? Pueden resultar incómodas estas palabras, pero si no escuece es que no estamos removiendo nada.
REIVINDICACIONES:
1. Aprobación de una Ley de Salud Mental que garantice el cumplimiento de los derechos de las personas con sufrimientos psíquicos.
2. Cumplimiento de los DDHH, los Derechos fundamentales de la UE y los derechos constitucionales del Estado que se vulneran en la práctica psiquiátrica: los ingresos involuntarios, las contenciones mecánicas, la medicación forzosa, los aislamientos y la sobre medicación.
3. El fin de un modelo biologicista que presupone daños orgánicos (físicos) sin pruebas científicas, que beneficia sobre todo a la industria farmacéutica y que condena a las personas a la cronificación, además de provocarles efectos secundarios, en muchas ocasiones graves.
4. La salud mental como prioridad política. Las consecuencias de las condiciones materiales y estructurales, producto de un sistema capitalista, patriarcal y racista, se patologizan. Como ejemplo, acabar con la medicación del estrés laboral y abordar la precarización que lo provoca. Las crisis de salud mental no deben gestionarse como trastornos individuales, sino cómo crisis de los obstáculos sociales que impiden el ejercicio de los derechos individuales. Las políticas de salud mental deberán abordar los desequilibrios de poder en lugar de los desequilibrios químicos.
5. Recuperación de la legitimidad de la que son privadas las personas psiquiatrizadas: derecho a decidir el propio tratamiento, aceptar o rechazar la medicación, el ingreso involuntario o incluso el ser tutelado. Justicia y reparación por el trato recibido por el sistema psiquiátrico.
Xabi Elbira – Alternatiba