La pandemia quizá nos acostumbró demasiado a ver plazas vacías. Y tal vez por ello es más necesario que nunca recordar que, en días como hoy, el Primero de Mayo, debemos de volver a abrir las grandes alamedas para llenarlas de mujeres y hombres libres reclamando dignidad. Trabajos dignos para vidas dignas; pensiones dignas para vidas dignas; y cuidados dignos para vidas dignas.
Porque las calles vacías y silenciosas se asemejan demasiado a ese claroscuro en el que surgen los monstruos mientras el viejo mundo se muere y el nuevo no termina de nacer. Cuando la izquierda no llena esos vacíos, el fantasma del fascismo toma cuerpo y los acecha.
Por eso hoy llamamos a encender la luz de la resistencia, y a no conceder ninguna derrota por abandonar la lucha. Porque la dignidad se conquista día a día, prendiendo mares de fueguitos que ardan con tantas ganas que no se puedan mirarlos sin parpadear. Y parpadear es moverse, algo fundamental para sentir las cadenas. A tomar la calle.