Abordar el aniversario de la lucha por las pensiones en un lugar que no fuera la plaza del ayuntamiento de Bilbao podría parecer arriesgado por el simbolismo que ha alcanzado estos años. Sin embargo, esta ha sido una lucha descentralizada que, lunes tras lunes, llena no solo las capitales sino también las de numerosas localidades. De hecho, a la mujer que ocupa la portada de este Alterkaria le molesta que no se reconozca que el movimiento de pensionistas se ha articulado pueblo a pueblo. Por eso nos hemos citado en el suyo, Eibar, en “otra” plaza del ayuntamiento, célebre en su caso por recoger aquella temprana proclamación de la II República en 1931. De camino a la misma, constatamos que nuestra compañera Begoña Vesga Allende (Quintanilla San García, 1951), no puede dar más de una veintena de pasos sin que alguien la reconozca y la salude, incluso con mascarilla. Será por aquello de que hay hombres que luchan un día y son buenos, pero sobre todo porque hay mujeres que, como Bego, luchan toda la vida y son, sin duda, imprescindibles.
¿Ahora que se cumplen 4 años de la lucha por las pensiones, cómo recuerdas la eclosión del movimiento? La chispa fueron las cartas para informarnos de la subida del 0,25 que nos mandaron a las pensionistas. Fue la chispa que encendió todo. Aquella carta fue tan indignante que se salió a las plazas. Aquí en Eibar estuve desde el primer día en el que se salió. Fue la indignación generalizada la que nos sacó a la calle. Es ese tipo de cosas que no calibraron bien.
Fue el comienzo y luego, claro, todo lo que hay detrás del intento de desmantelar el sistema. El movimiento se artículo en defensa de lo público, y fue un acierto la presencia en los pueblos con la consigna “los lunes a la plaza”. A veces se acierta, porque mira que hay problemas para atinar al poner algo en marcha. Pero aquí se acertó de manera natural, y gracias al efecto multiplicador nos hemos juntado más y más gente. Se fue extendiendo el foco, que estaba muy puesto en Bilbao, pero en todos los pueblos, grandes y pequeños, se salió a las plazas. Y quizá en proporción había incluso mayor presencia aquí que en Bilbao.
Es una lucha que ha tenido foco estatal, pero Euskal Herria ha sido el epicentro, con las imágenes de Bilbao de miles de personas. ¿Por qué ha sido una lucha más intensa aquí? Probablemente porque se trata de una generación, en la que me incluyo, que ha hecho mucha lucha sindical en su vida laboral; que ha sido activa, que ha reivindicado permanentemente un convenio o unos derechos. Gente muy vinculada a la lucha sindical, en Euskadi especialmente, a una tradición histórica de lucha. Es gente que ya luchó en su fábrica y en su empresa, y la jubilación ha sido continuar con la lucha.
Si vemos a quienes han liderado el movimiento, quizá no sea precisamente gente con pensiones bajas. Porque esto no es tanto porque no te llegue a ti el dinero, sino porque te indigna ver desmantelado un sistema público por el que tanto has luchado.
También ayudó en cierta forma que pusieran el foco en Bilbao, porque había gente que iba allí para sentirse arropada de algún modo. Porque a todo el mundo le gusta participar y formar parte de algo que tiene tanta fuerza. Aunque tengo que decir que a la gente de los pueblos nos jodía un poco que el foco estuviera tanto en Bilbao pero, analizándolo, mediáticamente tuvo su fuerza.
También es cierto que en esta lucha caemos bien a casi todo el mundo, porque nadie se escandalizaba por nuestra lucha, independientemente de su ideología, nadie se sentía mal por estar en la plaza, aun quien no haya tenido costumbre de participar en luchas. Es muy transversal y plural.
Este movimiento se ha querido desligar de sindicatos y partidos, pero muchos han intentado arrogarse su titularidad. La gente que estábamos en las plazas, somos gente que tenemos mochilas de todo tipo, apolítico no hay casi nadie. Y es cierto que quien ha tenido más trayectoria militante, estaba más destacada en el movimiento, en liderazgos o portavocías. Si lo analizas, casi todos han tenido trayectorias anteriores. Y hay ciertas pugnas por el liderazgo, que egos y ombligos hay en todas partes, algo que sabemos que ha sido el mal endémico en muchos movimientos, pero que está ahí.
Es cierto que la lucha ha coincidido con el cambio de gobierno (en Madrid). Surgió con la derecha en el poder, pero luego llega el de progreso, entre comillas claro, y hay quien pensaba que contra la derecha iría bien pero que contra un gobierno de izquierdas no tenía sentido. Yo creo que eso es un gran error, un movimiento que presione la viene de cine a un gobierno de progreso, tienen más fuerza ante las tenazas del sistema si hay gente en la calle.
Decías antes que muchas tenéis pensiones dignas. ¿Crees que la gente más joven es consciente de que la pelea tiene que ver más con sus pensiones que con las vuestras? No sé si supimos dar bien el mensaje, quizá no ha llegado debidamente. Porque lo más importante era la lucha por el sistema público de pensiones. Mucha gente joven piensa que no les va a llegar y yo, precisamente, no lucho por mi pensión, sino porque pretenden desmantelar el sistema que hará que otra gente la tenga o no. Recuerdo en la marcha a Madrid, cuando me pusieron algún micrófono, intentábamos evitar responder a la pregunta de cuánta pensión cobramos, porque de saberlo preguntarían qué hago aquí luchando.
Yo tengo la pensión que tengo por haber cotizado más de 45 años, pero mis hijos no tienen esa suerte, mi madre, que todavía vivía cuando empezó esto, cobraba una pensión de viuda de un obrero de 400 y pico euros… ¿Cómo vives así? Yo estoy aquí por las pensiones de quienes no llegan a fin de mes, y por la gente que ha tenido una vida laboral horrorosa, que no va a poder tener una pensión si esto se desmantela. Desde luego, hay reivindicaciones que sí que tienen repercusión inmediata, como la revalorización del IPC, pero desde luego pedimos más para el futuro.
Y es importante trasladar el mensaje bien, para que otros sectores se sientan partícipes. Es complicado, pero se han hecho acciones conjuntas, con movimientos juveniles o con el feminista por ejemplo. También con sindicatos. La grandeza de este movimiento es que pide para otra gente, para que haya una garantía constitucional sobre las pensiones de futuro. La mayor grandeza de este movimiento es que se trata de una lucha solidaria sobre lo que dejamos a las siguientes generaciones.
Citas la transversalidad de la lucha, y el feminismo. Cuando hablamos de pobreza, el rostro de la misma es de mujer, especialmente entre las pensionistas, y no precisamente porque no hayan trabajado. ¿Cómo ves la participación de las mujeres en esta lucha? Creo que hay muchas mujeres implicadas, probablemente estaremos hoy en la calle (es lunes) más mujeres que hombres. Asumiendo el rol de cuidadoras, las mujeres tradicionalmente han abandonado el mercado laboral, y eso lleva a tener pensiones muy bajas. La pobreza en las pensiones tiene nombre de mujer. Y están las viudas, que han tenido una unidad de convivencia y cuando fallece el que generaba la pensión, se reducen enormemente los ingresos, sin reducirse los gastos en igual medida.
Si la discriminación de las mujeres es clara durante toda la vida, en el momento de la vejez es cuando más se recrudece. Y esa realidad es tan evidente, que ha llevado a muchas mujeres a movilizarse. Igual no tanto en las portavocías, que como siempre recaen en hombres, quedándose las mujeres atrás a la hora de coger el micrófono, aunque se ha hecho un esfuerzo y el movimiento cada vez tiene más mujeres en primera línea.
En estos cuatro años han pasado muchas cosas que tienen que ver con lo público, con la epidemia que ha puesto en primer plano la situación de los cuidados y los recursos públicos: residencias, soledad en las casas, las dificultades del sistema sanitario… Por eso se ha ligado a la defensa de lo público, de los servicios sociosanitarios. Se ha puesto la vida digna en la agenda política y el movimiento de pensionistas ha abrazado esta consigna.
Participaste en la marcha a Madrid, emulando otras célebres columnas a la capital del movimiento obrero. ¿Cómo fue esta experiencia? Creo que entonces no calibramos que aquello fuera a tener una dimensión tan grande. Estábamos en la plaza y alguien planteó: ¿y si nos vamos a Madrid? Había gente que había hecho ya marchas, como la de Altos Hornos, y se lanzó esta propuesta. Yo, vitalmente, estaba con ganas de ponerme a andar y resultó una experiencia estupenda.
Fue una iniciativa casi autónoma, no salió de la coordinación del movimiento, y no se pensaba que fuera a tener semejante foco. En los primeros días ya empezaban a seguirnos las televisiones, poniendo en valor lo que hacíamos. Desde dentro no lo ves, andas y convives con 30 jubilados cada uno de su casa, durmiendo en polideportivos, viviendo de aquella manera. Yo no era tan consciente de la dimensión que tenía hasta que volví, todo el mundo me había visto en la TV o escuchado en la radio.
Estuvo muy bien, fue gratificante y aprendí mucho. En particular de las mujeres luchadoras del mundo rural, de pueblecitos, portavoces en la plaza de su pueblo. Porque en cada sitio donde parábamos, con grupos locales más débiles, pero que nuestro paso por allí les servía de acicate, hacíamos charlas o debates, con lo que vine como si hubiera hecho un master durante aquellos 26 días. Aprendí con datos que el sistema es sostenible, a desenmascarar las mentiras que nos estaban lanzando… para mí fue una gozada. Vivir la solidaridad, salir de Euskadi, atravesar la España vaciada conociendo otras realidades.
Militas desde muy joven. Con tu incorporación en Alternatiba, que nace apostando por la unidad de la izquierda, y tu implicación en Bildu, de pronto participas en la segunda fuerza política del país. ¿Crees, 10 años después, que sigue siendo posible el sueño de la unidad de las izquierdas? Siempre he dicho que me ha tocado vivir en política los momentos más interesantes. Mi paso de aquel grupúsculo del PCE(i) al PCE fue un salto, de ser una célula extraña a una estructura grande. Luego también he vivido escisiones, la constitución de Izquierda Unida ampliando espacios… En Ezker Batua viví la creación de Ekaitza, y luego el nacimiento de Alternatiba, para mí fue muy interesante, como fortalecimiento ideológico.
La creación de Bildu la viví como un proceso ilusionante. Y luego, además, toca vivirlo en el micro, en tu entorno, y fue super interesante. Cuando constituimos Bildu en Eibar yo, viniendo de una minoría, me he sentido siempre muy respetada y tenida en cuenta. No he sentido ninguna presión de quienes eran mayoritarios. Ha sido bueno y fructífero. Es cierto que lo trabajamos mucho, y por eso me parece que debemos seguir ampliando esa acumulación de fuerzas. El balance de los 10 años de Bildu es para mí la culminación política, constatar que he vivido los procesos políticos más bonitos, Bildu en el ámbito vasco e Izquierda Unida en el estatal.
Asumiste cargos públicos en 2011 con Bildu en el gobierno de Gipuzkoa, que pudo llevar adelante algunos avances. ¿Qué recuerdos tienes de esas pequeñas grandes luchas? Yo ya había estado en instituciones, y en puertas de la jubilación, sin tener intención pero queriendo aportar, tomé una excedencia forzosa para asumir cargos. En el grupo municipal tuve una experiencia muy grata, con un grupo magnífico en el que quizá yo era la que contaba con más experiencia.
En juntas nos tocaba un papel realmente difícil, ponernos una coraza, porque no esperábamos gobernar la Diputación. Estábamos en minoría, y nuestro papel era la defensa ante los ataques que tuvo ese gobierno, con el foco mediático que tuvo Gipuzkoa. Nunca las JJGG tuvieron tanta repercusión, tal era el acoso y derribo que lo que tú vivías en una comisión de trabajo y lo que recogía el Diario Vasco al día siguiente no tenían nada que ver.
Nos dieron toda la caña en algo en lo que fuimos coherentes: paralizar la incineradora, que lo llevábamos en el programa. Algo tan cívico y ecologista como impulsar el reciclaje, nunca imaginamos que ese fuera acabar siendo nuestro talón de aquiles. Fue terrible por la indignación que generaba ver cómo el PNV hacía esa campaña, sacando de la ciudadanía lo más incívico. Seguro que nos faltó pedagogía, pero parar la incineradora, requería tomar medidas contundentes. Nos pasó factura electoral, pero la historia reconocerá lo que hizo Bildu por mantener esa apuesta.
Las políticas sociales quedaron en manos de un miembro de Alternatiba. Sí, y hubo avances que me hacen sentir orgullosa de ser de Alternatiba, por todo lo que marcamos ideológicamente siendo un grupo pequeño. Las políticas sociales son muestra de ello, todo lo que introdujeron Ander (Rodríguez) y su equipo, con ejemplos como las residencias, es paradigmático. Recuerdo quedar a tomar algo gente de Alternatiba, y una concentración que había por allí empezó a aplaudir a Ander siendo el diputado de Políticas Sociales. Eran las mujeres de las residencias. ¿Cuándo se ha vuelto a dar algo así en este país?
Se hizo morder el polvo a la patronal del sector de los cuidados, imponiendo desde la Diputación condiciones favorables para las trabajadoras, y eso es la leche. Quizá son pequeñas cosas, pero tienen una gran importancia. En la vida aprendes que aunque tu proyecto es utópico, desde la institución puedes hacer cuatro reformas, no puedes hacer todo de un día para otro. Pero cambian las cosas. Nuestra aportación sirvió para poner las vidas en el centro, algo de lo que ahora todo el mundo habla. Lo trabajabamos mucho desde la Mesa feminista de Alternatiba y se llevó en el plan de igualdad de Gipuzkoa con Laura Gomez, propuesta por Alternatiba. Quizá quedara en el papel, pero ese discurso que ahora todo el mundo apadrina, entonces era pionero.
Creo que nuestra aportación fue inmensamente más grande que lo que podíamos representar como Alternatiba dentro de Bildu, porque son cosas que han dejado poso. No soy de medallas, pero mucho de lo que es EH Bildu, viene de nuestra poquita gente.
Este año que dejamos atrás se han cumplido también 10 años de la conferencia de Aiete y el cese de la lucha armada de ETA. ¿Qué balance haces de este tiempo? Yo vengo de una tradición política en la que la lucha armada la rechazas, más allá de cuestiones éticas, desde el momento en el que no contribuye a la acumulación de fuerzas, sino a todo lo contrario. Como todo el mundo, cuando lo de Carrero no te ponías a pensar en el respeto ético al derecho a la vida. Cuando ya se atenta contra ideologías, hay un antes y un después.
Por eso cuando ETA dejó las armas se dio un paso importantísimo, y el camino posterior es interesante. Yo desde 2011 no he hecho nunca tantas declaraciones contra la violencia, hasta el punto de que tocaba las narices. Ya estaba mi trayectoria vital para quien quisiera. Si me he estado manifestando casi yo sola con el lazo azul, y de todos estos papanatas que ahora hablan de suelos éticos no había nadie allí.
Estos años, tras la muerte de tu hijo Markos, luchas por visibilizar la importancia de la salud mental y romper el estigma en torno a la misma. Comentaba un compañero que ni siquiera la izquierda sabe afrontarlo. Tampoco es nuevo en mi vida, desde hace muchos años soy cercana a la enfermedad mental por haberla vivido a través de mi hijo. Pero es cierto que no sabemos cómo acercarnos a la gente que sufre algunas enfermedades, tenemos pánico. Markos cuando estaba en crisis, siempre intentaba resolverlas en la intimidad, pasando con él todo el brote. Porque un día que estés jodido destruye tu imagen social al dejarte fama de loco. Incluso a mí, que he tenido experiencia, me cuesta acercarme a una persona con problemas mentales. Es complicado por lo dispar de las reacciones, pero hay que aceptarlas. Necesitamos una escuela emocional diferente para afrontar esto, saber acercarnos a la diversidad.
También faltan medios, en general son horrorosos, tienes una consulta cada dos meses para un enfermo que hoy está bien pero mañana fatal. Y solo pasas por el psiquiatra, medicación, no hay psicólogos, y cuando hay un brote, ingreso psiquiátrico, que es muy traumático. Y quizá no hay más remedio, pero es terrible. Yo, afortunadamente tenía una relación de confianza con mi hijo para afrontar los tratamientos, y de hecho tuvimos suerte por contar con consultas en la seguridad social, que al decirlo en reuniones de Agifes, (Asociación de familiares y personas con problemas de salud mental) de la que sigo siendo socia por aportar, se quedaban sorprendidos.
Colaboro con Biziraun (Asociación de afectadas por el suicidio de un ser querido), un grupo de ayuda mutua. Lo puso en marcha un matrimonio cuyo hijo se suicidó. Es totalmente voluntario, no tiene estructura ni subvenciones. Es hablar y reconfortar a la gente nueva a quien dices “a mi tambíen me pasó”. Se supone que el Gobierno Vasco tiene un protocolo para la prevención del suicidio y no tiene una peseta detrás. Alguien a quien se le suicida un hijo va al médico porque está fatal y lo único que puede hacer es darle el teléfono de un grupo de apoyo. Lo que tiene que haber es una red con profesionales de la psicología. Al menos, en lo político se ha empezado a hablar del tema. Pero me pone de mala leche que digan que han aprobado un protocolo cuando no hay medios, ni un teléfono ni nada. Estamos en pañales.
Ahora estoy ligada a esto, y después de tantas causas en las que he estado implicada, al final estoy quizá en la más importante, y también tiene mucho que ver con la vida digna. Yo me sumé a Biziraun por hacerlo visible. Ya antes del desenlace yo nunca he hecho un tabú de esto. Está bien que empiece a hablarse, que gente conocida como Edurne Pasaban o Aitziber Garmendia trasladen su experiencia. En lo personal, también reconforta la atención de gente de la cultura al legado de Markos. Alguien como Joseba Sarrionandia o Carlos Mañas, que también han tenido presente el suicidio en su entorno, se han asomado al trabajo de Markos.