Visitando Bilbao para presentar su libro ¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro, 2020), Abel Aparicio nos habla de los tres relatos que lo componen y que nos trasladan a la crudeza de la posguerra tras la victoria franquista en la zona minera del Bierzo (León), pero con un nexo con Euskal Herria en su último relato.
La historia que da nombre al libro la protagonizan mujeres reivindicando en pleno franquismo. ¿Cómo fue?
Es una revuelta en octubre del 41 con un grupo de 39 mujeres, desde los 16 hasta los 70 años, que se organizan para ir al ayuntamiento de Torre del Bierzo para solicitar el pan que les correspondía por ley, según la cartilla de racionamiento, y que llevaban sin recibir 15 días. Debemos situarnos: mujeres dirigiéndose a un alcalde falangista… Se jugaban mucho, un corte de pelo, aceite de ricino, una paliza, violaciones, cárcel o incluso la cuneta. Y no exagero, porque hasta 1951 se seguía fusilando gente. Se manifestaron incluso en contra de la opinión de sus parejas o padres, porque desde el paternalismo les decían “ten cuidado”, “me van a echar del trabajo”. Pero ellas se plantaron diciendo “con el pan de mis hijos no se juega”. Son ejemplo de memoria que debemos recuperar.
La segunda historia habla del asalto a un tren en 1939.
Este asalto sucedió en el País Llionés, y es totalmente desconocido, no solo en España y en León, sino en los pueblos entre los que sucedió: Brañuelas y la Granja de San Vicente. Fue a seis meses de acabar la guerra, en octubre, de la mano de un grupo de huidos al monte por su inclinación política en la zona del Bierzo. Se trata del segundo asalto más importante a un tren, por cuantía económica, en el estado. Una vez le pregunté a alguien de allí por qué creía que no se conocía y dijo que si eso veía la luz recién acabada la guerra, significaría que no todos los rojos estaban exterminados. También para que no cundiera el ejemplo, porque si se hacía en León ¿por qué no Vizcaya? Por eso acallar este asalto y hoy día se sigue ocultando nuestra historia.
El carbón salía de León, y llegaba a Bilbao en tren. Esta línea, que también llevaría migrantes, protagoniza el último relato.
Solo en mi pueblo hay 4 o 5 familias que emigraron al País Vasco. El tren de la Robla, además de carbón, trajo mucha gente. En este último relato se mezcla realidad y ficción para narrar cómo se transmiten las ideas de una generación a otra, entre una abuela y su nieta. Hablo de la labor de las mujeres mineras, siempre diluida. Cuando entrevisté a Libertad Aurora, una de las protagonistas que vive en Bilbao, decía que las mujeres tcobraban 6 pesetas y media, y los hombres 13. Justo el doble, y no es casual. Cuando un mujer se casaba, el empresario le daba mil pesetas y la echaba. Su función ya era la casa, y cuando el hombre tenía pareja cobraba más. El machismo imperante, no surge de la nada. Libertad tuvo que trabajar en la mina desde los 14, imaginemos a las niñas trabajando de sol a sol, literalmente. Quise plasmar su lucha y la de su familia, que se manifestó en todas las luchas mineras y fue represaliada. Libertad nunca quiso ser una heroína, solo que ninguna mujer tuviera que volver a pasar lo que habían pasado ellas.