Inestabilidad emocional, pérdida de control, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, irritabilidad… Siempre el mismo bucle. ¿Qué me pasa? Es el TDAH. Pasada la adolescencia, cuando sientes que algo dentro de ti no encaja en tu entorno, empieza el viaje en busca de respuestas. ¿Soy diferente a todo y a todas las demás personas? ¿Por qué no entiendo el mundo que me rodea? Después de muchas visitas a diferentes especialistas: orientación, psicología, psiquiatría… llega el diagnóstico, las cuatro letras que te acompañarán siempre: TDAH.
Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Empiezo a investigar junto a mi psiquiatra, y encuentro una asociación en Donostia, ADAHIGI (Asociación de Déficit de Atención con/sin Hiperactividad de Gipuzkoa). En la misma me ayudan a situarme en el centro del tablero. Me hacen pruebas, y confirman el trastorno. Y pienso: «pero si ya no soy un niño, tengo 30 años». No importa, es una cuestión intrínseca, que afecta tanto en la infancia como en la edad adulta. Lo cual significa que voy a vivir con ello. ¡Es el TDAH!
Según señala la ciencia, el TDAH podría ser el trastorno psiquiátrico no diagnosticado más común en la edad adulta, con una prevalencia superior al 4%. Así, dos tercios de las y los niños con TDAH continúan con síntomas en la edad adulta. La mentada ADAHIGI calcula que, solo en Gipuzkoa, viven con este trastorno cerca de 5.800 menores. En base al porcentaje anterior, cabe suponer que habría más de más de 3.800 personas adultas con TDAH en el territorio. Mal de muchos, consuelo inexistente.
Pero con el diagnóstico, empiezan a aclararse muchas cosas y situaciones conocidas. Y en ese momento recuerdas de colegio. El sistema educativo que viví me hizo más daño que beneficio. En lugar de fomentar, desarrollar, encauzar capacidades y habilidades, siempre se aplica el mismo patrón: era el despistado, el inquieto, el irascible, el sospechoso habitual de muchas interacciones en el colegio. Algo que, aunque de otro modo, sucedía también en el ámbito familiar y social. Y no entiendes nada; y te preguntas por qué pasa eso; y te sientes fatal; y solamente piensas en el día en el que, al despertar, esta pesadilla haya llegado a su fin. Pero evidentemente, no vas a despertar; pero puedes aprender a convivir con ella; y, con los instrumentos necesarios, hay esperanza, ¿por qué no? ¡Es el TDAH!, pero no es el fin.
Llega un momento en el que decides afrontar la emancipación y te enfrentas al mundo laboral. Resulta complejo, no sabes cuál es tu sitio, y ni en qué puedes sentirte útil. Y parece que, después de diferentes vivencias, fracasos, alegrías a veces, crees que eres feliz, que has conseguido situarte y que hay cierta linealidad en tu funcionamiento (un término que nunca había experimentado). Pero está de vuelta mi amigo el TDAH.
En realidad, nunca se había ido, siempre estaba ahí, pero lo llevaba bien. Y entonces aparece la impulsividad, de la que te das cuenta; y aunque rectificas, lo hecho, hecho está. Tus límites de estrés se disparan: llantos, desapego social, apartado… el descenso a los infiernos. Te sientes infame y problemático, empiezan los problemas en casa. Hasta que un día, por una falta de control que casi te lleva a no contarlo, acabas sin cordones en las zapatillas y en hospital de psiquiatría. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué me ha pasado? Mi cabeza dijo basta y con ella quiso decir basta a todo.
Para una persona con TDAH, lo peor que puede pasar es ser y sentirse apartado de su entorno familiar, social y laboral. Un TDAH es muy sensible, extremadamente sensible diría yo, aunque no lo parezca. Es un trastorno afectivo, completamente ligado al factor emocional.
En este tiempo pandémico, hemos visto a personas famosas exponiendo su caso en los medios, y a todos nos parece que llegan al corazón, y nos tocan la fibra sensible. Pero cuando se trata de la gente común, del día a día, las no expuestas, las más vulnerables, las menos conocidas -como quien firma estas líneas-, la respuesta no es igual. Percibes cierto aislamiento social, alejamiento, un «yo no quiero saber nada».
Pero hoy me atrevo a dar el paso y a escribir estas líneas para decir que sigo aquí, que me equivoco, seguramente más de lo normal; que, impulsivamente, he tomado decisiones equivocadas, poco oportunas. Pero que no tengo mal fondo; que mi hipersensibilidad me hace vivir todo muy intensamente; siento que tengo la capacidad de empatizar y querer, aunque muchas veces no lo pueda parecer desde el exterior.
La medicina señala una serie de complicaciones para las vidas de quienes padecen TDAH en edad adulta, a cada cual más difícil de llevar: bajo desempeño laboral, problemas económicos y legales, consumo excesivo de alcohol u otras sustancias, accidentes de tráfico, relaciones inestables, baja autoestima e, incluso, intentos de suicidio.
Desde mi mayor fragilidad, derivada del TDAH, me encantaría acabar diciendo que soy feliz; pero no es así. Aunque en realidad sí que hay algo: me he dado cuenta de que hay cosas por las que ilusionarme; soy soñador, como buen TDAH. Y las tengo más cerca de lo que sueño, porque están presentes cada día. Y con ello quiero mandar un rayo de esperanza a todo el mundo.
Escribo para hacer visible lo invisible. Comparto todo esto para hacer pensar, o llorar… lo que cada cual considere oportuno. Somos parte de la sociedad y queremos sentirnos útiles y no tristes ni enfadados. No quiero volver a sentirme castigado mirando a la pared. En general, para los temas relacionados con la salud mental, cabe pedir, además de recursos, un poco de empatía a las instituciones, a las empresas y a la sociedad en general. Eso supondría mucho para personas como yo, u otras, que, aun no siendo TDAH puedan estar experimentando otras situaciones, incluso corriendo un riesgo que quizá no se ve, pero que existe.
Quienes militamos en la izquierda soñamos mundos mejores y reiteramos una y mil veces la necesidad de los cuidados. Por eso, también en esta materia, debemos generar micro espacios afectivo-emocionales, hasta que se conviertan en macro. El mero hecho de compartir los pensamientos sobre todo esto resulta liberador, porque a pesar de los pesares, ¡es la vida!
Jesus Mari Guzman – Militante de Alternatiba
Publicado en NAIZ