“El debilitamiento de las instituciones, que es la principal preocupación expresada por el rey Felipe VI en su discurso de Navidad de este año, tiene su origen en la forma en que se transitó de las Leyes Fundamentales a la Constitución (…) El poder constituyente del pueblo español no se extendió ni a la monarquía ni a las Cortes Generales. El poder constituyente hizo suyas la configuración de ambas instituciones que venían del régimen nacido de la Guerra Civil. Este vicio de origen ha marcado a la democracia española de manera indeleble. La democracia española no ha sido capaz de liberarse de las ataduras con las que nació”.
Ese análisis no lo ha escrito un agitador de izquierdas ni se ha escrito en un libelo de izquierdas; lo publicaba, el pasado día 25 y al hilo del discurso de Nochebuena de Felipe VI, el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, Javier Pérez Royo, en ‘elDiario.es’.
Oskar Matute (Barakaldo, Bizkaia; 1972) es el líder del partido vasco de izquierdas Alternatiba y uno de los cinco diputados en el Congreso de EH Bildu, la formación vasca de izquierdas integrada por Sortu, Eusko Alkartasuna, la propia Alternatiba e independientes. EH Bildu es una de las principales formaciones del denominado bloque de investidura, la mayoría progresista y plurinacional del Congreso, surgida de las generales de noviembre de 2019, que posibilitó el actual Gobierno, el primero de coalición de ámbito estatal en España desde la II República.
PREGUNTA– Análisis como el de Pérez Royo –que, por cierto, son cada vez más frecuentes y parecen cada vez menos aislados– entroncan con viejas críticas de las izquierdas que cuestionaron y cuestionan la Transición y el propio régimen del 78.
RESPUESTA– Sí, ese análisis de Pérez Royo percute en una idea que se viene sosteniendo desde la izquierda soberanista e independentista vasca y también desde otras izquierdas: que la Transición fue una pasarela para que los viejos poderes del régimen franquista mantuvieran intactas muchas de sus estructuras de poder y su posición de privilegio, y eso se nota en el poder judicial –no hay más que observar cómo el poder judicial tiene una línea de continuidad, y casi de sagas, desde la dictadura hasta la democracia– y, como en ese poder, en otros tantos. Eso es lo que hace que, en este momento en el que las costuras del régimen del 78 están saltando una tras otra, quienes llevan toda la vida manteniendo una posición de privilegio estén dispuestos a emplear cualquier tipo de subterfugio o artimaña, incluso de confrontación entre poderes, para que no se abra paso ningún proceso constituyente de verdad. Eso tiene que ver mucho con la crisis de régimen; como decía Gramsci, en las crisis de régimen hay un periodo en el que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, y ahí es donde surgen los monstruos, que son los que vimos el pasado día 19 en forma de intervención de un poder básico de cualquier Estado democrático, como es el poder legislativo, por parte de un poder que casi diríamos que se mantiene en rebeldía –que tiene que ver con su renovación–, como es el judicial.
P.– Ya se habían visto algunos de esos monstruos antes…
R.– Sí, el mismo Pérez Royo ha venido señalando todas las vulneraciones a la democracia que se han producido, por ejemplo en relación con intromisiones en la acción del Parlamento Vasco –en la época en la que se encausó a los miembros de la Mesa del Parlamento Vasco por no llevar a efecto una recomendación o exigencia del Tribunal Supremo que planteaba la inhabilitación y una serie de medidas coercitivas contra los parlamentarios de EHAK– o, en torno a Catalunya, en relación con lo que fue una actuación absolutamente arbitraria y poco ajustada a derecho por parte del Gobierno español de entonces.
P.– ¿Y se verán más monstruos de esos?
R.– Yo creo que veremos más, pero hay que tener una visión de largo alcance y saber que este Estado español, que nos vendían como perfecto e intocable, tiene que dar paso a una nueva realidad bajo parámetros más democráticos y de mayor libertad para los pueblos y naciones que lo componen y de mayor empoderamiento de la clase mayoritaria sobre la que se sostiene, que es la clase trabajadora.
P.– En cualquier caso –y sin restar importancia a lo sucedido en Euskal Herria o en Catalunya–, el propio Pérez Royo ha advertido de que lo sucedido el pasado día 19 –que un órgano, en este caso el Tribunal Constitucional, paralice el proceso de elaboración de una norma por parte del poder legislativo no ya de una autonomía sino del Estado; poder legislativo estatal que, según la propia Constitución española, es la sede de la soberanía– es algo inédito no sólo en España sino también en cualquier otro Estado que se pretenda democrático.
R.– Lo que viene a evidenciar eso, y yo creo que es una sensación que tiene cada vez más gente, es que la Constitución española es un decorado en el que cabe de todo –porque hay elementos positivos, como el derecho al trabajo o el derecho a la vivienda– pero en el fondo es sobre todo una herramienta de sujeción que viene a sostener pilares fundamentales, y esos pilares fundamentales tienen que ver más con el sostenimiento de los poderes del régimen que con la ampliación de derechos y libertades.
P.– El mismo catedrático de Derecho Constitucional viene insistiendo en que una calculada ambigüedad y una permanente tensión entre el principio democrático –relativo al “pueblo español” en el que reside la “soberanía nacional” y que está representado en las Cortes, formadas por el Congreso y el Senado– y el principio monárquico –relativo a la monarquía borbónica, restaurada por el general golpista Francisco Franco– recorren toda la Constitución, afectando a los tres poderes clásicos: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Sin ir más lejos, cuando la Constitución establece que la justicia, es decir el poder judicial, “emana del pueblo”, como no podría ser de otra forma en un Estado que se pretenda democrático, pero “se administra en nombre del rey”…
R.– Y yo coincido con él. La democracia en el Estado español está tutelada y vigilada por poderes que no se presentan a las elecciones pero que vienen detentando el poder desde mucho antes de que se diera forma a esta especie de democracia formal –hay elecciones, hay una supuesta separación de poderes y hay una especie de control de unos sobre otros–, más que real, que tenemos. Pero tampoco tiene que extrañarnos; nosotros siempre hemos señalado que esta es una democracia de muy baja intensidad. En la propia Constitución se proclama que España se constituye en un Estado social y democrático de derecho, pero luego ves que por ejemplo la desigualdad nunca ha sido un objetivo prioritario de la acción de gobierno… Esa es la realidad en la que vivimos y a algunos lo que nos alegra es que, como en Matrix, cada vez más gente se dé cuenta de que vive en una realidad un poco impostada. Sería bueno que, con la fuerza y la dimensión suficiente, esa realidad se cambiara.
P.– ¿Crees que, a nivel institucional, esa pugna política en la que estamos inmersos arranca con el colapso del turnismo bipartidista en las generales de 2015 y se recrudece al formarse el primer Gobierno de coalición de ámbito estatal desde la II República, producto de la mayoría progresista y plurinacional surgida de las generales de noviembre de 2019?
R.– Sí, yo creo que ese turnismo tiene dos grietas, dos momentos de ruptura: uno, en las generales de 2015, y el otro, en las de noviembre de 2019, que es cuando se materializa lo que se empezó a ver en las de 2015. Antes, el turnismo era automático: PP y PSOE se podían apoyar en CiU o en el PNV y se mantenía todo tal cual, pero ahora hay fuerzas que plantean algo diferente a la mera alternancia de uno u otro sin tocar elementos fundamentales, que es lo que hacían PP y PSOE, y también hay fuerzas de carácter nacional diferente al español que son las que garantizan o no la estabilidad de un gobierno y que pueden plantear diferentes exigencias de ruptura con el régimen y de avance hacia un nuevo modelo democrático. Se demuestra que hay otros actores en juego que han venido para quedarse y se demuestra que se pueden habilitar otros escenarios.
P.– Y eso produce una reacción…
R.– Claro. ERC y EH Bildu, con la fuerza que les otorgan los ciudadanos, pasan a ocupar ese espacio que antes ocupaban CiU y PNV, y ahí es donde la derecha entiende perfectamente que la crisis del bipartidismo no se resuelve sólo con el debilitamiento progresivo de las fuerzas emergentes en el espacio del Estado español en su conjunto, pues existen partidos que pueden actuar como posibilitadores de esos gobiernos y contra los que poco o nada tiene que hacer, porque cualquier ataque que desde el Estado puedan realizar hacia EH Bildu y ERC de poco o nada les va a servir en lo que tiene que ver con su avance o retroceso electoral.
P.– Suele decirse que “el PP lleva cuatro años bloqueando la renovación del CGPJ”, pero, realmente, ¿quién lleva cuatro años bloqueando la renovación del CGPJ, sólo el PP o alguien más que el PP?
R.– La España azul. Quien bloquea es todo el bloque de la reacción. La influencia del PP llega hasta donde llega, pero lo que está detrás del bloqueo son las grandes fortunas de este país, los grandes poderes económicos de este país, que son quienes han hecho de este país su supermercado, su plataforma logística para multiplicar sus beneficios a costa de la clase trabajadora, con leyes a medida que hacían que, gobernara quien gobernara, siempre se beneficiaran.
P.– ¿Y por qué se produce ese bloqueo?
R.– Ellos entendían que debían contribuir a ese bloqueo del CGPJ porque mientras eso se mantuviera así, cualquier avance podría encontrarse con un freno…
P.– Lo advirtió la propia Cayetana Álvarez de Toledo en el verano de 2020, al dejar su cargo de portavoz del PP en el Congreso: la justicia es el “último dique de contención” frente al bloque de investidura y frente al Gobierno de coalición…
R.– Claro. Lo que les motiva a bloquear el CGPJ no es tanto un encabezonamiento o una pataleta por mantener un determinado nivel de control del órgano como su necesidad de tener una herramienta que pueda frenar todo lo que otro poder, en este caso el legislativo compuesto por mayorías que nunca desearían ver en la acción de gobierno, pueda llevar a efecto, ya sea la ley de eutanasia, la del aborto, la del sólo sí es sí… Saben que controlando un poder como ese, pueden llegar a bloquear toda esa acción de gobierno de manera no inmediata pero casi.
P.– De un tiempo a esta parte se habla mucho de un trío formado por la derecha política, la derecha judicial y la derecha mediática. ¿Crees que esos grandes poderes económicos de los que hablabas están detrás de las tres?
R.– Sin duda. Sus intereses no son diferentes, están todos interconectados. El poder económico tiene intereses muy evidentes en la derecha mediática: potencia algunos medios y consejos editoriales, y otros no, y los utiliza para formar opinión a favor de sus intereses y necesidades. Y lo mismo pasa con la derecha judicial: la justicia anula o condona las multas que a veces les ponen a determinadas empresas de los prebostes del poder económico. Yo lo decía el otro día en una intervención en el Congreso: la última multa gorda de la CNMC a una de esas empresas, en este caso Iberdrola, fue, en 2015, de 30 millones de euros, y al final, seis años después, el Tribunal Supremo decidió condonarla no porque la sanción no fuera justa sino porque había habido un fallo en el procedimiento, porque se habían pasado unos plazos. Y así, con todo. Si observas las grandes multas que se han puesto a las grandes empresas y luego observas cómo han acabado, ves que hay una conexión más que evidente. Más una legislación más o menos a su antojo en materia laboral, fiscal, tributaria…, claro.
P.– Decíamos que el pasado 19 de diciembre se produjo algo inédito no sólo en España sino también en cualquier otro Estado que se pretenda democrático, pero es que además se produjo sin guardar ni las formas: con un Tribunal Constitucional caducado, con vocales votando –en contra– sobre su propia recusación… Periodistas poco sospechosos de revolucionarios como Ernesto Ekaizer han llegado a hablar de golpe de Estado; blando, pero golpe de Estado. ¿En qué cabeza cabe que en una democracia parlamentaria alguien –el TC o quien sea– pueda interferir en el proceso de elaboración, de tramitación parlamentaria, de una norma por parte del poder legislativo, sede de la soberanía, y además de esa forma?
R.– Probablemente, en la cabeza de aquellos que creen que la democracia es un mal menor para seguir campando a sus anchas, para seguir manteniendo intactos sus privilegios y fuertes sus intereses. Para esa gente la democracia es un mal menor, y cuando ese mal menor es un obstáculo, hay que saltárselo, porque el apego que tienen a la democracia es relativo. No se caracterizaron por pelear con ahínco por el retorno de la democracia y no se van a caracterizar ahora por defenderla contra sus propios intereses. Esta es la realidad y a mí me sorprende bastante poco. Sí me gusta el nivel de indignación que se ha alcanzado, pero para nosotros era evidente que la politización de la justicia está a la orden del día y que la justicia es un órgano independiente hasta cierto punto, y se ha visto con casos tan sainetescos como que dos personas pendientes de recusación voten en contra de su propia recusación, siendo parte afectada. Imagínate que eso, que uno fuera juez y parte, pasara en cualquier elemento de la justicia ordinaria. Eso no pasa ni en las elecciones a delegado en los colegios.
“Precisamente porque lo que te han hecho es tan burdo, lo que hacen es desviar el foco y trasladar que el burdo eres tú”
P.– No sorprende, pero es demasiado burdo, que diría Antonio García Ferreras…
R.– Claro, pero tiene que ver con la conexión entre poderes de la que hablábamos antes. Precisamente porque lo que te han hecho es tan burdo, lo que hacen es desviar el foco y trasladar que el burdo eres tú. Y en eso colaboran buena parte de los medios de comunicación, sobre todo aquellos que acceden a más gente. Deciden que hay que poner el foco en otro lado, que de esto no se tiene que hablar o que, si se tiene que hablar, hay que invertir la carga de la prueba, como en un mal proceso judicial.
P.– Eso tampoco sorprende.
R.– No, no me sorprende nada. La inmensa mayoría de los medios de comunicación, sobre todo los generalistas, tienen detrás inversores y consejos editoriales que seguramente apuestan por las vías de siempre, las vías de no poner en riesgo sus intereses. Incluso las cadenas que se dicen progresistas están dispuestas a dedicar muchísimo más tiempo a cualquier atisbo de escándalo o bronca interna en cualquier formación de izquierdas que a esto, porque en el fondo esto les enemista con grandes poderes, con grandes prebostes del modelo económico del Estado español.
P.– ¿Y la falta de movilización social te ha sorprendido?
R.– No, la respuesta social en la calle tampoco me ha llamado la atención. No me ha sorprendido que tampoco esta vez se haya salido a la calle, porque en el Estado español se está viviendo un cierto letargo de la movilización en todos los planos o en todas las dimensiones de lucha que la izquierda social, sindical y política tendría que tener en su mente a la hora de accionar la palanca de la movilización. En el Estado español y desde la entrada en el Gobierno de las fuerzas políticas progresistas –aquellas con las que se pueden alinear más tanto las fuerzas sindicales mayoritarias como los movimientos sociales–, se ha producido una especie de impasse o de tregua de la movilización, y yo creo que no es bueno que la movilización se pare ni aunque estés en el Gobierno. Es cierto que eso te genera menos contradicciones y te puede generar menos incomodidad en la acción de gobierno, pero también es cierto que el tiempo en el que tú no tomas la calle y no protagonizas el marco o el pulso o el relato colectivo de qué es lo que importa y qué no, te lo toma la derecha o la ultraderecha, es decir que no es un tiempo perdido sino que a veces es un tiempo irrecuperable. Espero que no…
P.– ¿Hasta dónde crees que está dispuesto a llegar el bloque reaccionario en sus ataques contra la mayoría progresista y plurinacional surgida de las urnas de las generales de noviembre de 2019?
R.– Yo creo que todavía no hemos conocido su límite. Es una opinión personal, pero tengo la sensación de que hasta cierto punto están contenidos y lo que hacen es amagar, señalarte la fuerza que tienen y su voluntad de emplearla pero sin llegar a hacerlo, porque creen que las próximas elecciones las van a ganar. Yo creo que piensan que este Gobierno es un trance amargo que tienen que pasar y que tiene que durar cuatro años, porque la consistencia de este Gobierno se ha demostrado mucho mayor de la que ellos intuían y les ha obligado incluso a remodelar sus propias marcas electorales, prescindiendo de algunas como la naranja [Cs], cambiando de líderes en la que se mantiene como principal [PP] o provocando grietas en la fuerza de ultraderecha [Vox], con la historia esta de Macarena Olona y demás. Pero yo creo que en último término consideran que todavía no ha llegado el momento de emplear toda su fuerza, porque confían en ganar las generales de 2023. Yo creo que en nuestra labor y en nuestra obligación está impedir que ganen esas fuerzas e impedirlo con más fortaleza de las posiciones de izquierdas de las diferentes izquierdas que convivimos en el Estado español: tanto la izquierda vertebrada en torno a un proyecto nacional común y único para el Estado español como aquellas que defendemos un carácter nacional propio, también desde la izquierda, para nuestras propias realidades nacionales: Euskal Herria, Catalunya, Galicia… Yo creo que ahí es donde estamos y si vuelven a perder las elecciones, probablemente veamos cómo pasan no ya de las palabras a los hecho sino a un mayor nivel de acción.
P.– ¿Y el bloque de investidura qué debe hacer, cómo debe responder a esos ataques presentes y futuros?
R.– Con más acción política. Al final, yo creo que no hay que dejarles pensar. Esto es como Muhammad Ali: tienes que seguir percutiendo, percutiendo y percutiendo, seguir haciendo política, seguir haciendo leyes, seguir tomando medidas. Seguramente no les gustaron nada muchas de las medidas del Escudo Social, pero eso ha servido también para prestigiar la acción de gobierno. Seguramente no les gusta nada un Escudo Social que garantice determinados niveles de dignidad –seguramente, todavía insuficientes– para los sectores más vulnerables de la sociedad, pero no tienen cómo enfrentarse a las mayorías que los pueden defender. Lo que tenemos que hacer es ampliar derechos; cuantos más derechos ampliemos o a cuanta más gente hagamos partícipe de la acción de gobierno en el reconocimiento de sus derechos y en una mejora objetiva de sus condiciones de vida, más difícil lo van a tener ellos para imponer su relato, para imponer su visión de “el caos o yo” o su visión de que hay unos que saben y son los que tienen que mandar porque los otros sólo se mueven por ideas y olvidan la gestión. Entonces, yo creo que lo que tenemos que hacer es redoblar, si no multiplicar, la acción de gobierno a través de más leyes que protejan a más gente y de más derechos para el conjunto de la ciudadanía.
P.– Pero en ese bloque de investidura no sólo está Unidas Podemos, ERC o EH Bildu, también está, y como formación mayoritaria, el PSOE…
R.– Para articular mayorías con fuerza en la actualidad es necesario que confluyan todas las fuerzas que ya lo hacen. Ahora, cuanto más a la izquierda esté girada la correlación de fuerzas entre ellas, mejor, porque más se le obligará a hacer al PSOE. Yo creo que el balance que puede hacer este Gobierno de su acción de gobierno es un balance de avances tímidos y probablemente muy por debajo de lo que nos habría gustado a todos y a todas los que nos consideramos de izquierdas y creemos en un cambio radical del modelo económico y en un marco de libertades mucho más amplio y sobre todo en romper amarras con quienes han decidido mandar sobre nuestras vidas e incluso sobre nuestras desgracias sin haberse presentado a las elecciones. Es evidente que son avances tímidos y que no se puede hablar de un gran proceso de transformación, pero eso sería mucho más rápido si la correlación estuviera más pivotada hacia la izquierda, y eso es lo que los ciudadanos tienen que ver y entender. Pero plantearse ahora alternativas de gobierno sólo de quienes nos reclamamos clara y nítidamente de izquierdas, sin ambages o sin consensos con las derechas, por la sociología del Estado español resulta bastante difícil.
Oskar Matute – Alternatiba
Publicado en luhnoticias.es