Oskar Matute – Portavoz de Alternatiba y parlamentario de EHBildu
Lo dijo el empresario estadounidense Warren Buffett: «existe la lucha de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando.» Buffet no solamente ha conseguido amasar una de las mayores fortunas del mundo, sino que ha sabido resumir en pocas palabras una realidad tan injusta como inapelable. La prensa nos habla estos días de tramas de corrupción, cuentas en Suiza, sobres de dinero negro, y no podemos sino confirmar la impunidad con la que los poderosos acometen su saqueo.
Algunos nos harán creer que las dimisiones políticas solucionarán el problema. Otros nos hablarán de reformar el sistema. Muy pocos reconocerán que es el propio sistema el que genera la corrupción, y que el robo legalizado es la principal seña de identidad de un orden económico y social diseñado por y para los de arriba. Existe la lucha de clases porque los intereses de una minoría cada vez más adinerada son contrarios a los intereses de una mayoría cada vez más empobrecida. Y nos ganan los ricos -los mercados financieros y sus gobiernos títeres- porque ejecutan sus voluntades en territorios ajenos a la democracia de modo que ni siquiera podemos sancionarlos con nuestro voto.
A fuerza de observar la realidad política más inmediata, hemos aprendido que nuestros gobernantes no diseñan sus propias políticas, sino que se limitan a ejecutar las voluntades de aquellos a quienes nadie ha elegido en las urnas: entidades financieras, grandes corporaciones, especuladores, arribistas. Por eso, algunas administraciones tan influyentes y a la vez desconocidas como las diputaciones, crean lo que pueden parecer extraños compañeros de cama que en realidad son medias naranjas condenadas al entendimiento.
Así pues, el romance que viven PNV y PP en estas fechas de acuerdos presupuestarios es la consecuencia lógica de dos siglas que participan en esa lucha de clases de la que nos hablaba Buffet, y que además, lo hacen del lado de los poderosos. El tándem Ortuzar-Basagoiti ha vuelto a dejarnos claro que el cambio de cromos es una tradición arraigada en los partidos clásicos, y que Bizkaia y Araba son mercancía sometida a la compraventa. Pero sobre todo, jeltzales y populares han vuelto a dejar claro que por encima de grescas ficticias o interesadas, las derechas de uno u otro color siempre han sabido ponerse de acuerdo a la hora de repartirse el botín.
Con la misma celeridad que exhibieron a la hora de adueñarse del consejo de administración de Kutxabank, PNV y PP han pactado unos presupuestos para Bizkaia y Araba que siguen al milímetro la doctrina neoliberal, que insisten en una fiscalidad que premia la especulación mientras hace recaer todo el peso sobre las rentas de trabajo, que traza todo un laberinto de deducciones y exenciones solamente al alcance de las grandes fortunas, que no renuncia al cemento indiscriminado y a la devastación de nuestro territorio, y que bendice la exclusión social y hace recaer la sombra de la duda del fraude sobre los perceptores de prestaciones sociales y no sobre los especuladores. Esta es la medicina del PNV y del PP ante la crisis, reproducir los mismos errores que nos han llevado a la miseria.
Atrás quedan los tiempos en que el Diputado General de Bizkaia, José Luis Bilbao, presumía de «bolsillos de cristal». «Si alguien mete o intenta meter la mano al cajón, hay que hacer cerrar el cajón con la mano dentro», aseguraba con la contundencia de quien escoge sus propios titulares. ¿Han de temer por su mano los Bárcenas, Correas, Fabras, Orejas y demás compañeros de viaje del señor Bilbao? ¿Es posible ser implacable con la corrupción abrazando a quien la ha practicado con la impunidad y el descaro de los inquilinos de la calle Génova?
Antes de que el PNV y el PP paseen su fogoso romance quizá por Ajuria Enea, Iñigo Urkullu se ha apresurado a pedir a las diputaciones una reforma fiscal que engorde las esqueléticas arcas públicas de la Comunidad Autónoma Vasca. ¿Pero qué reforma fiscal pueden emprender quienes se han negado una y otra vez a suprimir los privilegios de las clases pudientes? ¿Qué reforma fiscal van a llevar a cabo aquellos que suprimieron sin escrúpulo el Impuesto de Patrimonio a pedir de boca de magnates y ricachones? ¿Qué pueden reformar quienes han amparado nidos de especulación como las SICAV o las SOCIMI, quienes han rebajado las exigencias fiscales a grandes empresas que han seguido acumulando abultados beneficios en plena crisis?
Solamente podemos temernos lo peor de un PNV que ríe las gracias a una de las derechas más montaraces de Europa, ese PP ensimismado en su política de recortes, reformas laborales, ayudas a la banca, copagos farmacéuticos o privatización de la educación y la sanidad. Un PP que ha hecho de la violencia contra las protestas sociales su seña de identidad, un PP que presume de ramalazos filofranquistas y cuyo nombre quedará ligado para siempre al escándalo público del enriquecimiento ilegal.
Para los poderosos y su coro de palmeros, la lucha de clases es una batalla que están ganando. Para quienes nos reclamamos de izquierdas, la brecha creciente que separa al pueblo raso de sus privilegiados gestores es la injusticia que nos indigna y nos enciende. Porque nos negamos a perder la batalla. Porque no queremos quedarnos de brazos cruzados mientras se consuma el expolio. Porque somos mayoría quienes los padecemos, y porque queremos una política al servicio de las personas y no del gran capital.
Es momento de elegir en qué lugar queremos situarnos: del lado de los saqueadores o del lado de los saqueados. Y es momento de elegir también nuestra compañía en este viaje. El PNV y el PP ya han elegido. Y los ricos lo celebran.