Oskar Matute – Portavoz de Alternatiba
En Euskal Herria, laboratorio de prácticas represivas desde tiempos lejanos, vivimos en la actualidad bajo la acción de una doble estrategia del Estado español. De un lado, pretenden vender una cierta placidez como resultado de la desaparición de la violencia, refiriéndose exclusivamente a la de ETA, y de otro siguen sosteniendo su manual de represión continua contra todas las estructuras de resistencia y movilización popular frente al estado y sus políticas antidemocráticas.
Así, quienes defendemos la necesidad de generar un proceso de paz real, quienes estamos en disposición a seguir animando a los agentes implicados, ETA es uno de ellos, a seguir avanzando en el camino de la unilateralidad, nos encontramos con la lectura política de las y los que defienden que una vez desaparecida la actividad armada de ETA no existe conflicto alguno.
Y pese a sus resortes de poder en forma de gobiernos, tribunales de excepción y cavernas mediáticas; con las herramientas que emplean desde los mismos, en forma de negacionismo cultural e histórico de nuestro pueblo, represión e imposición de su relato y su suelo ético, o la narcolepsia inducida a toda la ciudadanía, en Euskal Herria somos muchas y muchos los que sostenemos que aquí, en nuestro país, aún no se ha llevado a cabo proceso de paz alguno ni escenario de reconciliación asociado al mismo.
He aquí la primera lección que desde la izquierda, sea cual sea su latitud geográfica, se debe tener clara. El Estado español maneja los tiempos mediante la represión y la parálisis, según convenga, para lograr al menos dos objetivos: que se imponga su tesis de que la violencia de ETA era la única y que detrás de esta no existía ningún conflicto político; y que mediante la acción de cuerpos represivos como la Guardia Civil, con la inestimable colaboración de la Ertzaintza comandada por el gobierno servil del PNV, vuelvan a poner en el imaginario colectivo del pueblo español la amenaza de la existencia y vigencia de ETA como fuente de todos los males.
¿Qué persigue esta estrategia? Desde nuestro punto de vista, el de la izquierda soberanista e independentista vasca, es muy sencillo. En un momento histórico en el que el régimen surgido de la mal llamada transición democrática -pacto que transformó súbitamente a fascistas de manual en demócratas de toda la vida- ha quebrado, necesitan desviar el foco de atención del problema y que, además, les permita apelar a la unidad frente a un enemigo interior.
Pero su democracia solo es una fachada para revestir de normalidad un estado autoritario y dominado por élites no sometidas a referendo alguno; que no son capaces, o no quieren serlo para no desairar a la Troika, de ofrecer respuestas en clave de dignidad y derechos sociales y laborales para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. La dimensión ética de la gestión pública hace que la ciudadanía cuestione su legitimidad para administrarles, y sus métodos coactivos queden destapados ante la determinación del pueblo catalán evidenciando que el Estado español es una cárcel de pueblos y que está profundamente herido.
Y está profundamente herido porque para existir, para saberse nación, necesita del sometimiento de otros pueblos como Euskal Herria. Y he aquí una diferencia importante, nosotros y nosotras no necesitamos a España para sabernos nación.
Por eso no quieren un proceso de paz y soluciones democráticas: para tapar sus vergüenzas, para ocultar sus incapacidades y sus oscuros intereses. Pero en Euskal Herria tenemos muy claro que la decisión de ETA de abandonar su actividad armada es irrevocable y que su voluntad para seguir dando pasos en el desmantelamiento de sus estructuras militares es firme.
Eso también lo conocen aquellos que hoy someten a nuestro pueblo a la espiral de violencia que aún no ha desaparecido, que jamás ha pedido perdón ni ha lamentado las víctimas causadas y que no ha mostrado voluntad de desarmarse: la violencia de los aparatos del Estado.
El pasado 30 de septiembre, esta violencia arremetió contra el corazón del movimiento por los derechos de los presos y presas políticas vascas, Herrira. Y lo hizo siendo consciente de que atacaba una parte importante de nuestra sociedad. Una organización como Herrira que había hecho de la defensa de los derechos de las personas presas un pilar fundamental en la generación de ese proceso de paz aún por arrancar. Un activismo que ha llevado por bandera el respeto a todos los derechos para todas las personas.
Por eso me atrevo a decir que Herrira somos todos. Lo somos todas aquellas personas que queremos que el nuevo tiempo abierto tras el anuncio de ETA de fin de su actividad armada, que pronto cumplirá dos años, genere las condiciones para abordar un proceso resolutivo que desde el respeto a las víctimas y la búsqueda de la verdad, devuelva todos los derechos a todas las personas, las presas incluidas, y a nuestro pueblo, Euskal Herria.
Así, frente a su violencia disimulada en ocasiones en forma de gota malaya que pretende dañar de forma reiterada, constante y extenuante todo un proceso en Euskal Herria, decenas de miles de personas, gota a gota (tantaz tanta en euskera) inundaremos cuantas veces haga falta las calles de nuestros pueblos y ciudades hasta formar un mar que desborde la presa que nos retiene, los barrotes que nos separan de la libertad individual de cada persona presa o huida y la libertad colectiva de nuestro pueblo en su camino por recuperar su soberanía. Una soberanía al servicio de un cambio político y social donde el poder esté en buenas manos, las de la ciudadanía de Euskal Herria, solo en esas.
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