Luis Salgado – Alternatiba
La picaresca, o novela picaresca fue un género narrativo en prosa muy característico de la literatura española del llamado Siglo de Oro abandonado, al quedar demostrado, que la realidad siempre supera a la ficción y que a nadie le gusta verse reflejado en un texto burlón. Así, el Reino de España, hogar de pícaros, ladrones y estafadores varios ha llegado a nuestros días sin Cervantes ni Quevedos que lo retraten.
Han progresado los pícaros, eso sí, ya no son aquellos personajillos de bajo rango social, descendientes de padres sin honor o huérfanos. Siglos de práctica, de saber arrimarse a buenos árboles, les han permitido vestir traje y corbata, arrimar maletín, y ser ejemplo de emprendimiento. No cortan bolsa con navaja, ahora la estafan con acciones y el beneplácito de una corte de aduladores, que incluso del Gobierno los aplauden. Contraviniendo aquella norma no escrita del pícaro novelado, en la que no cabía mejora en la condición. Han caído en el error Don Gregorio Guadaña o El Buscón.
Pareciera, ahora bien, que ser pícaro sea profesión noble y artera, viendo como ves a sus oficiantes ocupar los mejores asientos en esta función que es la vida. Los ocupan todos, desde el Gobierno a la Oposición, desde el Santander hasta Gowex. Y aquí no hay distinción entre las diferentes naciones asentadas en el reino castellano. Ni catalanes ni vascos hacen distinción y De Miguel o Pujol, ITV o TAV, la picaresca lo recorre todo desde el Llobregat hasta el Nervión.
La última noticia, el último escándalo lo ha provocado un inefable aguador, de aquellos que convierten el agua en vino adulterando el alcohol. De la noche a la mañana descubrimos que era rico, el mayor emprendedor. Loas a su capacidad, a su determinación. Jenarete García (que a quién nombre no tenía, García le ponían) era el espejo de la España audaz, de la desvergüenza. Recuerdos de gomina de aquel intrépido banquero, ejemplo y profesor de economía que piso la cárcel por una estafita en Banesto, y es que no aprendemos.
Así, tras su meteórico ascenso a la cumbre, en apenas unos días descubrimos que lo suyo era mentira, y que no existía tal dinero. Jenarete había aguado con ¾ de agua lo que nos vendía como litro de vino. Nos rasgamos las vestiduras, algunos incluso nos reímos. O afilamos las guadañas, o nos robaran todo el trigo, bandas de malandrines, rufianes y bandidos, engalanados con Gaviotas, Puños, o ¡voto a Sabino!
Yo lo dejo aquí, que no quisiera, ofender a ningún pícaro que me leyera, sabiendo como sé que nos rodean y lo que es aún peor, que nos manejan. Hartito me tienen, me roban, se ríen, y para mayor Inri, vas tú y les votas.
Del blog del Luis Salgado El Mundo Imperfecto