Habría muchas cosas que decir, que comentar sobre la jornada de huelga general celebrada el pasado 29 de Junio. Son muchos los aspectos a destacar, mayoritariamente positivos. Pero en este momento me quiero detener solamente en uno que podríamos llamar colateral, aunque sea de una enorme importancia: la actitud mostrada durante toda la jornada por la policía de Ares, y la respuesta dada desde la responsabilidad, tranquilidad, y saber estar por miles y miles de huelguistas.
Teníamos claro, al igual que sucedió en la huelga general del 21 de mayo de 2009, que la orden general iba ser la de ir a provocar, a incitar el comienzo de lo que ellos denominan incidentes, convertir la jornada de huelga en un problema de orden público, de enfrentamientos, y de detenciones masivas.
Y vaya que si era esa la orden recibida. Decenas de miles de personas, ejerciendo el derecho a la huelga, el de manifestación, o de ser parte de piquetes informativos, vivimos en vivo y en directo como grupos de encapuchados perfectamente organizados y armados, aparecían por todos los lados, bajaban nerviosos de sus furgonetas, insultando, gritando, provocando a diestro y siniestro (excepciones, como siempre, también las hubo, pero minoritarias). Como se quedaban desarbolados, indecisos, ante la respuesta ejemplar dada por l@s trabajador@s. El no responder a las provocaciones, el mantenerse quietos, el levantar las manos, el hablarles pausadamente les descoloca (ese no es su guión). Hubo cientos de ejemplos llamativos: polis gritando e insultando, empujando, agarrando del cuello, o dando algún que otro porrazo provocativo, mientras alguno de los ciudadanos agredidos con tranquilidad y parsimonia, le explicaba la reforma, le decía si no tenía hermanos o amigos en paro, en ERE, que si sabía lo que iba a suponer para muchos de ellos. También vimos como a alguno de estos, ya de edad avanzada le terminaban apaleando, primero uno de los encapuchados, después ante la actitud de no resistencia, de no respuesta por parte de este veterano obrero, aparecían otros dos o tres uniformados, golpeando en piernas y brazos, como se le llevaban a empujones, entre gritos de solidaridad; como a otra veterana sindicalista, que intentaba dialogar con los imposibilitados para dicha acción, le venía un nuevo hombre de negro por detrás, y mientras le dedicaba “cariñosos” epítetos, la cogía por el cuello con la porra entre las dos manos y la tiraba al suelo. Este tal vez ha sido uno de los casos más llamativos por estar filmado, pero hubo cientos parecidos. Trabajadores frente a policías encapuchados y armados, frente a frente, estos últimos insultando, provocando, empujando, sin obtener más respuesta que el silencio, las manos en alto, o el dialogo. Se vivieron momentos de auténtica tensión, cuando alguno de los incontrolados uniformados decidía pasar del empujón, del insulto, o del pequeño toque con la porra en la cara, en la barriga, al porrazo sin ton ni son. Reacción ejemplar del agredido, mordiéndose los labios, de sus compañer@s de al lado, con la misma sensación de rabia e impotencia. Hubo también alguna pequeña carrera, cuando la agresión era ya masiva, y no se podía pedir a todo el mundo heroicidad y aguante en todo momento.
Era curioso ver como cuando alguno de los encapuchados perplejo ante la actitud del manifestante, sucumbía a la tentación de escuchar, terminaba una vez más nervioso con la misma cantinela: “está haciendo desacato a la autoridad”, ¿qué desacato?, ¿por qué motivo?, ¿que he hecho mal?, respondía el aludido. “Desacato porque lo digo yo y basta”. Cuanta sabiduría, cuanta destreza mental se enconde tras un casco y una capucha. Impresionad@s quedábamos ante los pocos que intentaban hablar.
Pero más allá de anécdotas que vimos much@s por decenas, sí que tenemos que hacer una reflexión. Vivimos una época convulsa, de crisis sistémica, en la que un dia sí y otro también se vulneran o agreden algún derecho social, laboral, político, o nacional. Es claro que en este pequeño país también la ola conservadora ha entrado, pero, a diferencia de otros lugares, tenemos un foco de resistencia nada desdeñable para que desde la izquierda política, social y sindical podamos hacerle frente. Tenemos que recuperar la lucha ideológica, la lucha de valores, tenemos que disputar la hegemonía a la derecha social y política que todo lo invade, hay que recuperar la calle, recuperar la necesidad de la movilización en sentido amplio, saliendo a la calle, sí, pero también y sobre todo hacer esa necesaria labor pedagógica en el conjunto de la sociedad. Y para ello no solamente es importante luchar y pelear por conseguirlo, sino también la forma de lucha que elegimos para ello. Ahí está la pedagogía. Luchamos por una sociedad mejor, por una modelo económico y social distinto, y cuando lo hacemos trasladamos nuestra forma de sentirlo. Tenemos que dejar siempre claro, que somos nosotr@s, desde la izquierda, los únicos que de verdad apostamos por la defensa de TODOS los derechos para TODAS las personas.
Me viene a la memoria, viendo estás imágenes de represión, la lucha llevada a cabo desde el movimiento de objetores de conciencia e insumisos. No sólo tenían un discurso que les daba la razón, que conectaba con la mayoría social, sino que además, cuando realizaban acciones de todo tipo, lo hacían siempre desde la NO violencia. Aquellas imágenes de jóvenes sentados, con las manos entrelazadas, siendo apaleados y llevados en volandas por las diferentes policías conseguían mucho más que las carreras, la respuesta con piedras, o los cócteles molotov. Servían mucho más para llamar la atención sobre el problema, para despertar conciencias, y desarbolaba la permanente intención del Estado, de convertir también ese problema en uno de orden público, de jóvenes agitadores radicales.
Pues bien, vamos a tener que salir muchas veces a la calle, por motivos diferentes, sigamos el ejemplo de la actitud de los miles de huelguistas, dejemos una y mil veces meridianamente claro que, si se produce escenas de violencia, quienes son los responsables. Algo está cambiando en este país, y los viejos discurso a algun@s todavía les van a servir por algún tiempo, pero tienen fecha de caducidad. Personajes como Ares, que tiene el mismo concepto del orden público y de la democracia que el que pudiera tener en su época un jefecillo falangista de provincias, son productos del pasado. Aunque ellos aún no lo sepan, o no se lo crean.
Y, por último, habrá que hacer también un análisis sobre que tipo de policía queremos. Los sectores democráticos que existan en su interior tienen también que empezar a analizar los cambios que se están produciendo, y que papel quieren jugar. Ser herederos del recuerdo colectivo de grises y tricornios, o apostar por ir construyendo una policía verdaderamente democrática, de cara descubierta, que sirva fundamentalmente para el servicio al ciudadano.
Fotografía: www_ukberri_net