Luis Salgado – Alternatiba
En la sociedad de la desinformación en que vivimos además de la extinción de cientos de especies, la humanidad está demostrando una gran aptitud para eliminar la capacidad de síntesis de los diversos idiomas y lenguasexistentes. Nos encaminamos sin duda hacia esa neolengua de 1984 donde mediante el control de la lengua hace imposible la elaboración de un discurso político contrario al régimen. Así, la perversión de la palabra, el uso indiscriminado de la misma en contextos ajenos, y sobre todo la apropiación de los conceptos para designar exactamente lo contrario a la definición original, es una herramienta extensamente utilizada por el poder. De ese modo, la disidencia político-social ha de estar redefiniendo constantemente su discurso, dificultando de esa forma la permeabilidad del mismo en el resto de la sociedad. Ejemplos de esa perversión hay miles, desde la sostenibilidad, que ahora son capaces de emplear las multinacionales más insostenibles como Monsanto, Nestlé, o Shell, hasta la “solidaridad” de la banca cobrando intereses de usura, pasando por la energía verde de Iberdrola y sus centrales térmicas y nucleares.
Sin embargo, la perversión llevada al extremo es la utilización del lenguaje para la inculcación del miedo, o el terror en la sociedad. Así, de un tiempo a esta parte es sencillo darse cuenta de cómo el binomio disidencia-terrorismo se ha ampliado de tal forma que parece imposible ser lo primero sin lo segundo. Siguiendo con esa estrategia que tan buenos réditos está dando a quienes ostentan el poder, ese binomio está siendo ampliado con la inclusión en la fórmula del concepto “extremismo”. “Todo extremismo es malo” “los extremos se tocan” y conceptos similares vienen a afianzar ese pensamiento, pero además, en los últimos tiempos ya ni siquiera es necesario situar ese extremismo respecto a un pensamiento o idea concreta, basta con que la posición mantenida se aleje del dogma establecido aunque éste pudiera ser más extremo que la propia posición disidente.
Con estos criterios afianzándose a gran velocidad es normal que gran parte de la sociedad coloque en el mismo plano al machismo y al feminismo, ya que, aunque el machismo es la creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer y el feminismo por su parte es la defensa de la igualdad entre ambos géneros, dentro de una sociedad claramente patriarcal y machista es el segundo el que resulta más peligroso para el sistema. Exactamente lo mismo ocurre cuando en el Estado se habla de religión y creencias, de modo que en un Estado definido aconfesional pero que jamás se ha desprendido del Palio católico, mantener una posición ultra-católica como la de el Ministro del Interior no se considerará extremista mientras que abogar por la laicidad, esto es, sacar todas las religiones de la vida pública será considerado una posición sin duda rupturista. Lo mismo ocurre por desgracia con los posicionamientos económicos, así, en un mundo gobernado por el neoliberalismo mas atroz, donde la vida se ha mercantilizado al máximo, mantener unas posiciones social-demócratas como el caso de Syriza parece un acto revolucionario en sí mismo, de forma que, quien levantó la idea de la UE tal y cómo la conocemos, en la actualidad no tiene cabida en la misma. Sin embargo, quienes ahora no hacen sino denominar extremistas al resto, son los que nos han situado en la posición económica más extrema que existe respecto a los valores de Igualdad, Fraternidad y Libertad. En resumidas cuentas, nos están haciendo creer que estar en la centralidad es ser un miembro del ISIS en el Califato simplemente porque ese es el pensamiento hegemónico en el mismo, y que cualquier otro pensamiento se establece en el extremismo.
No es nada nuevo que quién ostenta el poder quiera perpetuarse en el mismo, como tampoco es nuevo que intente establecerse como poder hegemónico en todos los ámbitos de la vida, social, económico, cultural, religioso, pero nunca cómo ahora hemos estado tan cerca de vivir en una distopía como la imaginada por George Orwell donde el mero hecho de pensar pueda ser considerado delito. El Crimental está aquí, viviendo en una sociedad no ya en el extremo, sino al mismo borde del precipicio.