Luis Salgado – Alternatiba
Dicen, o decimos, que la realidad siempre supera a la ficción, lo cual no deja de ser una ficción en sí misma, o un autoengaño para sentirnos mejor, quién sabe. Lo decimos por la capacidad que para sorprendernos muestra la vida, que es eso que pasa por nuestro lado mientras hacemos planes para vivir. Y es que la vida, al contrario que la ficción, no se mueve, no avanza y retrocede en función de nuestros gustos y deseos, la vida es la decisión inconsciente y consciente de millones de personas, e incluso interactúan en esa decisión el tiempo, la fauna y la flora, y las piedras del camino. La vida no da margen para la reflexión, para el análisis, la vida, o se vive, o se está muerto.
La ficción, hija predilecta de la imaginación, no debiera tener limites ya que no se rige ni por las leyes naturales, ni físicas y por supuesto, tampoco por las leyes del ser humano. Por tanto, con estos mimbres, no parece muy serio decir que la realidad, tan atada a lo cotidiano, pueda sorprendernos más que la ficción. Sin embargo la vida nos sorprende, la realidad nos sorprende, porque no queremos creer la verdad. “Era una buena persona, es increíble que haya asesinado a su mujer”. No, no es increíble, no es una sorpresa, vivimos en un mundo preparado para ello, un mundo donde, que una mujer sea asesinada por su pareja, es porcentualmente la forma más habitual de muerte violenta para una mujer. Entonces, por qué nos sorprende, porque sencillamente no queremos creer que eso sea cierto. “Todo el mundo es güeno”.
Por supuesto, no queremos creer que nuestra incidencia en lo que ocurre a nuestro alrededor es tan limitado, porque ello nos pondría, una vez más, en la evidencia de lo insignificante del individuo. Porque eso también pone en el espejo a nuestro ego, y ese reflejo no suele ser de nuestro agrado. Así nos creamos una imagen de la realidad que es una ficción en sí misma. Nos imaginamos una realidad en la que nuestra forma de ver el mundo es la única válida, para ello nos rodeamos de quienes apoyan nuestra visión del mundo. Creamos microcosmos en los que nuestra ficción parezca real, y cuando el mundo nos demuestra que estamos equivocados, que lo que pensábamos no era la realidad, entonces mostramos sorpresa.
Las redes sociales, al contrario de lo que pudiera parecer, aumentan la creación de esas realidades paralelas. El hecho de poder coincidir con más personas en la defensa de un planteamiento, nos hace creer, con mayor ímpetu, que nos encontramos en la realidad absoluta y en el error del resto. Las redes sociales han aumentado el tamaño de los círculos de quienes miran el mismo ombligo, pero han convertido esos círculos en mundos impermeables donde otras “realidades” no tienen cabida, y la disidencia es bloqueada, o puesta a los pies de los caballos de nuestra horda, para nuestro regodeo. Nos autoconvencemos de la existencia de una mayoría social que rema como nosotras por nuestros cambios, y, de pronto, un cubo de agua helada nos golpea la cabeza cuando vemos que unas elecciones vuelven a aupar a “los de siempre” a los puestos importantes, y nuestras posiciones siguen siendo minoritarias.
Esta “realidad ficcionada” nos permite criticar desde cientos de kilómetros las realidades de otras latitudes y sentir la lógica de nuestros pensamientos arropada por quienes viven nuestra propia ficción sin ser capaces de escuchar la realidad de quienes están viviendo, sintiendo, y decidiendo, y claro, desde esa realidad irreal todo lo que sucede nos produce sorpresa e incomprensión. Pero aún es más duro cuando esa realidad nos golpea en lo cotidiano, en lo que nos rodea, en “nuestro mundo”. Vivimos en una ficción continua, y es ésta, la ficción, la que siempre supera a la realidad, porque nunca hemos sido conscientes de la última.
En los últimos tiempos debo reconocer que escucho casi a diario a gente exigir que tenemos que recuperar la calle y no puedo estar más de acuerdo, pero no se trata de una recuperación idealizada, de llenarla de pancartas, manifestaciones y reivindicaciones varias, sino de volver a escuchar a la calle, y no sólo a los nuestros, o a quienes defienden nuestra ficción. De un tiempo a esta parte me cuestiono a diario esta realidad en la que vivo. Me cuestiono mis verdades, aunque siga creyendo en ellas y las siga defendiendo, pero empiezo a asumir que hay otras realidades, otras verdades. Sin embargo, poner en cuestión mi realidad no significa aceptar la ficción de los demás, por eso, día a día estoy radicalizando mis exigencias, aunque alguien pueda creer que es al contrario.
Y es que he llegado a la conclusión de que no quiero una realidad que me supere y me sorprenda, lo que quiero es entender la que me ha tocado vivir. Quiero saber en que acierto y en que yerro con mis reflexiones y pensamientos. Quiero saber cuales son las realidades de quienes conviven conmigo, de quienes luchan conmigo. Quiero saber si los que pensamos igual pensamos lo mismo. Pero sobre todo, quiero saber cuantos somos los que pensamos de una u otra forma. Quiero salir de mis grupos de confort. Quiero en definitiva, espacios para debatir sobre la realidad, aunque cada uno lo haga desde su ficción. Lo contrario solo nos llevará a una endogamia ideológica cada día más reducida. Quedarán sólo aquellos que compartan su ficción. Serán los más puros, pero serán solo ellos.