Hay símbolos que nacen fruto de una situación concreta, de un momento histórico. Los hay que nacen de la casualidad. Casi todos los que nos rodean siguen una lógica masculina, capitalista y patriarcal. Pero están aquellos otros símbolos que nacen anónimos. Los que no salen en primera plana de los medios ni figuran en los libros de historia. Los que nacen de la invisibilizada pero perseverante lucha.
Hace mucho que Rosie the Riveter dejó de ser aquel icono creado por hombres para que mujeres hasta el momento relegadas al rol sumiso, obediente y a las labores de cuidados, trabajaran en fábricas. Aunque fue creado en el contexto de la 2ª Guerra Mundial, y existan lecturas contradictorias sobre su intención original, hace tiempo que Rosie se convirtió, junto con el lema We can do it, en el símbolo feminista que es hoy. Un icono más para recordarnos que el patriarcado es el sistema de dominación más antiguo de la humanidad y que, frente al mismo, el feminismo ofrece la propuesta más transformadora para combatir no solo esta si no el resto de desigualdades.
Pero lo cierto es que la violencia machista, en sus múltiples vertientes y presentes cada segundo en las sociedades de todo el mundo, también viene a recordarnos que las mujeres nos enfrentamos, al igual que cuando surgió esta imagen reproducida por algunas de nuestras compañeras, a una situación de guerra. Un conflicto cruento y no declarado en el que, además, solo hay víctimas de un bando.
La brecha salarial, la condena a los cuidados, la invisibilización, el ninguneo, la infrarrepresentación en la esfera pública, el menosprecio, la violencia… La paz, como dice Jule Goikoetxea, no es solo que los hombres no se maten entre sí. Porque esa no puede ser nuestra paz, como tampoco puede ser nuestro todo aquello que pretenda dejar de lado a la mitad de la población. Este 8 de marzo, como cada día, tenemos muy presente que cualquier avance en las luchas emancipadoras pasa por nosotras. Feminismo o barbarie.