«La visibilización, politización y priorización del cuidado es una tarea necesaria para la sostenibilidad.Representa un cambio de prioridades antipatriarcal y anticapitalista. Es antipatriarcal porque se enfrenta al orden que impone la división sexual del trabajo. Es anticapitalista porque socava el concepto y el valor que el mercado da al trabajo.»
Artículo de Yayo Herrero publicado en Diagonal
El crecimiento económico y la obtención de beneficios como prioridad social han conducido en apenas un par de siglos a un cambio global en los equilibrios dinámicos de los sistemas naturales a los cuales la especie humana está adaptada. Los límites físicos del planeta han sido superados y los sumideros que deben degradar los residuos que genera el proceso económico no dan abasto. Pero el modelo socioeconómico no ha crecido sólo a costa de los sistemas naturales, sino también a partir de la apropiación de los tiempos de las personas para ponerlos al servicio de la maquinaria económica. Ha sido evidente en el caso de las personas empleadas de manera remunerada, pero es mucho menos visible o invisible en lo referente a de los tiempos dedicados a la reproducción social y mantenimiento de la vida cotidiana (como los cuidados en el hogar).
La reducción de la noción de trabajo a la esfera exclusiva del empleo asalariado, oculta el hecho de que para que la sociedad y la economía se sostengan es imprescindible la realización de una gran cantidad de trabajo que tiene por fin la resolución de las necesidades y el bienestar de las personas. Labores que, debido la división sexual del trabajo que impone el patriarcado, recae de forma mayoritaria sobre las mujeres en el ámbito del hogar. Esta segregación por roles es la que permite a los hombres ocuparse a tiempo completo del trabajo mercantil, sin tener que ocuparse de las personas de su entorno o de ellos mismos.
Del mismo modo que los materiales de la corteza terrestre son limitados y que la capacidad de los bosques para absorber CO2 no es infinita, los tiempos de las mujeres para trabajar tampoco lo son. Los cambios en los modelos urbanos, la supervivencia de las personas hasta edades más avanzadas, la precariedad y la creciente dedicación de las personas al empleo remunerado, hacen que cada vez sea más difícil cubrir esos tiempos necesarios para mantener la vida cotidianamente. En algunos casos, algunas mujeres contratan a otras mujeres que, casi siempre en condiciones precarias, realizan parte de estas tareas a cambio de un salario. Colocar la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las personas como objetivo del proceso económico representa un importante cambio de perspectiva. Así el trabajo que permite a las personas desarrollarse y mantenerse como tales se sitúa como un eje vertebrador de la sociedad.
El capitalismo ha logrado convertir a las fuerzas productivas en fuerzas destructivas que, sin saberlo, muchas veces obtienen el salario realizando una actividad que deteriora la base natural que permite sostener la vida y crea miseria en otras partes del mundo. Frente a ello, los trabajos domésticos son trabajos socialmente necesarios, dotados de sentido vital. No persiguen un aumento constante de la productividad, ni operan según el mecanismo de la competitividad. Conllevan una carga fuerte carga emocional (que no siempre tiene por qué ser positiva) y, a diferencia del mercado, responden a una ética centrada en las relaciones y en las necesidades humanas. El trabajo en el mercado está orientado a la obtención de resultados, pero la satisfacción de necesidades de cara a mantenerse vivo no tiene fin. En una sociedad que, debido a los límites físicos, tendrá que aprender a vivir bien con menos, que deberá adoptar un modelo de producción y consumo más sobrio y equitativo, hay que reflexionar sobre qué trabajos son social y ambientalmente necesarios, y cuáles son aquellos que no es deseable mantener. La pregunta para valorarlos es en qué medida facilitan el mantenimiento de la vida en equidad.
Si intentáramos clasificar los trabajos según su aportación a la calidad de vida, el orden de valoración sería diferente al actual. Podríamos diferenciar entre trabajos ligados a la producción de la vida y trabajos que provocan su destrucción. No basta con que el cuidado se reconozca como algo importante si no se trastoca profundamente el modelo de división sexual del trabajo. Es preciso romper el mito de que las mujeres son felices y se realizan cuidando. Muchas veces cuidar es duro y se hace por obligación, porque no se puede dejar de hacer. Por ello, porque es imprescindible, los hombres y la sociedad en su conjunto se tienen que responsabilizar de él.
La sostenibilidad social necesita la corresponsabilidad de hombres y mujeres en las tareas de mantenimiento de la vida, realizada en equidad y mantenida en el tiempo. Esta transformación puede provocar un cambio de enormes dimensiones: variaciones en los usos de los tiempos de vida, en el aprecio por el mantenimiento y la conservación, en la comunicación y en las formas de vida comunitaria. La visibilización, politización y priorización del cuidado es una tarea necesaria para la sostenibilidad. Representa un cambio de prioridades antipatriarcal y anticapitalista. Es antipatriarcal porque se enfrenta al orden que impone la división sexual del trabajo. Es anticapitalista porque socava el concepto y el valor que el mercado da al trabajo y denuncia la dependencia que el mercado tiene del trabajo de cuidado, además, propone la sustitución del objetivo de crecer por crecer por un compromiso con la defensa de las vidas (cualquier tipo de vidas) en condiciones dignas.