Iosu Perales
El río revuelto de Podemos parece no tener fin. Sus portavoces lo justifican en nombre de la pluralidad, la libre expresión y la democracia interna. Pero han de saber que lo que se percibe desde una burbuja no es necesariamente lo que se interpreta desde la ciudadanía. Y, ocurre que la ciudadanía, al menos en su gran mayoría, difícilmente puede apoyar en sus legítimas aspiraciones de gobierno a quien se representa como una jaula de grillos. Las diferentes posiciones ante el referéndum de Catalunya permiten pensar que en la actualidad Podemos carece de una idea clara sobre su propia naturaleza, qué es y qué quiere ser. El dilema de Podemos es que ni es una fuerza fiable para la gente que se sitúa como izquierda moderada, ni lo es para quienes esperaban una fuerza realmente alternativa, novedosa, valiente, que hiciera de la desobediencia civil pacífica un revulsivo movilizador para el cambio.
Uno de los problemas de Podemos es el de haber perdido fuerza como un partido distinto para pasar a ser paulatinamente un partido más en el que prevalece lo táctico y el cortoplacismo. El horizonte más lejano parece quedar apartado ante un escenario de ganar o perder en lo inmediato, siempre con el ojo puesto en lo electoral. Uno partido más también en lo que tiene que ver con sus unanimidades, batallas internas, jerarquías, hiperliderazgo y en ocasiones un verticalismo indisimulado. Creo que le falta atrevimiento intelectual para ir más lejos en el pensamiento y en la práctica. El analista Eugenio del Río tiene razón al decir que en Podemos “hay una insuficiente profundización en los problemas de filosofía política; en la soberanía y los sujetos; en el marco jurídico internacional, en la acepción de nación en una Europa contemporánea; en las enseñanzas de las consultas canadienses y la escocesa”. Y así podríamos hablar de feminismo, de migraciones y otras asignaturas.
¿Puede ser cierto que entre quienes participan en Unidos Podemos hay inercias ideológicas que casan mal con la pretensión de ser una fuerza innovadora, abierta a distintos sectores sociales y a distintas generaciones? se pregunta del Río. Mi respuesta es que sí, sin que sepa calibrar cuál es su fuerza real al interior de los círculos. En todo caso, la metamorfosis de la izquierda puede explicarse en parte por una palabra: España. Una palabra que evocando lo más rancio acaba domesticando comportamientos políticos.
Recuerdo aquellos tiempos en los que destacados dirigentes del PSOE encabezaban marchas con el lema “Autodeterminación”. Entonces defendían que Euskadi y Catalunya tuvieran derecho a decidir sí o sí. Pero cuando visionaron que podían tocar poder y ganar el gobierno de España todo cambió. La vieja e intocable España, la que responde a un dogma tan sagrado que incluso llegó a defenderse con un “Antes roja que rota”, se hizo presente con toda la potencia del imperio que fue, para comunicarnos a las nacionalidades periféricas que el cuento había terminado y en adelante la Unidad de España sería intocable. No soy adivino para aseverar que esto mismo le puede pasar a Podemos, pero no sería extraño habida cuenta que en este asunto se juega la partida electoral estatal, a lo que se une su escasa convicción sobre el derecho de autodeterminación cuando se defiende con la boca pequeña y se le deja abandonado a su suerte, dependiente de un imposible pacto con la derecha.
La posición de Pablo Iglesias al negar legitimidad al referéndum del 1 de Octubre apoyándolo nada más como una movilización folklórica, choca con su radical incomprensión de lo que significa el concepto de desobediencia civil, algo que sí parecen comprender y asumir Podem y el sector de Anticapitalistas de Podemos. Ya en 1848 Henry David Thoreau explicó los principios de la desobediencia civil que él mismo puso en práctica al negarse a pagar impuestos por lo que fue a prisión. Desde entonces muchos han sido los movimientos que se han rebelado contra normas y leyes consideradas injustas. En el estado español el movimiento insumiso contra el servicio militar no acató las leyes vigentes y acabó transformándolas. ¿Cuál es el fundamento y el límite de la obediencia de los ciudadanos con relación a la autoridad política?, es la gran pregunta que se hizo Thoreau. Pues bien cuando las leyes se convierten en una camisa fuerza y ya no pueden contener la vida real que las desborda o se cambia la ley o es legítimo la desobediencia como el acto de desacatar una norma de la que se tiene obligación de cumplimiento. Y es que la fuerza de una convicción de conciencia puede suspender la obligatoriedad jurídica de una norma del derecho vigente. Entonces el cotidiano deber general de obediencia se ve sustituido por un deber más fuerte, contrario a él, el deber de desobediencia civil, ésta es una conclusión de Thoreau. Pero no es fácil seguir este camino que ya lo hicieron Gandhi y Martin Luter King.
Frente a la desobediencia catalana una España secularmente frustrada, reacciona nostálgica de un pasado que ni siquiera fue y necesitada de imponer su músculo para la autoestima. Nunca sus dirigentes políticos han sabido enamorar a las naciones periféricas, incluirlas en un proyecto entre iguales. Disfrazan su ignorancia y escasez democrática con disposiciones de fuerza, con una épica de violencia. Podemos debería ser lo opuesto, lo nuevo, lo inédito, un aire renovador para respirar, una fuerza social y política de la desobediencia civil y pacífica. Pero cada día se acerca más a lo que dijo no querer ser. Y es que España, ese dogma que ha sido consagrado a algo más importante que incluso las creencias religiosas termina fagocitando a la propia izquierda española, quizá acomplejada frente a las demostraciones patrióticas de una derecha que muestra como un trofeo la hispanidad de la isla Perejil y no puede evitar su amor-odio hacia un himno que no se puede cantar.
Perdonen los lectores y lectoras tanta ironía y sarcasmo. Pero es que no merece la pena debatir en serio el despliegue de represión, de amenazas y extorsiones, que ha ordenado el gobierno del Partido Popular, mientras recibe los aplausos de parte de la oposición y la resignación de otra. Todo me recuerda a la vergüenza de la mitad del congreso aplaudiendo la entrada de España en la guerra de Irak. Lo cierto es que escribo todo esto pensando en Podemos ante su espejo. Pienso que debe clarificar que no es parte del lado oscuro, de esa España de la caverna que huele a cerrado. Pero no basta decirlo, es necesario mostrar con hechos que su vocación sigue siendo la rebeldía. Es necesario abrir una reflexión en su seno que busque la explicación a la desobediencia pacífica de gran parte de la ciudadanía de Catalunya, para sumarse a ella en lugar de sancionarla por ilegal. Podemos debe responder a la pregunta de por qué hay tanta gente incorporada a una aventura democrática colectiva de incierto resultado. No hay que olvidar que lo que sucede en la actualidad es resultado de muchos intentos fracasados de una negociación con los poderes del Estado. Cuando Catalunya ha pedido diálogo, la respuesta española ha sido el desaire y la amenaza. Otra vez Agustina de Aragón con el cañón preparado.
Podemos tiene un problema ante ese dilema llamado España. La lucha contra el bipartidismo no era ni es exclusivamente ganarles al PP y al PSOE en las urnas. Es también impugnar sus leyes cuando son injustas, desobedecerlas cuando en ella ya no cabe la realidad. Los insumisos lo hicieron, pagaron cárcel, pero lo hicieron y lo lograron. Mucho antes lo hicieron las mujeres cuando reivindicaban el derecho de voto. Ocurre que la libertad tiene precios a veces muy caros y es preferible blandir cómodas sentencias como “el referéndum es unilateral y no tiene validez” “divide a los catalanes” “no tiene soporte jurídico, no es legal” “genera inseguridad jurídica” “para que valga debe ser pactado con el gobierno de Madrid” “primero lo social, luego ya veremos” y otras que dan cobertura de la mala a la ambigüedad o al negacionismo. Son sentencias poco inteligentes, poco democráticas y nada alternativas. ¿Será que Pablo Iglesias pretende pactar con los poderes económicos el fin del neoliberalismo? Veamos, se puede pactar lo que se puede pactar, no lo imposible.
La cruzada contra el proceso de Catalunya tiene ya mensajes apocalípticos y llamados a utilizar la espada. Es posible que veamos a guardias civiles capturando urnas por las calles, camino de los colegios electorales. El esperpento está servido. Perseguir lo que significa más libertad y más democracia debería llenar de vergüenza a cualquier demócrata cualquiera que sea su voto. Es de esas cosas que me hacen reafirmar en no tener que ver nada con una casta política que aún confunde a España con el viejo Reino de Castilla, aquel que dicen que fue un centro del mundo.
Colaboración de Iosu Perales para Alternatiba