Jose Luis Agirre
Militante de Alternatiba
Con tanto Guggenheim y tanto guiri a la caza del, cada vez más frecuente, menú del día depauperado sobre plato y orondo en factura, andábamos algo despistados e incluso olvidados de la gerontocracia municipal. Pero últimamente hay quejas por el olor a rancio y los seres sensibles dirigen sus ojos acusadores hacia el Ayuntamiento mientras tapan sus nasos para protegerlos del aroma a caduco y a alcanfor.
El postrer logro del Gran Munícipe, y sus entregados acólitos -activos unos, pasivos otros- ha sido elaborar una ordenanza para salvar la virtud pública. Tan recto intento haría las delicias de tratadistas de urbanidad, curillas del movimiento y flechas de la Falange. Carga el reglamento contra la cópula y el escarceo público, la pecaminosa música callejera, las indecorosas bicicletas, los molestos patinetes, las atrevidas cometas y los escandalosos espectáculos callejeros con mensaje político.
Este impulso redentor surgió en Miribilla, barrio de decente clase media nacido en los aledaños del lumpen de Las Cortes gracias a la labor regeneradora de la municipalidad. En Las Cortes antes hacían la calle sin más precio que el del viejo oficio -enfermedad, extorsión y hasta muerte- mujeres que integraban el paisaje sin que la autoridad hiciese aspaviento alguno. Pero ahora son fuente de perversión para el nuevo vecindario y, por eso, la piadosa corporación cedió un solar del barrio a la Santa Iglesia para que hiciese frente al pecado y, en estos momentos, propone una ordenanza para sancionar a las putas de exterior con multas de 700 a 1.800 euros. Ya lo dice el refranero: a Dios rogando y con el mazo dando.
Puestos a regular la carnalidad pensó el santo oficio municipal que mejor sancionar toda ella y no sólo la que es fruto de comercio, que contra éste no hay objeción, que aquí se reza a Jehová y al libre mercado. Por eso la nueva ordenanza reprime toda conducta sexual incívica en espacio público. De qué es incívico y qué es sexual decidirá el alcalde, máximo intérprete de la ordenanza ungido por la txapela y el espíritu santo.
Pero no atribuyamos todo el mérito de la feliz idea al shérif megabilbaino y a sus fieles munícipes. Esta ordenanza es reflejo de un equilibrio de poder. Mientras medio Bilbao haraganea al margen o en los márgenes de la política, la vieja ciudad -quede claro que lo viejo no es cuestión de edad ya que se sabe de muchos ancianos con el descarrío propio de la juventud- trabaja y elige a sus prebostes.
No vayan a pensar que son talibanes, la vieja ciudad estrenó a muchos de sus varones con putas y muchos de ellos de putas siguen pero ordenadamente, en los clubes regentados por honrados empresarios que pagan sus licencias. Y es que esta parte de la ciudad está compuesta, ni más ni menos, que por gente de orden: gente que consume drogas siempre legales salvo alguno que otro que comete níveos deslices, jamás admitidos, en la estricta intimidad, sin escándalos innecesarios; gente que engrosa los clubs de macramé de los partidos patria y ciertas áreas de jubilados adictos al canapé; personas todas ellas defensoras de la propiedad intelectual y de su cuota de acera; gente que repudia al mantero y a la chavalería que, sobre patín o a golpe de pedal, se niega a jugarse la vida en la carretera.
Agradecidos debemos estar a estas personas porque por ellas nada tememos de librepensadoras, ni de altermundistas, ni de jóvenes de cuerpo o espíritu, ni de las diferentes, ni que decir de esos caducos revolucionarios que se empeñan en joder, a base de manifestación, las felices tardes de compras por el centro. Ellos no forman parte del club aunque tal vez aún no se hayan dado cuenta. Esos malditos olfatos sensibles no se enteran de que, bajo este barniz de titanio hueco y perros naif, aunque no trasnoche, nunca descansa la ciudad de los viejos.