Laura Gomez > Directora de Igualdad de la Diputación de Gipuzkoa
Este artículo tiene como objetivo aproximarnos a la reflexión sobre algunos de los elementos que deben permitirnos re-conceptualizar la violencia machista contra las mujeres, con el objetivo de visibilizar otros discursos y verdades sobre ésta invisibilizadas. No es posible hacer un análisis exhaustivo de todo ello en este artículo pero sí abordar algunas cuestiones como: las condiciones estructurales que permiten la producción y reproducción de esta violencia; dejar de confundir, conscientemente, la parte por el todo. Esto es, que la expresión de algunas violencias, por graves e intensas que éstas sean, como los malos tratos, sean entendidas como toda o casi toda la violencia contra las mujeres existente; o la visibilización permanente de las mujeres como víctimas y no como sujetos activos, protagonistas de su propia vida y de su propia liberación.
Esta re-conceptualización de la violencia se convierte en prioritaria porque en este juego de “luces y sombras”, lo que queda en la sombra deja de existir y la realidad parcial iluminada se transforma en única verdad y por tanto, única realidad objeto de intervención.
Por tanto, la asunción de los desafíos que implica esta nueva perspectiva, obliga a considerar otros elementos de intervención desde las políticas públicas para erradicarla. Más adelante, nos atrevemos a apuntar algunos de éstos.
Entendemos que la construcción de otros imaginarios y narrativas sobre la violencia contra las mujeres pasa por:
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Afirmar que la violencia machista contra las mujeres tiene carácter estructural, esto es, que hunde sus raíces en una organización social construida sobre la base de la opresión, explotación y dominación histórica de los hombres sobre las mujeres. Si esto es así, no podemos hablar de la violencia que sufren las mujeres en tanto víctimas de agresiones y no hablar de la estructura profundamente machista de la sociedad que es en última instancia quien genera, reproduce y tolera dichas violencias. Esto es, ¿podemos hablar del drama de la inmigración victimizando a las mujeres inmigrantes, pero no criticar unas leyes de extranjería que conscientemente niegan los derechos de ciudadanía plena y colocan a las mujeres en una situación del vulnerabilidad aun mayor?; ¿podemos hablar de la trata de mujeres, mafias, redes de proxenetas, pero no de los derechos de las trabajadoras del sexo que podrían garantizar su autonomía?; ¿podemos decir que ahora las mujeres también pueden trabajar en el mercado laboral pero no hablar de quién están ocupando esos lugares vacíos que se dejan en los hogares y de las condiciones de explotación legalizadas en el empleo doméstico?. ¿Acaso no son todas éstas condiciones estructurales óptimas para la existencia y ejercicio permanente de la violencia contra las mujeres?
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Ampliar la mirada sobre sus diversas y múltiples manifestaciones y los espacios en las que esta opera. Desde esta perspectiva, la violencia contra las mujeres va más allá de los malos tratos y las agresiones sexuales en el marco de una relación de pareja o expareja (supuestos que contempla la Ley Orgánica de Violencia de género), también es violencia aquella que opera en el espacio público, el denominado “baboseo de baja intensidad” o la socialización en el miedo como elemento de control de las mujeres que naturaliza que las mujeres seamos instadas a ir “escoltadas”, preferiblemente por hombres de la misma familia, para transitar por algunos lugares a determinadas horas.
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Cuestionar el imaginario transmitido y construido de las mujeres como “víctimas”, “incapaces” o “dependientes”. Un imaginario que, además, lo exige como único modo de dar credibilidad a las diversas violencias sufridas por las mujeres. Se transcribe una cita de Virginia Despentes en “Teoría King Kong” que lo explica a la perfección: “Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme”. Señala, además, “ Post-violación: la única actitud que se tolera es volver la violencia contra una misma, engordar veinte kilos, por ejemplo”. Asumir, en última instancia, que ser mujer es una condición de riesgo siempre, en casa o en la calle, no nos convierte en víctimas sin posibilidad de defensa. Es un sistema perverso aquél que pregona que es intolerable la violencia contra las mujeres pero no permite que éstas la identifiquen y menos que se defiendan frente a ella.
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Un fenómeno de semejante complejidad y consecuencia de un modelo de organización social patriarcal no puede basarse, únicamente, en respuestas policiales, judiciales o asistenciales. Debe tener respuestas colectivas que faciliten el agenciamiento de las mujeres, su organización social y con ello, se posibilite un cambio real sobre las relaciones de poder entre mujeres y hombres, y por tanto, en las formas de organización social.
Desde esta perspectiva, las políticas públicas dirigidas a luchar contra la violencia machista debieran ser pensadas, diseñadas y puestas en marcha atendiendo a los siguientes elementos:
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Ser lideradas desde los organismos de igualdad porque la mejor forma de luchar contra ella es hacer políticas de igualdad transformadoras que cambien el orden estructural de las cosas y por tanto, las relaciones de poder entre mujeres y hombres, en estrecha coordinación con el resto de políticas públicas -servicios sociales, educación, ordenación urbana, seguridad, etc.-
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Que la lucha contra la violencia machista sea una apuesta política real de primer orden. Estamos demasiado acostumbradas a discursos de compromiso político que se transforman, finalmente, en gestión de la miseria, en coartadas electorales y en la expresión del populismo más rancio. No hay credibilidad política sin dotar a las políticas públicas de igualdad y por tanto, de lucha contra la violencia machista, de recursos económicos y humanos suficientes para ello.
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Crear espacios de interlocución política con el movimiento feminista y asociativo de mujeres que permita construir instituciones más democráticas que huyan de cualquier tentación de instrumentalización política de los sujetos implicados en los cambios sociales y asuman que no lo es formular en solitario “cuáles son los problemas” y “cómo” hacerles frente. Desde esta perspectiva están obligadas a abrirse a otros discursos, a otras narraciones acerca de la violencia contra las mujeres, visibilizando que ésta no puede abordarse desde una óptica únicamente formal y legalista, y que necesita de la creatividad, el saber y la crítica de los sujetos feministas.
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Diseñar y poner en marcha políticas:
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De sensibilización y prevención en materia de violencia machista, que aborde la construcción socio-cultural de los géneros y su relación con la violencia contra las mujeres. En ese sentido, la lectura de género de la violencia machista debiera visibilizar otras violencias como la homofobia, la transfobia o la lesbofobia y diseñar políticas dirigidas, también, a su erradicación.
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Que aborden la mejora de la atención e intervención que se presta a las mujeres, diseñando y desarrollando servicios y recursos que:
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No victimicen a las mujeres, sino que permita su empoderamiento individual y colectivo, dotándolas de herramientas para identificar y hacer frente a las múltiples violencias machistas y que permitan crear otros instrumentos y espacios de protección (más allá de la denuncia, la orden de alejamiento, etc.) como las redes sociales de apoyo, las escuelas de empoderamiento, las casas de las mujeres, etc.
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Flexibles y adaptables al contexto, a la diversidad de las violencias machistas y a la diversidad de las mujeres (mujeres con enfermedades mentales, diversidad funcional, migrantes, jóvenes, drogodependientes, etc.).
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Descentralizados que garanticen su uso igualitario para todas las mujeres al margen del lugar en el que residan, poniendo especial atención a las mujeres de las zonas rurales.