Amaia Agirresarobe – Portavoz de Alternatiba
Las palabras están vivas, son dinámicas, mutan y se adaptan a los tiempos y a los contextos. El término que ayer significaba una cosa, hoy se refiere otra; lo que ayer cobraba un sentido específico, hoy quizá ya no lo tiene. Este devenir de las palabras y de los conceptos debe estar en constante revisión: uno, para no utilizarlos de manera errónea, descontextualizada; dos, para adecuar constantemente significante y significado, evitando la degeneración de las palabras. Sí, no hemos de olvidar que éstas forman parte de los discursos, y por tanto son fruto de las correlaciones de fuerzas, de las relaciones de poder, del interés por construir determinados imaginarios.
Por poner ejemplos, ¿Qué queda hoy del desarrollo sostenible?, ¿Qué significa la democracia, la soberanía popular, el poder del pueblo, cuando los que se vanaglorian de ser demócratas birlan a la ciudadanía las decisiones fundamentales, que están en manos de empresas transnacionales y de instituciones de escasa legitimidad, como el Banco de España, el Banco Central Europeo, la Comisión Europea o el FMI?
Las izquierdas tenemos que hacer un ejercicio permanente de análisis crítico de las palabras, de los conceptos. En este punto es importante señalar que esta batalla de ideas, esta batalla de palabras, esta confrontación de discursos, también es parte esencial de la lucha por un modelo alternativo de sociedad. Estructuras, prácticas e imaginarios son elementos insoldables de nuestras propuestas políticas. Así, y dentro de este cuestionamiento crítico, deberemos condenar al ostracismo, en algunos casos, a aquéllos conceptos que confunden y despistan; en otros, deberemos redefinir, recuperar o crear otras palabras, que impidan la proliferación de términos light, neutros, fortalecedores del orden establecido.
Respecto al primero de los casos -conceptos mal usados-, queremos detenernos especialmente en el progreso, en los y las progresistas. La idea de progreso es una de las señas de identidad de la modernidad capitalista, paradigma civilizatorio sobre el cual se asientan nuestras sociedades. Así, en el siglo XVIII surge la creencia, fruto de los adelantos tecnológicos, de la capacidad ilimitada del ser humano y de los pueblos del planeta de progresar, de desarrollarse.
Un desarrollo vinculado únicamente al crecimiento permanente y exponencial de bienes y servicios –y no de derechos y capacidades-; un crecimiento basado así en el fetichismo de la mercancía, que excluye, desvaloriza y ningunea algo fundamental, que es el trabajo de sostenibilidad de la vida, realizado fundamentalmente por mujeres dentro de una estrategia de adaptación capitalista al patriarcado; un progreso que se convierte en una receta universalizable –sólo hay que seguir las etapas seguidas por los países desarrollados-, que se basa en las premisas capitalistas de maximización de beneficios, apertura de mercados y crecimiento ilimitado, donde la naturaleza no es más que un recurso más. Por lo tanto, progreso es igual a desarrollo, que es igual a crecimiento capitalista.
Desde el siglo XX, el término de progresista, se utiliza también para diferenciarse del término conservador –supuestamente quien no quiere avanzar en el desarrollo del progreso, de la modernidad capitalista- pero también para diferenciarse del término izquierdista –vinculado a procesos radicales, de los que se huye conceptualmente, aunque el socialismo real también se imbuye de desarrollismo progresista, aunque no capitalista-. De esta manera, si este es el significado de progreso, y si partimos de la actual situación de gravísima crisis civilizatoria, social, climática y alimenticia, ¿Quién que se considere de izquierdas puede apelar al progreso, cuando este concepto nos lleva a la defensa del capitalismo en su versión más patriarcal, antiecologista y colonialista? Así, el uso del término progresista es, en el peor de los casos, un grave error; en el mejor, una cobardía, al pretenderse el equilibrio entre los dos demonios, conservadores e izquierdistas, cuando hoy en día son el progreso y la modernidad capitalista -ensalzada por conservadores, liberales y socialdemócratas por igual-, los que impiden una sociedad más justa y equitativa.
Respecto al uso de conceptos neutros o vacíos, nos encontramos con el debate entre cambio, transformación y emancipación. Asistimos hoy al uso y al abuso de la palabra cambio. Cambio político, cambio social, cambio de etapa, escuchamos una y otra vez, y no sabemos muy bien qué se quiere decir. Cambiar, en sí, es simplemente “dejar una cosa para tomar otra”, “mudar”, “convertir”, que tanto puede ser para bien como para mal -no hay duda de que la reforma laboral es un cambio- y que, además, todo el espectro político lo utiliza, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, ya que puede significar desde la mera alternancia (“quítate tú para ponerme yo”), a cambios decorativos, o a grandes transformaciones estructurales. Es, hoy en día, un concepto vacío. Precisamente el término transformación -primo hermano del cambio- trae implícito un deje de cambio de mayor calado, de mayor profundidad, aunque sigue sin dejar clara la línea que lo separa del simple cambio. ¿Cuál es la línea entre cambio y transformación?
Así, si el cambio no significa nada, si no tiene fuerza política, y la transformación no clarifica su significado, la emancipación puede ser el concepto que recoja los anhelos de las izquierdas, ya que hace referencia a “liberarse de cualquier clase de subordinación y dependencia”. Este si es un concepto cargado de contenido, fuerte, y que en estos momentos de crisis pretende enfrentarse al sistema múltiple de dominación que impide el desarrollo de las libertades de personas y pueblos. Por lo tanto, se enfrenta al patriarcado, al capitalismo, al productivismo, al colonialismo, al racismo y a la dictadura, y plantea su superación integral.
Repetimos, la lucha de discursos e imaginarios es parte esencial de la lucha social. Así, desterremos de nuestras vidas las referencias al progreso, y luchemos por la emancipación mejor que por el cambio –le regalamos la palabrita a Rajoy, o en un futuro a Rubalcaba, o a Urkullu-. Nosotros y nosotras a lo nuestro, por una Euskal Herria y un mundo emancipado.