Ana Etxarte y Asier Vega – Portavoces de Alternatiba
La crisis civilizatoria a la que nos ha empujado el capitalismo y todo el entramado político, social y cultural que le da cobertura, nos obliga a las gentes y a las organizaciones de izquierda a emplearnos a fondo en la construcción, propuesta y aplicación de alternativas. Alternativas que sean, en primer lugar, ambiciosas y radicales, que nos permitan así avanzar en la transición hacia modelos sociales justos y equitativos, frente a un sistema inhumano y en descomposición; alternativas integradoras, que aúnen múltiples iniciativas emancipadoras en agendas compartidas, y que posibiliten el encuentro de personas feministas, ecologistas, socialistas, campesinas y urbanas; alternativas, además, que sean viables, que se puedan empezar a implementar, ahora y ya, demostrando que otro mundo es necesario, urgente, y posible.
Precisamente este 17 de abril, día internacional de las luchas campesinas, día de conmemoración de la matanza de campesinos y campesinas brasileñas en Carajás en 1996, desde Alternatiba queremos exigir y hacer una apuesta clara en defensa de una propuesta ambiciosa, radical, integradora, y viable, como es la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria se opone al modelo agroindustrial capitalista que impera en la alimentación mundial, y también en Euskal Herria. Este modelo es, en última instancia, culpable de la actual crisis alimentaria mundial, de la exclusión y marginación de miles de campesinos y campesinas, de ahondar en el cambio climático, de impactar en la salud de los y las consumidoras a través de los transgénicos y productos químicos, y, en definitiva, de situar al agro vasco en peligro de extinción.
La soberanía alimentaria, así, se opone al modelo vigente, basado en la conformación de grandes cadenas globales de producción y distribución, controladas por empresas transnacionales; en la producción intensiva en sistema de monocultivo en grandes extensiones; en la intensificación de la productividad a corto plazo a través de tecnologías diversas derivadas de la revolución verde, incluyendo los organismos genéticamente modificados; en la patentización internacional del conocimiento; y en la creación de un mercado financiero específico –commodities– en los que se deciden los precios internacionales de muchos productos básicos alimentarios.
Frente a ello, la soberanía alimentaria pone el acento, en primer lugar, en la capacidad de los pueblos para decidir sobre su sistema alimentario, así como en su facultad para desarrollar las políticas que democráticamente estimen oportunas para establecer qué y cómo se produce, qué y cómo se distribuye, y qué y cómo se consume, frente al modelo globalizador y hegemónico de la OMC, de la UE y su Política Agraria Común, y de las empresas transnacionales; en segundo lugar, plantea un modelo socio-económico alternativo, centrado en la agroecología y las economías campesinas, defendiendo así sistemas alimentarios que sean culturalmente adecuados; que sean ecológicos y de producción extensiva, en función del mantenimiento y del control público y/o social de los bienes naturales -tierra, biodiversidad, agua, semillas-; que sean energéticamente eficientes; que garanticen un ingreso económico justo para las y los productores; que se desarrollen en condiciones óptimas de reproducción social; que se basen en un sistema de distribución que garantice dichos criterios ecológicos, sociales, económicos; que prioricen las economías campesinas y los circuitos locales, y que se sostengan sobre el derecho humano básico a la alimentación sana y segura del conjunto de la población, frente a la consideración capitalista actual de la alimentación como una mercancía.
Es precisamente en la defensa de los derechos de los y las campesinas -quienes realmente alimentan al mundo- y en defensa de los derechos que los y las consumidoras, por lo que debemos aunar esfuerzos en pos de la soberanía alimentaria. Es la soberanía alimentaria una condición necesaria de un mundo justo, equitativo, sano y seguro, frente a la vulnerabilidad y desigualdad que nos ofrece el modelo hegemónico. Y además, como hemos repetido en este artículo, es una apuesta viable, posible.
En esta suma de esfuerzos, debemos hacer un llamado específico a las instituciones públicas de Euskal Herria para que pongan freno a la agroindustria y para que generen las condiciones para la puesta en marcha de estrategias de soberanía alimentaria. Gobiernos, diputaciones y ayuntamientos deben apostar ya por esta agenda, siguiendo el ejemplo de Orduña, que ha sido el primer municipio vasco en aprobar una Declaración Institucional a favor de la soberanía alimentaria, con toda una serie de compromisos claros y concretos.
Por ello, y siguiendo su estela, apliquemos ya la soberanía alimentaria en las políticas públicas: en primer lugar, favorezcamos un modelo productivo que priorice lo agroecológico: con asesoría pública y apoyo a la producción, no a los terratenientes; eliminando todos los requisitos fitosanitarios que sólo benefician a las grandes empresas; estableciendo políticas de ordenamiento territorial que garanticen el derecho a la tierra; garantizando el control y la gestión pública de los bienes naturales; posibilitando el intercambio de semillas y priorizando el conocimiento campesino frente al industrial; en segundo lugar, creemos un modelo de distribución basado en lo local: que impida la reproducción de las grandes superficies; que permita en lo local el encuentro directo entre personas productoras y consumidoras en mercados y ferias municipales -sin banca de por medio-, basados en la solidaridad y en precios justos; que vincule directamente los servicios de alimentación públicos y colectivos -escuelas, comedores, etc.- al consumo agroecológico local; en tercer lugar, avancemos en modelos sociales en los que impere la justicia en las condiciones laborales, la seguridad en la salud de las personas consumidoras, y la sostenibilidad ecológica, frente a la avaricia capitalista.
Todas estas medidas se pueden aplicar con voluntad política, pongámonos a ello. Exijamos su aplicación, no hay excusa. La alimentación no es cosa de campesinos y campesinas, es cosa que incumbe a todos y todas, a la humanidad y al planeta. En defensa de la vida, de tú vida, de nuestra vida colectiva, grita, manifiéstate, exige, aplica… ¡Euskal Herria soberanía alimentaria ya!