El 24 de diciembre, las cadenas españolas de televisión -también la nueva ETB de Urkullu- reflejarán un año más su unanimidad monárquica y su fidelidad a la tradición franquista del mensaje de fin de año. Desde esa tribuna, el Generalísimo fue celebrando durante treinta y siete años la «instauración de un orden nuevo», y desde esa tribuna también, el último de los borbones ha ido apuntalando durante otros treinta y siete años la España de las autonomías, esa versión amable de la España «Una, Grande y Libre» de los nacionales.
La España de Franco se levantó sobre la hegemonía forzosa de la identidad nacional española y sobre el exterminio ideológico de toda disidencia de izquierda, y el sucesor del Caudillo supo culminar la obra del bando vencedor con la sutileza que exigían los nuevos tiempos. Así, la España borbónica asumió las nuevas autonomías como una diversificación de su propio folklore y no como un reconocimiento de las distintas identidades nacionales, y mientras tanto, desactivó en su mayor parte la disidencia ideológica de izquierdas y la asumió al parlamentarismo más dócil.
En el currículum de los dos últimos jefes de estado españoles se amontonan un exitoso golpe de estado fascista, más de medio millón de cadáveres, cuatro décadas de brutalidad dictatorial y otras cuatro décadas de una transición de postín urdida por las clases dominantes. El saldo final es un gobierno de alternancia entre los dos partidos turnantes, PP y PSOE, que garantiza la soberanía del capitalismo frente al pueblo y la soberanía del Estado frente a los pueblos.
Por eso, en Euskal Herria somos conscientes de que la lucha por nuestra soberanía nacional es también una lucha contra el sistema capitalista. Y la nuestra no es una izquierda derrotada ni domesticada. Seguimos plantando cara sin ambigüedades a un orden económico y social de naturaleza injusta y depredadora, fraguado desde las estructuras del Estado y alimentado por las distintas burguesías regionales. Esas burguesías periféricas, esos nacionalismos conservadores, han convertido la soberanía de nuestros pueblos en una mercancía sujeta a la oferta y la demanda, e intercambiable por toda suerte de privilegios. Las derechas nacionalistas, partidarias siempre de «soberanías compartidas» y «pactos amables con el Estado», han conseguido que la reivindicación de la independencia sea un campo de acción exclusivo para la izquierda. A la vez, el agotamiento del autonomismo y el bloqueo estatal contra los nuevos estatutos de autonomía de Euskadi y Catalunya, han despejado las dudas del soberanismo: a día de hoy, la única alternativa democrática que podemos permitirnos es la reivindicación de nuestra soberanía plena.
Y la única independencia posible para el pueblo vasco será aquella construida sobre la voluntad de las mayorías y no sobre los intereses de una casta dirigente. Porque una Euskal Herria libre no querrá seguir bajo la bota del cártel financiero y empresarial que nos ha llevado a la ruina; porque sin más ayuda que nuestra voluntad hemos generado alternativas desde la autogestión, el cooperativismo y el auzolan; porque podemos levantar un modelo sindical combativo y alejado del amarillismo; porque hemos defendido nuestro territorio contra toda clase de mafias inversoras y especuladoras; porque nuestras calles se han pintado una y otra vez de colores feministas contra el patriarcado; porque nuestro pueblo ha demostrado al mundo su solidaridad internacionalista; porque nuestro país rechaza ser cómplice del terrorismo internacional de la OTAN y de sus sangrientas expediciones imperialistas.
Frente al capitalismo monárquico español televisado cada Nochebuena, elegimos la República socialista vasca. Queremos vivir en un país nuevo para un mundo nuevo, construido desde abajo, en el que las clases populares seamos dueñas de nuestros destinos. Porque no existen más opciones, queremos una Euskal Herria libre, de mujeres y hombres libres. Y la queremos ya.