Toni Ramos – Alternatiba Araba
Hablar de la crisis en términos generalistas resulta ya tedioso y hasta repetitivo. Hoy en día, todas las mujeres y hombres de izquierdas coincidimos en que no se trata de una crisis económica al uso, no es una de esas crisis cíclicas que nos han intentado inculcar los defensores del capitalismo, que acaban pasando y que terminan por regular los mercados de forma casi automática. Se trata, en realidad, de una crisis del propio sistema capitalista que ha derivado en crisis económica, ecológica, energética, etc., en la que los perjudicados son los y las de siempre, sobre todo las de siempre.
Más interesante puede resultarnos conocer casos concretos, de aquellos que nos hacen reflexionar y compadecernos de las personas que los sufren, de aquellos que pueden llegar a conmover a los que en mayor o menor medida no se han visto tan afectados por toda esta barbarie y que, en un momento dado, se animan a salir a la calle para apoyar alguna que otra movilización. Esto puede resultar más efectivo para despertar conciencias, sí, pero hasta esos casos concretos son cada vez más cotidianos, con el peligro de convertirse en rutina y, por ende, de caer en el sensacionalismo.
No hace falta más que mirar alrededor, escuchar a los y las vecinas, acudir a las asambleas municipales (allí donde se convocan, claro), echar un vistazo a los carteles que cuelgan en la calle y mirarse al espejo. Con eso basta para hacerse una idea de la que nos está cayendo. Se trata, pues, de realizar un análisis superficial de lo que ocurre a nuestro alrededor. A través de esta práctica nos damos cuenta de que no hace falta buscar una explicación global porque la explicación nos viene dada, y tampoco hace falta buscar un ejemplo dramático porque lo tenemos delante de las narices.
Yo he puesto en práctica este ejercicio en mi pueblo, Agurain. Me he dado cuenta de la colosal deuda que arrastra al Ayuntamiento gracias a la nefasta gestión del anterior gobierno municipal, movido por el boom inmobiliario y otras sandeces; he visto el peligro que corremos todas y todos por la pretendida creación de una incineradora encubierta en una filial del poderoso grupo FCC en Olazti; he sido testigo del paro, que se ha incrementado en un 10% en el último año llegando a la insostenible tasa del 19% de desempleo en Agurain; y he visto la macabra sombra de los desahucios y a los inseparables buitres que la acompañan acechando a una familia aguraindarra. Así, sin la necesidad de indagar en casos concretos y sin la necesidad de buscar explicaciones globales, me he dado cuenta de que la situación es inadmisible y de que hay razones más que suficientes para salir a la calle y rebelarse contra todas y cada una de estas injusticias; rebelarse contra el sistema capitalista.
Pero el caso de Agurain no es único, no es una excepción, no es un acontecimiento. En todos y cada uno de nuestros pueblos y ciudades, si realizamos este mismo análisis superficial de lo que ocurre a nuestro alrededor, nos encontraremos con los mismos y diferentes argumentos para salir a la calle y rebelarnos contra el monstruo que nos oprime y contra las consecuencias de esta opresión.