Diana Urrea y Ayem Oskoz – Alternatiba
Han pasado 25 años desde que los objetores de conciencia organizados empezaran a poner en práctica la estrategia de desobediencia civil no violenta conocida como insumisión.
¿Qué ha quedado de todo aquello?, ¿Qué enseñanza podemos extraer? Si miramos la situación actual, la que estamos viviendo, aparece una clara. Además del poso antimilitarista que sin duda ha contribuido a consolidar en el ideario colectivo de una parte importante de nuestra sociedad, la insumisión nos recuerda algo fundamental: el derecho a rebelarse ante una ley o una situación injusta, el derecho a decir no, el derecho a la desobediencia civil no violenta.
Si repasamos su historia vemos que nosotras y nosotros, ciudadanas y ciudadanos corrientes podemos y debemos aprender a decir no; podemos y debemos decir basta, podemos y debemos apostar por ser parte activa. Que no podemos resignarnos a ser meros espectadores- sufridores de las decisiones tomadas desde las élites políticas, económicas y militares.
Que nosotras y nosotros, las de abajo y los de abajo, si nos lo creemos, si decidimos ser parte activa podemos cambiar las cosas, podemos acabar con situaciones y leyes injustas.
El movimiento de insumisión, además, nos recuerda que no todo lo legal es legítimo, que no todo lo legal es justo, que no todo lo legal es democrático… Y, por eso podemos y debemos levantarnos, alzar nuestras voces frente a leyes o situaciones injustas. Rescatar la democracia con mayúsculas, recuperar el sentido del poder del pueblo, de la participación comprometida, de la exigencia de responsabilidades. Y hacerlo, al mismo tiempo, desde la desobediencia civil no violenta, desde la radicalidad democrática, asumiendo las consecuencias como mejor forma de poner en evidencia lo injusto del sistema, como mejor forma de poner en evidencia sus contradicciones, como mejor forma de ir ganando mayorías sociales.
Cuando se puso en práctica, ahora hace veinticinco años, la estrategia insumisa ante la entonces nueva ley de objeción de conciencia y el servicio militar obligatorio, parecía una locura. Ningún partido con representación parlamentaria, ningún partido de la izquierda, apoyaba la idea. Solo desde la sociedad civil, desde el movimiento de objeción de conciencia se apoyaba. Los jóvenes que entonces optaban por esta estrategia de desobediencia solamente contaban con sus propias convicciones de lucha por una sociedad desmilitarizada, contra toda forma de dominación, contra el machismo, la sumisión, contra la guerra preventiva, la política de dominación militar de los pueblos, la resolución armada y violenta de los conflictos, la carrera armamentística, la industria y el gasto militar; contra todo aquello que tan bien representan los ejércitos y, en aquel momento, la Mili. Y lo hacían desde la no violencia, asumiendo las consecuencias de sus acciones, soportando las penas que les fueran impuestas, o los golpes que les fueran dados sin responder. Dejando así siempre en evidencia a quienes les reprimían, les juzgaban, les encarcelaban, y ganándose cada día a una parte mayor de la sociedad. Utilizando formas de protesta transgresoras, diferentes, llenas de ironía, vitalismo y, casi siempre, buen humor. También ahí mostraron un camino diferente.
Cabe destacar también la forma de lucha colectiva, rompiendo moldes, dejando claro que las decisiones se tomaban entre todas y todos de manera colectiva, pero que, teniendo en cuenta a lo que nos enfrentábamos (penas de prisión) había que respetar siempre las decisiones individuales.
25 años han pasado, miramos a nuestro alrededor y vemos como en plena crisis sistémica se siguen dilapidando miles de millones de euros en gastos militares, mientras se recortan o suprimen derechos básicos; cómo se sigue tratando a las mujeres, cómo se sigue viendo al diferente como enemigo, cómo se lamina al diferente, o cómo cuando nace un niño o niña en este nuestro planeta recibe como herencia 15 condenas de muerte (que es la capacidad armamentística que existe de destruir el planeta en el que vivimos) en lugar de recibir el derecho a la satisfacción de sus necesidades básicas, a una vivienda digna, a la cultura y educación, a su desarrollo como persona.
Por eso, y recordando a quienes emprendieron el camino, pensamos que hay más razones que nunca, o tantas como ha habido siempre, para seguir gritando… ¡INSUMISIÓN!
Este artículo ha sido publicado en Ahotsa.info
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