Cristina Bereciartua – Alternatiba
Hace poco pude ver como una profesora inducía a la indefensión aprendida a su alumnado. El ejercicio consistía en repartirles tarjetas que constaban de tres palabras. Tenian que reconvertirlas en otra alterando el orden de las letras (ejemplo, SOSA en OSAS). Empezaban con la primera palabra y a medida que encontraban la solución levantaban la mano. Pasado el tiempo establecido, alzaba la mano la mitad de la clase mientras que la otra no había encontrado la solución. Con la segunda y tercera palabra el resultado era el mismo. Finalizado el ejercicio, se descubría que las dos primeras palabras eran distintas, una de las tarjetas se podía resolver, mientras que las palabras asignadas a la otra no tenían combinación posible. Sin embargo, la última palabra era idéntica para toda la clase y, aun así, la mitad que tenía las dos palabras irresolubles no conseguía solventar la última. Al llegar a esta sentían frustración, falta de confianza y no conseguían resolverla.
La indefensión aprendida es un tecnicismo que se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, con la sensación de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación.
¿Nos han inducido a las y los trabajadores a la indefensión aprendida? Hace unas décadas, las clases trabajadoras de diferentes sectores reivindicaban, luchaban y defendían sus derechos laborales. Sencillamente, porque entendían a la perfección cuáles eran sus derechos y sabían cómo defenderlos. Hasta tal punto, que la jurisdicción social es la única que permite comparecer a las y los trabajadores por si mismos o designar la representación a cualquier persona, sin necesidad de que sean abogados, procuradores o graduados sociales. Sin embargo, con el paso de los años se ha complicado el derecho laboral, se ha vuelto opaco, lo han plagado de tecnicismos, de un lenguaje elitista, de tal manera que muchas personas leen el Estatuto de los Trabajadores y no entienden lo que pone ¿cómo pueden entonces defender sus derechos? Se ha dejado a la clase trabajadora en una situación de vulnerabilidad, en la que percibimos que poco podemos hacer ante las injusticias a las que nos enfrentamos diariamente, puesto que las herramientas que poseemos para ejercer y reivindicar nuestros derechos quedan a disposición del que las comprenda.
¿Nos han inducido a las mujeres a la indefensión aprendida? Desde pequeñas y durante toda nuestra vida, se nos manda el mensaje de que somos potenciales víctimas de agresiones sexuales. Diferentes investigaciones concluyen que las mujeres utilizamos continuamente, de forma normalizada, mecanismos de protección frente a este miedo pre-programado. Es decir, tenemos asumido que podemos ser violadas, pero no se nos enseña a reaccionar ante una agresión sexual, se nos educa para que tengamos miedo, para que nos quedemos paralizadas, para que dejemos de hacer, para que no vayamos solas de noche, para que cambiemos de acera si nos cruzamos con un desconocido…
¿Nos han inducido a la población en general a la indefensión aprendida? Nos aplican a diario normas injustas, que nos presentan en un lenguaje indescifrable para la mayoría de las personas. Cuando salimos a la calle a oponernos, a reivindicar nuestros derechos, nos apalean. Cambian leyes a capricho de potenciales inversores, mientras que al pueblo le dicen que la ley es la ley y es poco menos que inamovible. Nos toman el pelo en simulado y diferido, mientras recortan sanidad, prestaciones, educación, derechos laborales… Nos presentan la política como algo detestable, vergonzoso, algo de lo que debemos despegarnos, debemos rechazar, mientras que lo que realmente debemos cuestionar es a la casta dirigente, a los partidos políticos que escenifican grandes debates mientras, de tapadillo, cambian la Constitución para beneficiar a los poderes financieros.
Es posible que gran parte de la clase trabajadora, las mujeres, la ciudadanía en general y otros muchos colectivos inducidos a esta indefensión aprendida nos levantemos cada mañana con un sabor de boca amargo, una sensanción de vulnerabilidad, de no tener herramientas para reivindicar nuestros derechos, de no tener forma de visibilizar nuestro malestar… Pero tengo una buena noticia: no es verdad. Porque tenemos capacidad de generar el cambio, está en nuestra mano crear nuevas herramientas que nos permitan retomar el control, empoderarnos. Solo tenemos que desaprender la indefensión, recuperar nuestra confianza, nuestro orgullo y nuestra dignidad.
Conquistando los espacios de decisión que a día de hoy nos son negados; implicándonos en las diferentes luchas y reivindicaciones sociales que protagonizamos; participando de forma activa en los diferentes movimientos y asambleas de nuestros barrios y ciudades; activándonos en huelgas, concentraciones, marchas, manifestaciones, pegadas de carteles y acciones directas; ideando y planificando un sistema justo, sin desigualdades, sin machismos, orientado a fomentar vidas que merezcan la pena ser vividas; participativo, sostenible, respetuoso con el medio ambiente; no cediendo ni un ápice en la defensa de nuestros derechos individuales y colectivos, proclamar nuevos derechos que nos permitan ser libres, autogestionarnos y organizarnos. En definitiva, reivindicar la política como lo que nunca tuvo que dejar de ser: nuestra. A partir de ahí, el cambio nos pertenece. Activémoslo.
Artículo publicado en Rebelión