Enrique Martínez Flórez – Alternatiba
La cuestión de la alta velocidad ferroviaria en Euskal Herria ha sido objeto de debate y, valga el tópico, han corrido ríos de tinta. Quiero decir que va a ser difícil ser original y lo voy a abordar desde un punto de vista personal y prescindiendo en la medida de lo posible de números y cantidades. La movilidad sostenible compartida por todos, yo la voy a considerar un concepto obsoleto. Es preciso hacer una distinción en el concepto de movilidad para justificar lo dicho. De un lado tenemos una movilidad de alguna manera vacacional, correspondiente a ocio o a circunstancias o necesidades singulares. Por otra parte, existe una necesidad de movilidad cotidiana, diaria que responde a cubrir necesidades sanitarias, educativas y por supuesto laborales.
Esta es la parte del león, la que supone un mayor número de viajeros y necesidades más importante. Todo esto en un marco de distancias cortas que es el que corresponde a Y vasca. Hoy en día abogamos por una nueva cultura en muchos ámbitos: consumo responsable, gestión avanzada de residuos, por ejemplo. En lo que hoy nos ocupa un nuevo concepto se va imponiendo, es la accesibilidad, esto es, superar la necesidad de movilidad. Se trata de una nueva ordenación del territorio que elimine la separación entre los espacios urbanos clásicos: residencial, dotacional y de trabajo antes llamado industrial. Aspiramos a una industria no contaminante, no agresiva con el medioambiente y con la que podamos convivir. Somos conscientes del desarrollo en la tecnología de la información que es capaz de eliminar las distancias, TICs que se están desarrollando en los ámbitos sanitarios, educativos y laborales. Las consecuencias de esta opción son claras: mayor calidad de vida, reducción de jornadas, con el consiguiente aumento de productividad y por todo ello, mayor capacidad de atraer inversiones.
Existe otra consecuencia, la reducción de necesidad del llamado cuarto espacio: infraestructuras viarias. Todas ellas, en mayor o menor medida, agresivas contra el medioambiente y caras. El caso de la Y vasca sus infraestructuras se sitúan en los puestos de cabeza en los dos ranquin. Desde este punto de vista son injustificables las cuantiosas inversiones en unir por alta velocidad ferroviaria ciudades separadas por distancias no apropiadas. A largo o medio plazo la apuesta está profundamente equivocada y favorece la perpetuación de un modelo obsoleto, incómodo e insano, fomenta los desplazamientos cotidianos con la consecuente pérdida de tiempo destinado, por ejemplo, a la conciliación familiar simplemente al ocio. Las citadas cuantiosas inversiones tendrían un destino mejor. No puedo terminar sin referirme al corto plazo. El valor añadido del AHT es el tiempo y que este será menor cuanto menor sea la distancia entre parada y parada. Echar un vistazo al mapa nos releva de ulteriores explicaciones. En cuanto a la rentabilidad económica, está descartada. La Comisión Europea pone el umbral de rentabilidad en nueve de millones de viajeros para un sistema como el proyectado, De Rus es más modesto y lo sitúa en ocho millones al año. Nada más… ni nada menos.
Por último, y quizá la cuestión más importante, la rentabilidad social. Se trata de medir qué aporta a la ciudadanía y si esta aportación justifica una subvención que reduzca el precio que resultaría de la aplicación de los umbrales señalados. Esto ha supuesto una transferencia de rentas a las clases medias y altas. En este sentido, de rentabilidad social ha de incluirse efecto perverso que produce en cuanto a cohesión territorial. Lejos de aportar actividad a las sociedades que une la drena hacia las grandes ciudades. Si de verdad la conexión con Europa por el eje Atlántico va a pasar por nuestro país, que está por ver o simplemente, para conectar con el Reino de España, deberíamos haber pensado en otra posibilidad más eficaz, más humana, más ecológica y más barata.
Artículo publicado en ElPaís