Diana Urrea – Alternatiba
Hay momentos en los que sientes que aquello de que la realidad supera la ficción cobra más sentido que nunca. Así me ha sucedido a consecuencia de mi reciente viaje a Melilla.
Antes de mencionar determinados factores clave para señalar a los responsables directos de esta miseria humana en las fronteras, los reinos español y marroquí, es necesario resumir el contexto en el que llegan las personas migrantes y refugiadas a Melilla.
Cuando hablamos de Melilla, automáticamente se nos vienen a la cabeza las intencionadas imágenes de las “avalanchas” de africanos que intentan cruzar la valla. Vallas en realidad, porque no hay una sino tres; y dentro de poco serán cuatro con la nueva que construye Marruecos. Y digo africanos porque prácticamente en su totalidad son hombres. Las mujeres entran por los pasos fronterizos que a diario transitan entre 20.000 y 30.000 personas (invisibles antes los medios); o bien llegan en pateras.
El primer factor a destacar es el género. Una vez más, las mujeres migrantes y refugiadas se llevan la peor parte: todas ellas son víctimas de reiterados abusos sexuales de origen a destino; la mayoría víctimas de trata con fines de explotación sexual en redes que controlan su trayecto migratorio; además de la violencia machista intrafamiliar que padecen a diario, y de un largo etcétera. Todo ello con amenazas de muerte y algo que es mucho peor para ellas: el vudú.
Esto está intrínsecamente relacionado con el derecho al asilo que potencialmente tienen estas mujeres por las circunstancias anteriormente descritas, sin obviar además que proceden de países en situación de conflicto, de graves crisis humanitarias, lo cual se supone ya está sujeto a protección internacional.
Pero quienes llegan a Melilla y pretenden solicitar asilo, se encuentran con la violación del derecho a la libre circulación de las personas solicitantes, ya que no pueden salir de la ciudad y circular libremente por la península, y por tanto, prefieren esperar a conseguir salir y poder desplazarse hacia la península. El problema es que llevan consigo una orden de expulsión, convirtiéndose entonces en una persona «ilegal», una inmigrante más, sometida a la más absoluta precariedad social, económica y vital.
Es necesario aclarar en este punto que el Gobierno del estado español se niega a considerar la trata de personas con fines de explotación sexual como causa de asilo, por tanto, las mujeres se encuentran desprotegidas y corren el riesgo de ser devueltas a sus países de origen.
Otro factor relevante es la sobreocupación y las condiciones de hacinamiento del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Hemos constatado como 1.600 personas malviven en este centro con capacidad para atender a 480 personas; 400 de ellas menores y con una estancia media de 280 días.
El centro cuenta con tan solo 15 personas funcionarias para atender todas las necesidades, algo absolutamente imposible sin los medios económicos necesarios. La responsabilidad directa de estas condiciones infrahumanas es del Ministerio de Interior del Estado Español.
Otro de los factores, es el mediático: la utilización, una vez más, de los medios oficialistas para hacer creer a la ciudadanía que los saltos a la valla son incontrolables. ¿Alguien cree realmente que estas situaciones son incontrolables cuando las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado cuentan con detectores de calor y movimiento, además de las bases militares marroquíes? Es sencillamente absurdo. Si quisieran, nadie saltaría la valla pero claro, cuando se firman determinados convenios económicos, conviene dejar que se den saltos masivos para distraer la atención y desviarla con el morbo de la miseria humana, con la trata de personas.
Afortunadamente, existen medios alternativos, que nos permiten conocer la realidad de la crueldad de las fuerzas marroquíes con las personas migrantes, haciendo el trabajo sucio a España; dicho por una ONGD melillense “quienes niegan la soberanía a los diferentes pueblos de la península, la ceden a Marruecos para que campe a sus anchas y vulnere los derechos humanos a su antojo”.
Tambíen debemos hablar de la esclavitud más visible de Melilla: Las denominadas “mujeres porteadoras”. Mujeres marroquíes utilizadas para llevar entre España a Marruecos fardos de 30 a 100 kilos a sus espaldas por 2 euros. Basta con darse un paseo por el Barrio Chino para comprobar el horror que padecen.
Aunque si hay algo que resaltar, es la dignidad. La dignidad que no consiguen arrebatar los estados español y marroquí a las miles de mujeres y hombres que cruzan las fronteras por cualquiera de las vías, soportando todo lo que un ser humano puede soportar cuando vive en un mundo avaro y profundamente injusto.
Por un mundo sin fronteras donde la solidaridad entre los pueblos y la ciudadanía universal sean los principios que nos rijan; hoy más que nunca, reivindicamos una Euskal Herria libre e internacionalista que sienta como propio el dolor de todas aquellas personas y pueblos que sufren pobreza e injusticia en cualquier parte del mundo.
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