Enrique Martínez Flórez – Alternatiba
Creo honradamente que Cataluña y Euskadi, (utilizaré el término institucional) llevan vidas paralelas, en el sentido plutarquiano, de su camino hacia una eventual independencia que llegará o no dependiendo de lo que quieran sus respectivos ciudadanos. Sostengo esto de la misma manera que esta semana oía a un tertuliano sostener que el impulso nacionalista, decía él, es único. Y sí, así lo creo, creo que los avances y los portazos, (porque retrocesos no he visto) son comunes, aunque en ocasiones sean repetidos.
El portazo a la ley de consultas que sufrió la vía catalana en el Congreso, no fue sino una reedición de aquel que sufrió Ibarretxe con su plan, aún cuando la envoltura fuera distinta, el fondo era el mismo. Y el resultado. La vía institucional es una vía muerta que termina como las del ferrocarril, en un bloque bipartidista de hormigón.
Cataluña se ha adelantado en esta ocasión, ante la inutilidad de la vía institucional, la sociedad ha tomado la vanguardia de si misma y ha invitado, por decirlo de alguna manera, a los políticos a sumarse, pero entiéndase bien a sumarse, en modo alguno a liderar el camino. Y este es el gran error que está cometiendo Madrid, comprendiendo con esta expresión a políticos y medios. A título de ejemplo, Victoria Prego publicaba en su cabecera un artículo en que alertaba a los políticos catalanes del Apocalipsis al que estaban conduciendo a Cataluña y animaba a los madrileños, (a los políticos) a persistir en la Ley y a tirarles a la cabeza la Constitución.
No servirá de nada, no se puede parar la marea con un libro, por muy solemne que sea, si de verdad es marea social, a los movimientos sociales se les combate con violencia, y así no se les vence. Se le combate y eventualmente se convence, no se vence, con ideas, alguien lo ha expresado acudiendo al término seducción. Podrá servir para convencer a un político decir que algo es ilegal, pero para la sociedad este no es argumento.
Segundo error. Mariano Rajoy contestó ante el ejemplo escocés, lo consideró inapropiado al hablar de la voluntad catalana y, (vasca) de votar y decidir. El motivo de ser desechado es que Cataluña, (y Euskadi) tiene muchas más competencias. No es eso, no, las sociedades no quieren competencias, por una transferencia no forman cadenas que cruzan los países, por cumplir el Estatuto de Gernika no se llenan las calles. La descentralización administrativa o política, el así llamado autogobierno, no es la cuestión.
Se trata de poder real, concretamente poder constituyente o soberanía. Se trata del poder ser titular del poder político, no de estar al albur de una mayoría en el Congreso de un acuerdo bipartidista del que, hoy por hoy, dependen hasta los cacareados derechos históricos, que tendrán virtualidad mientras Madrid así lo quiera.
Este es el motivo de que objetivamente crezca el anhelo independentista, incluso de que objetivamente el deseo de votar sea absolutamente mayoritario, dicen algunos que sí, quizá hasta posiciones avanzadas de algún jeltzale.
Yo no estoy de acuerdo, yo creo que el motivo es más profundo. Creo que la desafección de los ciudadanos con la clase política, (valga la expresión) mueve a la sociedad a otros modos y otras formas de hacer política. Además creo que la profundidad de esta crisis, lo trágico que nos ha traído, ha hecho que amplios sectores sociales, clase media proletarizada, proletariado camino o cerca de la frontera de la pobreza, juventud sin futuro hayan tomado conciencia de clase y desconfíen absolutamente de un Estado incapaz de resolver sus problemas, carcomido por la corrupción y en manos de unas élites lejanas.
Ante esta situación, no bastaría la ley para frenar una marea que reclame poder, social, soberano y popular. Antes o después en Cataluña o en Euskalherria o viceversa.
Publicado en ElPaís