Joxe Iriarte ‘Bikila’ – Alternatiba
Punto final a la polémica con Salvador López Arnal, a propósito de la Marcha por la Dignidad, aunque no (pero en otro momento) respecto al debate sobre las cuestiones nacionales y la izquierda (caso de querer conocerse mi opinión de forma más extensa y detallada:¿Los obreros tienen patria?, Editorial Gakoa, 1991).
De entrada aclarar unas pocas cuestiones. La tardanza en responder tiene que ver con que he leído la respuesta al regresar de la dicha marcha, en la cual participe como parte de la columna Euskal Herria que durante tres días camino por la sierra norte de la Comunidad de Madrid (de cuyos organizadores y asistentes no tengo más que agradecimiento y parabienes, si bien algún roce tuvimos por el uso del euskera en las asambleas, por parte de quienes –ajenos al sentir de los organizadores- son incapaces de oír con respeto otro idioma que no sea en castellano, o ingles) finalizando con la impresionante manifestación que según los organizadores reunió a 500.000 personas (menos que el año pasado pero de gran importancia.)
En segundo lugar, reconozco que en ciertas parte de mi escrito, me pudo un tono demasiado expeditivo y quizás faltón. Ello fue debido a que más allá de las posiciones políticas me sentí ofendido, como independentista de izquierdas, ante la acusación de insolidaridad con los objetivos de la marcha. Aun así, mil perdones a Salvador.
Y para finalizar, dejar claro que la polémica sobre la marcha, tiene varias direcciones: la que se da dentro del independentismo de izquierdas, y la otra, con la izquierda federal. En un artículo titulado Internacionalismo es reciprocidad publicado en vísperas de las marchas (Viento Sur, digital), afirmo: “Sé que muchos independentistas de izquierdas piensan que no tenemos por qué estar en las movilizaciones de ámbito estatal. Que basta con que cada cual luche en su territorio, o quizá en Bruselas, pero nunca en Madrid. Incluso lo de evitar coincidir en el tiempo con las movilizaciones generales. Soy de la opinión contraria. Hay dinámicas propias, de ámbito exclusivamente vasco, que no tienen por qué coincidir con otras; pero también debe haber momentos de confluencia necesarios y a todas las escalas. Sean nacionales, estatales e europeas. A mi juicio, el internacionalismo (máxime cuando se trata de pueblos oprimidos por las mismas oligarquías y el mismo sujeto estatal), consiste en unir fuerzas y solidaridades. Un dar y recibir. Un ir y venir.
Por ello es bienvenida la solidaridad que llega a Euskal Herria para exigir a nuestro lado el respeto por los derechos de las y los presos políticos vascos, como lo es también la que apoya nuestra lucha contra el TAV o quienes saludan la celebración del Aberri Eguna. Y por nuestra parte, respondiendo de forma recíproca, acudiendo a distintos lugares del Estado Español, incluida su capital, en defensa de objetivos ecologistas, feministas y sociales, y cómo no, democráticos, como el derecho a decidir como pueblos y como personas. Sin olvidar el internacionalismo del más alto nivel como el que expresaron las Brigadas Internacionales que el 36 acudieron en defensa de la República y lo que ello suponía en aquel entonces. O el de militantes vascos que murieron en el Salvador combatiendo con el FLM Farabundo Martí.”
Mis RAZONES favor de la independencia de Euskal Herria (validas también para Catalunya) y mis diferencias con el federalismo realmente existente, van por el siguiente derrotero:
En primer lugar, porque considero que en lo relativo a la cuestión nacional, los estados español (monárquico) y francés (republicano) realmente existentes no son transformables en lo fundamental.
Dichos estados se consideran a sí mismos territorialmente indivisibles, independientemente de la voluntad de sus gentes, contrarios al ejercicio del derecho de autodeterminación y únicos depositarios de la soberanía y la autodeterminación nacional. Los artículos 1 y 2 de la constitución española son bien explícitos al respecto. Tal como afirma el catedrático de derecho constitucional, Javier Pérez Royo, en un excelente artículo publicado en El País: Constitucionalmente no existe más que el pueblo español. No existe el pueblo de Cataluña ni de Andalucía ni el de Murcia… El pueblo español es el titular de manera exclusiva y excluyente del poder constitucional.
Ello no es por casualidad. Ambos estados son producto de una historia donde abundan la expulsiones de minorías étnicas y religiosas; anexiones mediante la fuerza militar, políticas de unificación lingüística; guerras y aventuras coloniales, actos de rapiña sobre otros pueblos, explotación y opresión al servicio de las clases dominantes.
En segundo lugar, no aportan ninguna ventaja derivada de su mayor tamaño respecto a las naciones que oprimen (mantengo tal afirmación), y son poco eficaces a la hora de buscar soluciones a problemas que sólo pueden darse a escala más amplia (por ejemplo, la degradación medio ambiental, el cambio climático, etc.), es decir, continental, mundial.
La Unión Europea es un paso en esa dirección, sólo que desde el punto de vista de los objetivos del capital.
En un mundo globalizado en el que muchos centros de decisión son lejanos y opacos, nos parece saludable una reacción desde lo local, para alterar la globalización en un sentido diferente a sus parámetros actuales. Esto es, constituidos en sociedad autogobernada (en su doble sentido nacional y societario) capaz de funcionar como pueblo soberano, con capacidad para decidir libremente con quienes queremos vivir, unirnos y, en qué términos. Por ejemplo, en pie de igualdad con el resto de las naciones, en el marco de una Europa al servicio de los trabajadores y los pueblos.
Hace tiempo que me convencí de que el dicho, ande o no ande caballo grande eran lo más conveniente, (tan querido por cierto marxismo que consideraba que el desarrollo de las fuerzas productivas requería grandes estados, argumento este ya obsoleto desde un punto de vista ecologista y desde la propia globalización capitalista trasnacional, pero que sigue pesando en muchos colegas de izquierda) no es un requisito desde el punto de vista del espacio nacional, ni tampoco PARA la construcción socialista, salvo cuando se vistan como se vistan, corresponden a pretensiones hegemonistas o imperialistas (la antigua URSS y el Pacto de Varsovia, la actual y travestida China).
Sobre el proyecto nacional español, consagrado en la Constitución, AÑADIR:
Tres ocasiones de oro ha tenido el Estado español para cambiar de rumbo: la primera y la segunda repúblicas, y la transición. El peso del nacionalismo reaccionario español en el aparato de estado, las clases dirigentes, y sectores de la sociedad española, derrotaron en los dos primeros casos y arrastraron en el tercero, al resto de las fuerzas políticas (incluidas una buena parte de las nacionalistas, temerosas de perder toda posibilidad de cambio) hacia un proyecto que sigue negando su plurinacionalidad en beneficio de la nación española (la única que goza del pleno reconocimiento y soberanía en exclusiva) cuya integridad, en última instancia, es depositada en las fuerzas armadas.
¿Cabe una cuarta oportunidad? ¿Una hipotética III República española democrática y Plurinacional donde Euskal Herria se reubique en libertad?
Por aquello de que no hay nada imposible, no se puede descartar tal hipótesis (por lo menos transitoriamente), aunque, me resulta harto improbable.
Es más, por todo lo anteriormente expuesto, y la negativa evolución del problema nacional (cuestionamiento de competencia de las regiones autónomas) dentro de la UE, me parece que las dinámicas soberanistas (que en principio podrían ser compatibles con el confederalismo) apuntan hacia el independentismo, o sea, la inserción, directa y sin intermediarios, en una Europa Federal, conformada por pueblos y naciones soberanas, libremente asociados entre sí. Jaime Pastor, en su excelente trabajo, Los nacionalismos, el Estado Español y la izquierda, reconoce que la actual crisis de la UE no hace más que hacer más probable la hipótesis que hace tiempo avanzaba Michael Keating cuando aseguraba que “una UE intergubernamental cuyos Estados impongan muchas restricciones sobre las capacidades de los gobiernos subestatales, incentivará a las nacionalidades a convertirse en Estado, aunque ello no fuera en principio un objetivo prioritario.
Este es el verdadero debate entre la izquierda federalista y la independentista.
Sin dejar de lado la controversia, como dice un viejo refrán euskaldun: gaizki esanak barkatu eta ondo esanak onartu. Lo cual traducido (más o menos) al castellano vendría a decir: disculpen lo mal dicho pero estimen lo bien dicho”.
Salvador, un abrazo.
Publicado en Rebelión
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