Joseba Barriola – Alternatiba
El PNV es un partido del régimen surgido de la transición. Junto con el PP, el PSOE, CiU, el PNV es, hoy día, uno de los sostenes del régimen monárquico-parlamentario español. Dos partidos que jugaron un papel fundamental en la instauración de este régimen, se hundieron en el empeño: UCD, que desapareció y en lo fundamental se integró en el PP y el PCE de Santiago Carrillo, que sumió en el desconcierto y desesperación a miles de militantes comunistas antifranquistas heroicos.
Ciertamente hay diferencias entre todos ellos: el PP porta sobre sí toda la herencia franquista: los llamados poderes fácticos, que se convirtieron (sin arrepentimiento ni perdón ni suelos éticos ni nada) a la religión democrática, es decir, al uso de mecanismos partidistas electorales, manteniendo el poder conformado en el franquismo intacto y su querencia hacia el autoritarismo y la dictadura de Franco.
El PSOE, profundamente realista, interesadamente capitalista e imperialista, de la mano de la socialdemocracia del “occidente otánico” (Partido Socialista Alemán), rechazó el marxismo, abrazó el consenso atado y bien atado de los reformistas franquistas, se encaprichó con los ricos, ensalzó a la Monarquía y a la duquesa de Alba, pasteleó con la Jerarquía Católica, celebró como un evento cultural progresista la conquista y colonización de América, sacrificó a los trabajadores industriales para dar gusto a la Europa de las multinacionales, nos ofreció como base de apoyo de la organización que produce más terror en el mundo: la OTAN. Olvidó su Aberri Eguna del año 1978 tras la pancarta que decía “Autodeterminación en la Constitución” y a los pocos meses fracturaba Hego Euskal Herria, separando con sus votos a Navarra y las tres provincias de lo que resultó Comunidad Autónoma Vasca (organización territorial que nadie había reivindicado en las luchas antifranquistas).
CiU, partido de medianos y grandes burgueses catalanes que hicieron su agosto con Franco, se arrogó catalanismo neoliberal, y fue un fiel defensor de la gobernabilidad y consolidación del Régimen del 78. Gobernabilidad con premios generosos en contratos públicos, facilidades privadas y corrupción impune.
El PNV es diferente. Todo lo ha tragado, fiel a su compromiso central: buscarse un hueco en el entramado político de la Transición. Ha actuado dentro del consenso “atado y bien atado” de la Transición. Consenso que se extiende a la “amnistía” (ilegal en el orden internacional) para los crímenes del franquismo; a los Pactos de la Moncloa (firmados por Ajuriagerra); marginado de la comisión de “Padres de la Constitución”, se abstuvo en el referéndum de la Constitución y luego aceptó la sumisión a la misma (tras el Tejerazo y la LOAPA) y la parcial rebeldía de Ibarretxe, fue boicoteada por el sector dominante del PNV; cuando inmensas movilizaciones exigían el cierre de Lemoniz, Arzalluz hacía el ridículo hablándonos del peligro de que Euskadi se convirtiera en Albania; el PNV apoyó entusiásticamente la entrada en la Europa de las multinacionales, de la Troika y de la austeridad; el PNV apoyó sin fisuras la entrada en la OTAN. Cuando gobernaba el PSOE (a pesar, por ejemplo del GAL) buscó acuerdos con el poder; cuando gobernaba Aznar (a pesar de la guerra de Irak) buscó acuerdos con el poder. En la lucha contra ETA, fue destacado impulsor y defensor de la dispersión, nunca tuvo reparo en llamar y ser y sentirse parte del campo democrático habitado por gales, torturadores condecorados, terroristas de grandes guerras (NATO-Afganistán-Irán). En todas las grandes decisiones del consenso de la Transición, el PNV ha estado con el Régimen actual. ¿Cuál es, pues, su diferencia?
En primer lugar, extraña que con su número de diputados (5-8) sea de tanta consideración y peso el PNV. ¿Qué explicación? Creo que la explicación fundamental no es ni su fuerza ni su diplomacia ni su astucia; la explicación fundamental es que le era necesario al gran Consenso entre franquistas y oposición de poltrona democrática, para conseguir pacificar y dominar el territorio más rebelde contra la Constitución, contra Europa y contra la OTAN. Esta calificación está refrendada no sólo en los tres referéndums correspondientes, sino en las luchas contra la central nuclear de Lemoiz, por la Amnistía, contra el desmantelamiento industrial, contra la mili y por la insumisión, por los derechos de las mujeres, por lo movimientos vecinales, por la red de gaztetxes, radios libres, por los resultados electorales, y por el peso y apoyo social de la lucha armada, que llevó a Aznar (entrados en los 90) a calificar a la izquierda abertzale como movimiento vasco de liberación nacional. El PNV fue solicitado para aplacar el movimiento rebelde de Euskal Herria a favor del consenso franquista reformista. Aceptó ese papel, incluso después del Tejerazo y la LOAPA. Aceptó el papel por un plato de suculentas lentejas (poderes autonómicos, legislativos y económicos). Pero de esa manera se convirtió necesariamente en el bufón con corbata del opresor.
Luego, como tal, se vio forzado a hacer ejercicios de prestidigitación: Arzallus cantaba ante los juzgados de Bilbao el “Eusko Gudariak” brazo y paraguas en alto, pero a la vez apoyaba el PNV la dispersión de los presos y Jaurlaritza disparaba chorros de agua contra la ikurriña que presidía una manifestación por los derechos de los presos. Mientras la gente sabía y decía que la jerarquía del PSOE estaba implicada en el montaje del GAL, el PNV firmaba con ese mismo PSOE pactos de gobierno, bipartitos y pactos “antiterroristas” de Ajuria Enea. Mientras Anasagasti pone a caldo al rey Juan Carlos, el PNV no se define ante la sucesión de Felipe VI. Ortuzar y Egibar no se cansan de decir que Bildu todavía no es suficientemente democrático (la Ertzaintza sí lo es) y que tiene demasiados sueños de justicia (robar Kutxabank es realismo), y ocultan que ellos quieren mantener con algún retoque el pasado Régimen de la Transición “que le llaman democracia y no lo es”, y sobre todo mantener el pasado de tiranía del mercado y de los grandes ricos amigos como BBV, Petronor, Confebask o Kutxabank. Proponen un “estatus político” nuevo previo plácet del estado, pero les molesta mencionar el nombre de Ibarretxe, y se apresuran a apoyar el TTIP que es la muerte de toda soberanía. Se las dan de eficaces gestores, pero nunca explican que en su gestión los ricos son más ricos y los de abajo más pobres. Se las dan de gestores honestos, pero honesta y legalmente hacen el expolio de convertir Kutxabank en propiedad privada de 15 banqueros elegidos por el tándem PNV-PP-PSOE, y poco a poco van apareciendo casos de corrupción así definidos por jueces de este sistema. No es de extrañar el mutis del PNV en la denuncia de la corrupción. Tenían prisa de volver a pisar las alfombras, no vaya a salir porquería indeseable que pudiera hacerse pública.
Justamente la actitud ante el Régimen del 78, y no otra cosa fue el detonante de la escisión entre EA y PNV. Quizás, acaso, la pugna personal entre Arzallus y Garaikoetxea; la discusión sobre el papel de las instituciones centrales vascas o de las diputaciones etc. se mezclaron en las discusiones – pero la explicación de fondo de la escisión entre EA y PNV es la actitud ante el Régimen del 78. Tras el Tejerazo EA entendió que estábamos ante una involución definitiva del Régimen del 78, con apoyo de todo el arco parlamentario. Era el triunfo del PSOE. EA votó en contra de la OTAN. No aceptó seguir de marionetas de un poder que considera enemigo el deseo de libertad del pueblo vasco.
Así las cosas, mientras las grietas del edificio del Régimen de la 78 se amplían y ahondan, mientras en Nafarroa se da un salto mayúsculo frente al régimen, el PNV logra un resultado exitoso en las últimas elecciones municipales y forales. También las tuvo el PP hace cuatro años. Si logramos terminar con el Régimen de la democracia falaz, ¿qué pasará con un PNV sostén fiel de ese Régimen? ¿No estaremos ante el canto del cisne? Herriaren esku dago.