Uno de los vídeos creados para difundir EH Bildu komunitatea tiene como protagonista a nuestra compañera Diana Urrea. Aquí su historia:
He aquí una vasca- colombiana nacida hace 28 años en Armenia, una ciudad un poco más grande que Bilbo.
Con 10 años vine con mi familia a vivir a Euskal Herria, concretamente a Mungia (Bizkaia). Vinimos porque mi madre y mi padre querían un futuro mejor para mi hermano Jon y para mí.
Mi padre era trabajador del hospital público de Armenia donde trabajó durante 18 años, hasta que hubo una restructuración y despidieron a 800 personas, entre ellas mi padre. Mi madre trabajaba en casa cuidando de mi hermano y de mí.
Cuando despiden a mi padre, deciden emprender un nuevo rumbo en busca de un futuro mejor que garantice mayores oportunidades para la familia.
Mi madre es la primera en viajar. Decide viajar a Euskal Herria con una amiga suya, a casa de una familia que había sido vecina de nuestro barrio y que fueron los primeros colombianos que llegaron a Mungia.
Al llegar a Mungia, se encuentran con múltiples oportunidades de trabajo para las mujeres en el sector doméstico. Mi madre consigue un trabajo de interna cuidando 3 niños y haciendo las labores de la casa de una acaudalada familia de la zona.
Mi padre decide viajar para encontrarse con ella 3 meses después cuando mi madre había conseguido algo de dinero para pagar una habitación en casa de unos conocidos que con buena voluntad se la dejaron barata para que pudiera recibirnos.
Mi hermano y yo nos quedamos con mi abuela y a los 3 meses de estar mi padre en Mungia, llegamos nosotros. Era una niña cuando viajé, pero ello no me impidió sentir que el mundo se venía encima porque iba a un lugar completamente diferente al mío y tendría que adaptarme a una nueva vida.
Los inicios son muy duros, dormíamos los 4 en una cama y un par de colchones situados en la habitación que había alquilado mi madre. Para cuando llegamos, ella había dejado de trabajar como interna para poder compartir algo de tiempo con Jon y conmigo.
Mi padre tuvo más dificultades para encontrar trabajo aunque finalmente pudo empezar haciendo pequeñas labores de albañilería o jardinería.
Llegamos en pleno invierno y veníamos de un clima muy diferente, con lo que no teníamos la ropa adecuada, y como no teníamos nada de dinero, fuimos a Cáritas a pedir ropa de abrigo y mantas para resguardarnos del frío.
También nos apuntamos en la Cruz Roja donde no recuerdo si era semanal o mensualmente, nos repartían alimentos de primera necesidad (galletas, aceite, pan, leche, arroz, quesitos…)
Mi madre ahorró algo de dinero y pudimos coger en alquiler un piso que era tan antiguo, que cualquier película de época podría haberse rodado allí…
Recuerdo haberme pasado tardes enteras en el salón de aquel siniestro piso, viendo programas en una vieja TV que por suerte le regalaron a mi madre, y merendando leche con galletas Maria que era el producto estrella de la Cruz Roja.
Entraba tanto frío en aquel piso que el catarro era una constante en nuestras vidas. Compramos un calefactor de queroseno para calentarnos pero no había manera porque el calor se escapaba por aquellas ventanas viejas de madera.
Mi hermano y yo llegamos en pleno periodo escolar. Fue una experiencia muy buena empezar a clase porque conocí a gente realmente bonita que hizo de mis primeros momentos de estancia, grandes días de alegría, tanto profesoras y profesores, como compañeras y compañeros.
Me adapté muy fácilmente a la dinámica del centro escolar y por suerte, desde el principio tuve muy buenas notas algo que para mí en ese momento era fundamental porque era el modo de agradecer a mi familia el sacrificio que habían hecho para que yo tuviese mejores oportunidades que las que tendría de haber seguido en Colombia.
Con 14 años empecé a trabajar en casa de una pareja de personas mayores limpiando por las tardes. Recuerdo que fue duro aquello pero yo tenía claro que no quería generar gastos en mi familia o al menos los mínimos posibles.
Con 15 años empecé a trabajar en una pastelería en Mungia los fines de semana como dependienta. Este trabajo me gustaba mucho más que el anterior y tenía más oportunidades de ahorrar para todos los gastos que pudiese tener en el momento.
Mi padre finalmente consiguió un trabajo de vigilante y tanto mi madre como mi padre, pudieron regularizar su situación y nosotros por reagrupación familiar.
Fueron pasando los años, pudimos empezar los trámites de la nacionalidad y esperar 3 años hasta que nos la otorgaron.
Estudié la Diplomatura de Turismo, unos estudios que pude pagar gracias a la ayuda familiar, a las becas universitarias y al trabajo en la pastelería. Posteriormente me especialice en comercio internacional.
Desde siempre en mi familia hemos vivido la política de un modo muy intenso y llegar a Euskal Herria era un sitio ideal para seguir viviéndola de ese modo. Desde que llegamos, empezamos a conocer a fondo la historia de Euskal Herria en todas sus dimensiones. A medida que iba conociendo más a fondo la realidad del país, comprendía que todo aquello que nos habían enseñado en Colombia del Estado Español era una gran mentira y que desde luego el pueblo vasco era mi pueblo. El sentimiento independentista empezó a hacerse muy fuerte en mi familia. Comprendimos que podíamos sentirnos vascas habiendo nacido en Colombia o en cualquier otro lugar del mundo, porque no importaba de dónde vinieras, importaba el presente y en ese presente, la lucha por vivir en un lugar justo y solidario.
Un día decidí dar el salto y afiliarme a Alternatiba, tenía cada vez más claro que mi militancia tenía que aumentar así que me introduje a fondo en la mesa feminista y en la internacionalista.
Y desde ese prisma empecé como parlamentaria en Gasteiz, apostando desde su formación, por Euskal Herria Bildu como el único sujeto político capaz de liderar en Euskal Herria el cambio político y social que nos permita vivir en una sociedad más justa en la que todas las personas tengan todos los derechos, independientemente de su lugar de nacimiento.
He aquí una vasca- colombiana nacida hace 28 años en Armenia, una ciudad un poco más grande que Bilbo.
Con 10 años vine con mi familia a vivir a Euskal Herria, concretamente a Mungia (Bizkaia). Vinimos porque mi madre y mi padre querían un futuro mejor para mi hermano Jon y para mí.
Mi padre era trabajador del hospital público de Armenia donde trabajó durante 18 años, hasta que hubo una restructuración y despidieron a 800 personas, entre ellas mi padre. Mi madre trabajaba en casa cuidando de mi hermano y de mí.
Cuando despiden a mi padre, deciden emprender un nuevo rumbo en busca de un futuro mejor que garantice mayores oportunidades para la familia.
Mi madre es la primera en viajar. Decide viajar a Euskal Herria con una amiga suya, a casa de una familia que había sido vecina de nuestro barrio y que fueron los primeros colombianos que llegaron a Mungia.
Al llegar a Mungia, se encuentran con múltiples oportunidades de trabajo para las mujeres en el sector doméstico. Mi madre consigue un trabajo de interna cuidando 3 niños y haciendo las labores de la casa de una acaudalada familia de la zona.
Mi padre decide viajar para encontrarse con ella 3 meses después cuando mi madre había conseguido algo de dinero para pagar una habitación en casa de unos conocidos que con buena voluntad se la dejaron barata para que pudiera recibirnos.
Mi hermano y yo nos quedamos con mi abuela y a los 3 meses de estar mi padre en Mungia, llegamos nosotros. Era una niña cuando viajé, pero ello no me impidió sentir que el mundo se venía encima porque iba a un lugar completamente diferente al mío y tendría que adaptarme a una nueva vida.
Los inicios son muy duros, dormíamos los 4 en una cama y un par de colchones situados en la habitación que había alquilado mi madre. Para cuando llegamos, ella había dejado de trabajar como interna para poder compartir algo de tiempo con Jon y conmigo.
Mi padre tuvo más dificultades para encontrar trabajo aunque finalmente pudo empezar haciendo pequeñas labores de albañilería o jardinería.
Llegamos en pleno invierno y veníamos de un clima muy diferente, con lo que no teníamos la ropa adecuada, y como no teníamos nada de dinero, fuimos a Cáritas a pedir ropa de abrigo y mantas para resguardarnos del frío.
También nos apuntamos en la Cruz Roja donde no recuerdo si era semanal o mensualmente, nos repartían alimentos de primera necesidad (galletas, aceite, pan, leche, arroz, quesitos…)
Mi madre ahorró algo de dinero y pudimos coger en alquiler un piso que era tan antiguo, que cualquier película de época podría haberse rodado allí…
Recuerdo haberme pasado tardes enteras en el salón de aquel siniestro piso, viendo programas en una vieja TV que por suerte le regalaron a mi madre, y merendando leche con galletas Maria que era el producto estrella de la Cruz Roja.
Entraba tanto frío en aquel piso que el catarro era una constante en nuestras vidas. Compramos un calefactor de queroseno para calentarnos pero no había manera porque el calor se escapaba por aquellas ventanas viejas de madera.
Mi hermano y yo llegamos en pleno periodo escolar. Fue una experiencia muy buena empezar a clase porque conocí a gente realmente bonita que hizo de mis primeros momentos de estancia, grandes días de alegría, tanto profesoras y profesores, como compañeras y compañeros.
Me adapté muy fácilmente a la dinámica del centro escolar y por suerte, desde el principio tuve muy buenas notas algo que para mí en ese momento era fundamental porque era el modo de agradecer a mi familia el sacrificio que habían hecho para que yo tuviese mejores oportunidades que las que tendría de haber seguido en Colombia.
Con 14 años empecé a trabajar en casa de una pareja de personas mayores limpiando por las tardes. Recuerdo que fue duro aquello pero yo tenía claro que no quería generar gastos en mi familia o al menos los mínimos posibles.
Con 15 años empecé a trabajar en una pastelería en Mungia los fines de semana como dependienta. Este trabajo me gustaba mucho más que el anterior y tenía más oportunidades de ahorrar para todos los gastos que pudiese tener en el momento.
Mi padre finalmente consiguió un trabajo de vigilante y tanto mi madre como mi padre, pudieron regularizar su situación y nosotros por reagrupación familiar.
Fueron pasando los años, pudimos empezar los trámites de la nacionalidad y esperar 3 años hasta que nos la otorgaron.
Estudié la Diplomatura de Turismo, unos estudios que pude pagar gracias a la ayuda familiar, a las becas universitarias y al trabajo en la pastelería. Posteriormente me especialice en comercio internacional.
Desde siempre en mi familia hemos vivido la política de un modo muy intenso y llegar a Euskal Herria era un sitio ideal para seguir viviéndola de ese modo. Desde que llegamos, empezamos a conocer a fondo la historia de Euskal Herria en todas sus dimensiones. A medida que iba conociendo más a fondo la realidad del país, comprendía que todo aquello que nos habían enseñado en Colombia del Estado Español era una gran mentira y que desde luego el pueblo vasco era mi pueblo. El sentimiento independentista empezó a hacerse muy fuerte en mi familia. Comprendimos que podíamos sentirnos vascas habiendo nacido en Colombia o en cualquier otro lugar del mundo, porque no importaba de dónde vinieras, importaba el presente y en ese presente, la lucha por vivir en un lugar justo y solidario.
Un día decidí dar el salto y afiliarme a Alternatiba, tenía cada vez más claro que mi militancia tenía que aumentar así que me introduje a fondo en la mesa feminista y en la internacionalista.
Y desde ese prisma empecé como parlamentaria en Gasteiz, apostando desde su formación, por Euskal Herria Bildu como el único sujeto político capaz de liderar en Euskal Herria el cambio político y social que nos permita vivir en una sociedad más justa en la que todas las personas tengan todos los derechos, independientemente de su lugar de nacimiento.
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