Joxe Iriarte – Bikila
A tenor de la reciente publicación del libro “La meta esta en Itaka: una crónica periodística, literaria y sentimental sobre la Behobia-Donostia” escrita por el errenteriarra Álber Vazquez, Patxi Irurzun ha realzado un interesante reportaje titulado “Correr, correr, malditos”. Su lectura me ha motivado a escribir estas líneas.
De entrada, reconozco que soy uno mas de los muchos afectados por la pasión de correr. Pasión que arrastro desde la época juvenil (allá por los 60) tiempo donde éramos solo unos pocos y además considerados un tanto chiflados.
Si tuviera que definirme en relación a tal afición, diría, que soy un korrikalari de largo aliento, que transita por la vida alternado el descanso necesario y el esfuerzo. Digo «korrikalari», y no «pedestrista» (como dice definirse Álber Vazquez) ni «runner» (del gusto de tanto pijo) porque es el mejor modo de definirme en mi entorno.
Dicho tránsito me ha enseñado que meta y camino van de la mano. Que alterar lo uno supone alterar lo otro. Uno transforma mientras se transforma. Conforme pasan los años, el cronómetro importa menos, el recorrido se realiza de otra forma y el resultado es diferente. El título de la primera experiencia literaria de Kilian Jornet “Correr o morir”, me desconcertó, pero conforme iban pasando las páginas cambió mi percepción. Correr es vivir. Vivir intensamente, a veces al límite, donde lo importante es vencerse a si mismo. Importa el crono, importa el puesto, pero lo verdaderamente importante es alcanzar el objetivo marcado. Salir de casa al despuntar el alba y figurarse un recorrido al ritmo que el cuerpo lo vaya indicando, registrando sensaciones, derivadas del puro gozo de correr, incluso cuando la dificultad climatológica, o el obstáculo que se le presenta de improvisto (pasar por encima de una roca helada o saltar una sima) amenaza con impedirle realizar lo deseado.
¿Por qué tal reto? El ser humano necesita tanto de la placidez del reposo, como del estímulo del intelecto, o de la superación de sus supuestos límites físicos: más rápido, más alto, más fuerte…
Correr, tras ponerse las zapatillas, o a pies desnudos porque el terreno te lo permite y además te trasmite sensaciones nuevas. Correr y pensar. Pensar corriendo. Hay quienes dicen que mientras corres no piensas, en todo caso te distraes para evitar el sufrimiento o el aburrimiento. Cabe tal opción. No es mi caso. Hay veces en que se corre mirando al entorno, en comunión con el mismo, sea el público de una carrera popular, sea la mas variada naturaleza, playa, monte, ciudad o pleno bosque. Qué sensación más plena correr en medio del bosque. Qué recogimiento el hacerlo de noche en medio de una solitaria carretera. Pero ocurre también, que ensimismado en reflexiones y pensamientos varios no recuerde por dónde he andado. Hace pocos días, al terminar la vuelta no recordaba si había regresado por el atajo de la derecha o por el recorrido habitual. La mayoría de mis escritos, políticos o literarios los he desarrollado mientras corro. Eso sí, llegar a casa, ducha y a plasmar en el papel todo lo que recuerdo.
Patxi Irurzun nos ilustra sobre su efecto en la literatura: Jean Echenoz “Correr”, una biografía novelada de Emil Zatopek, a quien vi correr en su fase crepuscular en el hipódromo de Lasarte. Me impresionó el contraste entre el rictus de dolor que trasmitía su rostro y el tosco movimiento de su tronco superior, y la alegría de poderosa y rápida zancada. Las historias de Haruki Murakami: para quien el correr se halla ya en el ámbito de lo metafísico. “La soledad del corredor de fondo” de Alan Sillitoe, un soplo de libertad que leí con fruición en el 68, en pleno franquismo y encuartelado en Logroño. Y lo volví a leer hace unos pocos años. Ganar perdiendo. No vendiéndose por unos míseros privilegios a cambio de acatamiento. La historia de los maratones olímpicos de Pedro Escamilla. Emil Zatopek, Abebe Bikila, el cuarto puesto de nuestro Martin Fiz. Spiridon Luis el pastor griego vencedor del maratón de los primeros juegos olímpicos de la era moderna. A quien un carnicero le prometió abastecerle de la carne necesaria de por vida. Si lo cumplió, no se supo.
Correr y escribir. Mi particular aportación. “Iraultzen Maratoia”. Un libro que escribí hace 14 años. 42 kilómetros, otras tantas historias épicas, repletas de rebeliones, muchas derrotas y pocas victorias en el duro camino por la emancipación. Hombres y mujeres siempre corriendo tras su destino, que no es otro que el por ellos forjado. Todo empieza con iniciativo trote por el bidegorri de Oiartzun engullido por la niebla matutina, y regresa en medio de la Korrika de AEK. También sobre el maratón en el Sahara, Riag Entinak, correr castigado por el siroco del desierto…
Y la Behobia-Donostia. Dentro de pocos días otra más. Llevo años diciendo, esta la última. Ya hace tiempo que el cronómetro ni mirarlo. Me vale salir a correr varias veces a la semana, mientras siga disfrutando y el cuerpo aguante. Prepararse para la Behobia, es otra cosa. ¿Por qué entonces? Por el publico, seria una razón. La adrenalina que segrega la espera, otra. Quizás por el tránsito, paso a paso, por lugares liberados durante unas horas a la tiranía del trafico rodado. Irun, Ventas, Gaintxurizketa (antes Lezo), Errenteria (antes el puerto), Buenavista, Alto de Mirakruz, Ategorrieta, Gros, Kursaal y el Boulebar, en pleno anonimato, aunque de vez en cuando escuchas la voz de un conocido que te trasmite ánimos. Recuerdo el año pasado haber oído, ¡Los viejos roqueros nunca mueren! Para mis adentros: ¡Pero la palman! Y desgraciadamente hubo quien palmó, y no era precisamente un viejo. Pero sobre todo. La Behobia-Donostia sigue suponiéndome un reto.
Hubo varios años que corrí de «extranjis», con dorsales de otros, porque me mosqueé con los organizares una vez que la carrera sobrepasó una cifra y nos quedamos sin dorsal porque no me había inscrito por internet. Una carrera para suscribirse a tiempo previa la carrera de a pie. Se me antojaba un despropósito. Al final la reconciliación. La Behobia es lo que es, no cabe otra forma aunque sí mejoras. Lo tomas o lo dejas. Y lo volví a tomar, con dorsal incluido.
Los últimos años he portado sobre mi espalda símbolos relativos al Sahara, Egunkaria, Cataluña, contra el TAV, contra la incineradora, a favor de los presos. Este año llevaré el pañuelo de Gure Esku Dago, con el que unos días antes rodearemos la Bahía de Pasaia.
Publicado en Naiz