Luis Salgado – Alternatiba
De todos los preceptos religiosos que he ido conociendo a lo largo de mi vida, los pecados son, sin duda, aquellos que más inexplicable atracción me han provocado. Quizás porque no dejan de ser leyes y prohibiciones, y todo lo que está prohibido nos atrae.
Existen pecados de todo tipo y color. Por pensamiento, por obra u omisión, –qué gran palabra tan olvidado su sentido y tan usado por nuestros gobernantes cuando de ayudar al prójimo se trata- pecado original, pecado top-manta, pecado mortal, pecado venial. Todos pecamos, incluso cuando no sabemos que lo hacemos, y el castigo es terrible, “la muerte del alma”. El pecado ha sido una de las formas más eficientes de control social desde su invención en el medievo, hasta nuestros días, aunque ahora cada vez sean menos los que les prestan atención.
Para evitar “la muerte del alma” sólo hay tres caminos; Llevar una vida recta y sin mácula, que te aleje del pecado, aunque no lo olvides, siempre, siempre, llevarás en tu currículo la mancha del pecado original. Arrepentimiento, confesión y absolución. Aunque en teoría puedes realizar este camino a modo de self-service, la Iglesia te recomienda que lo hagas a través de un párroco que escuchará tus pecados, te impondrá una penitencia –con donativo incluido a poder ser- y finalmente de absolverá. Y por último existe un camino menos transitado para “limpiar el alma”, un camino pensado especialmente para ricos y burgueses, para que puedan pecar sin miedo, “Las indulgencias o bulas papales” (sí, ya sé que hay matices y diferencias entre una indulgencia y una bula, pero no voy a escribir una tesis, ni siquiera a plagiarla ahora que está de moda) Básicamente estas indulgencias y/o bulas consisten en reconocer que se ha pecado o se va a pecar y pagar una suculenta suma para que no cuente.
Los tiempos cambian, y la Iglesia ya no es lo que era. Su reino no es de este tiempo aunque todavía tenga mucha capacidad de molestia. Dios tiene forma de billete, a los altares los llamamos bolsas, sus párrocos cambiaron hábito y sotana por traje y corbata, y ya no nos preocupa tanto la muerte del alma como la muerte del cuerpo. Pero seguimos creando pecados. Nos llenamos de prohibiciones para prolongar la vida revistiéndolo todo de saludables ejercicios, dietas y recetas para una vida sana. Y si no lo hacemos así, ahí está la nueva Iglesia-Estado para recordarnos que nos estamos saliendo del camino marcado. Para recordarnos que al encender un cigarrillo estamos pecando igual que si nos tomamos un carajillo. Y la lista de pecados aumenta sin cesar. Y ahora se desata en el Estado una campaña contra el nuevo gran enemigo de la salud, el azúcar.
¡Ay, pero qué adelantada a su tiempo fue la Iglesia Católica! Y así el Estado también descubre que los pecados no están tan mal, si te los puedes pagar. A las indulgencias las llamamos impuestos en el siglo XXI. ¡No peques! Por tu bien. Pero si quieres hacerlo sólo tienes que pagar.
Y mientras tomo mi refresco en el bar me sorprendo al observar que desde la progresía esto no se ve mal. Y hablan de cifras, que por debajo de un 20% del precio inicial no tendrá utilidad. ¡Y me cago en D…! qué no os entiendo, que me estáis tratando de engañar. Que mi salud no os importa, que se trata de recaudar, y de hacerlo sin molestar a los grandes señores, y al Capital. Que si modificamos Sociedades, Riqueza, Patrimonio… se van a mosquear y se van a ir al Paraíso y nosotros acá. Y no me molesta la derecha, ellos ya sé a lo que van. Me sorprenden los progres queriéndome llevar al Mundo Felicidad.
De su blog El mundo imperfecto