Afirmar que la precariedad es una característica propia del sistema capitalista imperante no aporta nada nuevo. Decir que es un sistema que por naturaleza y definición se sostiene sobre la precariedad de millones de personas y una desigualdad creciente, tampoco. Añadir que cuanto mayor es su avance, su implementación y su desarrollo mayores son las desigualdades y muchas más son las personas que tienen que sobrevivir al día a día de manera precaria, no es novedad. Concluir que es un sistema que favorece un modelo de relaciones laborales que está sistemáticamente y permanentemente arraigado en el mercado laboral —el modelo de precariedad— es correcto. Empezar a articular respuestas multidimensionales… es vital.
Vivimos en la era de la digitalización, no cabe duda; cambio de paradigma en los diversos ámbitos de la vida es indiscutible. Y, consecuencia de esta realidad, tenemos nuevos modelos de relaciones laborales. En concreto, estamos inmersos en un proceso paulatino de digitalización de la subcontratación laboral. Los nuevos modelos de negocios, conocidos en neolengua emprendedora como “nueva economía digital” o “economía colaborativa” han generado nuevas realidades, nuevos modelos de relaciones laborales, precarizando las condiciones y situación de las trabajadoras y trabajadores hasta el extremo, siempre en beneficio de las ganancias empresariales.
En esa situación se basan las empresas de reparto en zonas urbanas del sector delivery, tales como Glovo, Deliveroo o UberEats. Las mensajeras y mensajeros conocidos como “riders” se emplean principalmente en el reparto de comida, aunque transportan cualquier otro tipo de producto, generalmente de consumo rápido, en pequeñas distancias.
Organizadas al estilo de las compañías que se han puesto de moda en otros ámbitos de la economía, estas compañías utilizan y organizan vía internet, a través de una app; personas repartidoras con contratos autónomos, pero férreamente controlados por las empresas. Reparten en bicicleta, en la mayoría de los casos, pero también a pie, en moto, en coche o en transporte público. Sin baja por enfermedad, sin derecho a paro, sin ningún derecho sindical.
En estas condiciones, la compañía puede tener en cada ciudad todos los mensajeros y mensajeras que quiera, de una forma barata y sin hacerse responsable de nada. Bueno… de una cosa sí se responsabiliza: de ingresar una cantidad de dinero por cada entrega.
Víctimas perfectas: colectivos vulnerables
Este modelo cuenta con sus víctimas perfectas: los colectivos más vulnerables. Personas migrantes, personas desempleadas de larga duración, personas en riesgo de exclusión y sobre todo personas jóvenes. Jóvenes que han nacido, crecido, estudiado y accedido a un mercado laboral muy deteriorado, una juventud a la que mayormente se le ofrecen contratos temporales, de prácticas y formación, trabajos remunerados sin contrato, trabajos con salarios mezquinos e incluso se les alienta para hacerse voluntarios en grandes eventos que teóricamente generan tal riqueza que llenan las portadas de algunos medios. Son, al fin y al cabo, las “becarias” y “becarios” que el mercado necesita para perdurar.
Decía Marx que las clases dominantes ponen los medios de producción, y los y las trabajadoras estamos obligadas a vender nuestra fuerza de trabajo, y así aparece la explotación de las personas, quedándose el patrón con la plusvalía. Empresas como Glovo dan otra vuelta de tuerca a la explotación. ¿Y si el trabajador pone sus medios? Y ahí van con su distintiva mochila por la que han pagado 60€, en su propio medio de transporte, con una ´app´ instalada en su propio dispositivo móvil y pagándose su cuota de la seguridad social.
Esta uberización de las relaciones laborales es la consecuencia de la digitalización de la subcontratación laboral, y un paso determinante hacia el modelo de explotación basada en la idea de “empresa sin trabajadores” del gran capital.
Vemos cada vez más “riders” pedaleando por nuestras ciudades y núcleos urbanos más poblados, una realidad que, junto al hecho de disponer de una enorme capacidad para crear demanda inducida, sobre todo entre la juventud, también está fijando, poco a poco, un nuevo hábito de consumo en nuestra sociedad, un hábito de consumo que viene a agrandar la brecha salarial y es perjudicial para la cohesión social, porque perpetúa condiciones de vida precaria entre determinados colectivos.
Hora de hacer propuestas, de dar respuestas
Hasta ahora, se venía presentando la precariedad juvenil como un pequeño puente que necesariamente había que cruzar, como si de una etapa transitoria se tratara, una etapa que conducía, a corto plazo, a un empleo en condiciones dignas, pero esos plazos se van alargando de forma constante: ya no son dos años, sino etapas de diez años y, en algunos casos, ilimitadas. Y con las consecuencias directas que trae la uberización de la economía y que afecta directamente a las personas jóvenes vamos tarde. La concienciación y denuncia desde los colectivos y movimientos sociales es imprescindible, pero al mismo tiempo hay que tomar medidas como ya han hecho en otros lugares de Europa.
Desgraciadamente, no contamos con todas las competencias para hacer frente a esta realidad cada vez más presente en nuestro país, pero se puede hacer mucho desde nuestras instituciones y gobiernos, y no se está haciendo nada. Es imprescindible actualizar los convenios de colaboración entre Inspección de Trabajo del Gobierno Vasco y las haciendas de los territorios históricos, desarrollar e implementar planes y programas por la propia Dirección de Trabajo o elaborar estudios por el CRL y la Autoridad Vasca de la Competencia. Y a nivel de concienciación, además de todo lo que podamos organizar y apretar desde la calle hacer campañas desde las instituciones, asociaciones de consumidores y organismos como Kontsumobide.
En definitiva, hay que tomar decisiones y establecer medidas de forma inmediata, usando las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Hay que pinchar el ´Glovo´ antes de que sea demasiado tarde.
Josu Estarrona – Alternatiba
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