Vivimos días difíciles. Días en los que la crisis de cuidados se hace sentir más fuerte que nunca, de pérdida de personas queridas.
Días de distanciamiento con aquellos que más nos hacen falta, días de incertidumbre y ausencia de libertad.
La ciudadanía de aquí y de allá, confinada en sus casas -los más afortunados-, sigue con atención unos medios de comunicación que constantemente nos bombardean con mensajes de alerta, pánico y miedo. Y en esa vorágine mediática, aparecen los salvadores de la patria: las fuerzas de seguridad del estado que con sus 4×4 y sus armas, atraviesan nuestros pueblos y ciudades -en pos de la seguridad de todas, según dicen-. Una exhibición casposa, un despliegue militar encubierto que nada tiene que ver con superar un virus, sino con el propósito de implantar un nacionalismo español belicista dentro del inconsciente popular.
No es nuevo, Euskal Herria históricamente ha sido y es un pueblo antimilitarista. Desde el movimiento insumiso, el más fuerte del estado, hasta el Alde Hemendik, siempre nos hemos movilizado por un modelo de país libre de armas, violencia y militarismo. ¿Entonces a qué viene este alarde de poder policial y militar? Mientras la ciudadanía demuestra tener mucha más altura política que la mayoría de los gobiernos, afrontando el día a día con paz, solidaridad y organización ante la pandemia, desde el gobierno español insisten, día tras día, en poner la unión manu militari de la patria como el ingrediente estrella que nos saque de esta mal llamada “guerra”. Ni estamos en guerra, ni somos soldados.
Vivimos días difíciles, y por ello debemos aunar fuerzas y aprovechar esta crisis del sistema para abogar por un cambio del paradigma capitalista que nos permita transitar hacia un modelo de sociedad que ponga la vida en el centro. Un modelo que sitúe a las personas y los cuidados en el centro de todas las cosas. El militarismo, y cualquier ejército, constituyen los valores contrarios a la solidaridad, igualdad y tolerancia. Por eso, por eso sobran.