Faltan unos días para que tengamos una nueva cita con las urnas. Van a ser unas jornadas largas y pesadas, en las que van a coincidir la campaña electoral oficial de los comicios autonómicos vascos con el tramo final de la Liga de fútbol. Se trata de competiciones en las que, por regla general, ganan los más poderosos, los que tienen más contactos y los que administran más recursos económicos. Vale lo mismo para el Real Madrid y el FC Barcelona, en la Liga, que para el PNV en las elecciones vascas: juegan en la misma competición, pero con muchos más recursos –mediáticos y empresariales- que sus rivales.
No soy amante del fútbol, pero admito que me alegro cuando no ganan los de siempre y los que más tienen. En la política, me sucede lo mismo con respecto a un PNV muy seguro de sí mismo y de la eficacia de la inversión propagandística que ha realizado desde las diferentes administraciones que gobierna. Es como si la formación de Andoni Ortuzar quisiera hacer ver que nada de lo sucedido en esta legislatura le va a provocar desgaste alguno.
La relación de escándalos y chapuzas ha sido tan larga que me resisto a pensar que no le va a pasar factura: la sentencia del Caso De Miguel, el mayor caso de corrupción en la historia del País Vasco que lleva a la cárcel a tres exdirigentes del PNV; la gestión del vertedero de Zaldibar, donde un derrumbe mantiene sepultados desde el 6 de febrero los cuerpos de Joaquín Beltrán y Alberto Sololuce, cuya recuperación era «prioritaria» para el Gobierno Vasco; o el fraude en las OPE de Osakidetza, son sólo algunos ejemplos de ello.
Tampoco sale bien parado –sobre todo, por los aires que se gasta el PNV- con su gestión de la pandemia de la Covid-19, tanto en la relativo al prematuro e incendiario anuncio de retorno a las aulas –felizmente frustrado-, como a la exasperante lentitud en la publicación en el Boletín Oficial del País Vasco de las medidas adoptadas en torno a esta crisis sanitaria, especialmente cuando semanas antes habían abroncado públicamente al Gobierno español por su lentitud en publicar el BOE correspondiente.
La experiencia, no obstante, dice que en el País Vasco la balanza electoral no se inclina en un sentido u otro por estas cuestiones.
Todo hace indicar que las prisas del PNV por celebrar las elecciones lo antes posible -recién salidos de un largo confinamiento y con muchas dudas sobre cuál es el futuro de muchos servicios- se deben a la inevitable necesidad de hacer frente a unas cuentas públicas que empiezan a sufrir una caída de ingresos. De todos es sabido que el PNV no es amigo de subir impuestos a las rentas más altas, de la misma forma que el PSE no es amigo de condicionar esta vieja costumbre al PNV. Si no nos sorprende una inesperada reforma fiscal, la situación nos lleva inexorablemente a realizar «ajustes», «adaptaciones», «redimensionamientos» o algún neologismo conceptual que sirva al equipo del lehendakari para recortar sin hablar de recortes.
Hay que reconocer que, a estas alturas de la película y viendo su fortaleza electoral, el PNV tampoco oculta sus intenciones. Es más, el propio Iñigo Urkullu ya ha dicho que el funcionariado tendrá que ser «solidario» con el resto de la población, que es una forma eufemística de avisar de que recortarán en lo público tan pronto como, si les dan los números, formen gobierno. Llama la atención, en este sentido, que esa solidaridad que pide a miles de trabajadores públicos no se la exija directamente a sus diputados forales en Gipuzkoa, donde el PNV ha votado, junto al PSE, en contra de que no se le suba un 8,2% el sueldo al jeltzale Markel Olano y su gobierno.
Tampoco tiene pinta de que el PNV, a las puertas de una nueva crisis económica, vaya a renunciar a obras no urgentes ni prioritarias –como el doble agujero del ‘Topo’ en Donostia-, para preservar los servicios públicos. Y digo que no tiene pinta porque, por ejemplo, hasta el momento no ha mostrado la más mínima voluntad política de solucionar la huelga de las residencias de Gipuzkoa, donde las trabajadoras sí que fueron capaces de interrumpir su movilización y de arrimar el hombro para atender dignamente a los mayores ante una situación excepcional como la provocada por la Covid-19.
La formación de Andoni Ortuzar, a los ojos de la sociedad vasca, sigue trasladando la idea de que los problemas son algo que no va con el PNV, sino con todos los demás. Siempre habrá algún tercero al que cargarle el marrón, mientras las circunstancias cambian para salir airoso del brete.
El PNV es algo parecido al Correcaminos de los Looney Tunes. Es un personaje que siempre gana, en cualquier circunstancia. Lo hace con otras reglas y con el mínimo esfuerzo, lo cual lo hace especialmente odioso. Es un personaje insípido, frío, que tiene la ventaja de ser muy veloz y que se limita a emitir un irritante ‘mic mic’ antes de salirse, una vez más, con la suya.
Para ser mínimamente atractivo, el Correcaminos necesita al Coyote, que en el panorama político vasco podría ser EH Bildu. El Coyote es un generador compulsivo de ideas, de proyectos y de estrategias para atrapar al Correcaminos. Se lo curra muchísimo, tanto en el planteamiento como en la materialización de las ideas, pero sus ingenios terminan tropezando. O bien tropiezan con las imperfecciones de los productos de la firma ACME, o bien lo hacen con las reglas especiales con las que juega el Correcaminos, capaz de huir por un túnel pintado por el Coyote, a quien seguidamente arrolla, de forma irremediable, un tren real que sale de su propio dibujo.
¿Quién no ha llegado a pensar que el Coyote quizá debería dejar de lado su obsesión o buscar otras fórmulas para atrapar al Correcaminos? ¿O que, incluso, necesitaría de aliados para conseguir sus objetivos? Yo sí lo he pensado. Incluso he vuelto a ver ese episodio en el que el Coyote por fin lo atrapa y se lo merienda y se me ha dibujado una sonrisa. ¡Ya era hora!
Siguiendo con el símil de los Looney Tunes, podríamos decir que el PSE es Piolín. Es un personaje que parece ajeno a las incomodidades del entorno y que es feliz siempre que pueda protegerse bajo las alas del Correcaminos de turno, aunque sea a cambio de los principios socialistas que le pudieran restar.
Podemos y sus alianzas estarían representados en parte por Elmer Gruñón, ya que su papel está muy condicionado por lo que haga la formación morada desde su participación en un gobierno de coalición para el conjunto de España. En el País Vasco, todo hace indicar que sacarán peores resultados que hace cuatro años, ya sea por haber pactado el presupuesto del Gobierno Vasco o por sus inagotables trifulcas internas. En éstas, se ha comportado como Taz (el Demonio de Tasmania), un personaje que todo devora, ilusiones y expectativas electorales incluidas.
La catalogación de la coalición PP-Ciudadanos en el mundo Looney Tunes es compleja. Se mueve entre el carácter secundario del personaje Porky y el de Marvin el Marciano, un exótico tipo procedente de un planeta en el que existen las mismas probabilidades de hallar vida que de que PP-Cs tengan un papel mínimamente relevante en la política vasca.
Dentro de unos días sabremos si el País Vasco cambia o no de rumbo político. Hoy por hoy, lo que sí sabemos es que el Correcaminos prefirió superar el confinamiento corriendo hacia Cantabria con Revilla, cuando en la lógica del Coyote la urgencia se situaba en restablecer la normalidad entre las diferentes realidades administrativas en las que se divide el pueblo vasco.
No nos queda otra opción que esperar a ver si el próximo 12 de julio las urnas determinan un nuevo reparto de papeles y de protagonismos. Hasta que eso suceda, ¡eso es todo, amigos!
Jon Albizu
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