Entrevista a nuestro compañero y diputado de EH Bildu Oskar Matute en La Última Hora.
Matute comenzó su activismo político en el movimiento de insumisión al servicio militar obligatorio, pasó por Izquierda Unida y, ya como líder del partido Alternatiba, en 2011 participó en la fundación de EH Bildu, formación integrada por Sortu, Eusko Alkartasuna, la propia Alternatiba y personas independientes. Ahora es uno de los cinco diputados de la formación de izquierda soberanista e independentista en el Congreso, donde ocupa un escaño desde 2016.
EH Bildu facilitó la investidura de Pedro Sánchez para la formación de un Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos y además fue la primera formación en mostrar su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado para 2021 de ese Ejecutivo. ¿Qué significado político y qué alcance político tiene esa posición?
Vivimos un contexto de involución democrática en el que las derechas –y no sólo las derechas políticas, sino todo el aparato de derechas: el económico, el judicial y otros– venían persiguiendo una recentralización, probablemente porque entendían que, después de la dictadura, la descentralización no les había permitido alcanzar todas sus cotas del país soñado. En EH Bildu siempre hemos soñado una realidad diferente, y ante ese escenario y en ese sentido apoyamos los Presupuestos por lo que suponían de ventana de oportunidad para aquellos que dicen que querrían hacer algo diferente a esa recentralización. Eso es lo que motivó toda nuestra reflexión política, y a partir de ahí lo que hicimos fue iniciar un proceso de negociación –más tortuoso de lo que estamos acostumbrados por estos lares, por las prácticas negociadoras del Estado– y finalmente apoyar los Presupuestos, pero sobre por mantener esa ventana abierta que supone dar un soplo de aire fresco a aquellos que dicen que quieren hacer cosas diferentes a los que defienden la recentralización, la involución democrática y un retorno al autoritarismo.
¿Cuándo dices que “quieren hacer cosas diferentes a los que defienden la recentralización”, a quién te refieres exactamente?
Me refiero al acuerdo de gobierno de Unidas Podemos y PSOE, que apuntaba soluciones diferentes a las de la derecha a los problemas que tenemos –que tienen que ver con el mercado laboral, la plurinacionalidad, la apuesta por un país descentralizado, más democrático, más plurinacional, más garante de derechos y libertades y por tanto más recuperador de derechos y libertades para quienes han ido perdiéndolos en las últimas décadas–, y en eso nos basábamos. Vimos el acuerdo de gobierno de PSOE y Unidas Podemos, vimos que tenía un cierto sesgo progresista y dijimos “señores, en los Presupuestos no tienen más que hacer que avanzar en esa dirección que ya han señalado”. Si, por el contrario, el contenido de aquel acuerdo de gobierno fue literatura para avalar un acuerdo de gobierno entre dos fuerzas políticas, tendremos dificultades serias, ellos y nosotros, para que eso sea real.
Unidas Podemos, EH Bildu y otras formaciones del bloque de investidura sois partidarias de derogar íntegramente medidas como la reforma laboral de 2012 o la denominada ley mordaza, pero el PSOE no parece tan convencido de esa necesidad. ¿Qué crees que va a pasar en esta legislatura a ese respecto?
Esas medidas son una especie de escenario de clarificación. Nosotros creemos que la reforma laboral es un atentado directo y grave contra los derechos de los y las trabajadoras y que la ley mordaza es una vulneración flagrante de la libertad de expresión y de los derechos de reunión y manifestación de la ciudadanía, y creemos que alguien que se dice progresista lo que tiene que hacer es derogar esas dos medidas, para que pueda establecerse un escenario de libertades mayor que el que vivimos. Unidas Podemos también apuesta claramente por la derogación de la reforma laboral y de la ley mordaza, pero nosotros creemos que el PSOE, que también dice que quiere hacer todo eso, se ve sometido o urgido a obedecer las presiones de aquellos que no se presentan a las elecciones pero que siguen mandando mucho e interviniendo mucho en la política del Estado español, por lo que, por esa realidad que el PSOE tiene de vector principal del régimen del 78 desde entonces hasta ahora, se ve más dificultado para hacerlo. Pero lo que les decimos tanto a unos como a otros es que ellos levantaron un gobierno que se decía progresista, que se decía el más progresista de la historia y que se decía que venía para frenar los aires de involución que corrían en el Estado español y para avanzar en un escenario de recuperación de derechos y libertades, por lo que a ellos les corresponde llevar a la práctica ese anhelo, y nosotros lo que haremos es ser exigentes. Evidentemente, las voluntades de unos y otros son diferentes, pero en definitiva son un único gobierno.
“Aquellos que no se presentan a las elecciones pero que siguen mandando mucho e interviniendo mucho en la política del Estado español” siguen teniendo mucho poder…
Cuando hablamos de cómo se construye el poder en el Estado español, hay un hilo de continuidad de las castas dominantes y las clases dirigentes del franquismo para con lo que tienen que seguir siendo las castas dominantes y las clases dirigentes tras eso que llaman el maravilloso invento de la Transición, y existen dirigentes que no pasan por las urnas pero determinan los rumbos políticos, económicos y sociales del Estado. Esa gente, que no se presenta a las elecciones y que se mide sólo en índices bursátiles como el IBEX 35 y otros, es la que determina el rumbo del Estado, y tiene además ministros, en el Consejo de Ministros, que están dispuestos a obedecer lo que entienden que son sus maneras de mantener sus privilegios y de ahondar en sus beneficios aun a costa de los derechos de los y las trabajadoras. Yo creo que Nadia Calviño y otra serie de ministros están mucho más pendientes de lo que diga el IBEX 35 que de lo que digan los sindicatos y las mayorías trabajadoras.
En cualquier caso, el de PSOE y Unidas Podemos es, a nivel estatal, el primer Gobierno de coalición desde la II República, es decir desde hace ocho décadas. ¿Crees que la presencia de Unidas Podemos y el peso del bloque de investidura –del que EH Bildu forma parte– realmente abre la posibilidad de una profundización democrática en el Estado español?
Este Gobierno yo no diré tanto como que es la certificación de un cambio, pero sí supone una oportunidad respecto de gobiernos que señalan abierta y claramente que lo que siguen son tiempos de recentralización, de involución y de mayor autoritarismo. Ese espacio de oportunidad, que no es tanto lo que representan las siglas sino lo que representa el anhelo de los millones de personas que las han votado, es el que nosotros queremos recorrer, así que decimos “bueno, si en el Estado español hay tanta gente que dice que la derecha o extrema derecha representan una involución, un autoritarismo y una recentralización que no tienen que abrirse camino y por eso han votado opciones políticas que defienden un mayor reconocimiento de derechos y libertades o el restablecimiento de derechos y libertades para aquellas capas populares que han ido perdiendo todos esos derechos en beneficio de las élites, lo que queremos hacer es ayudarles a que recorran ese camino”. La izquierda independentista y soberanista vasca tiene una apuesta política muy clara que nadie desconoce y que tiene que ver con la independencia y con la construcción de un modelo social de izquierdas o socialismo, pero, en tanto en cuanto formamos parte del Estado español –nos guste o no nos guste–, tenemos un recorrido que hacer por el restablecimiento de derechos y libertades para nuestros ciudadanos y ciudadanas y para los del conjunto del Estado. Tenemos un trayecto que recorrer en lo que tenga que ver con las libertades y con el reconocimiento de nuestras singularidades o pluralidades, y eso es lo que queremos ver si encuentra contraparte en el Estado español o por el contrario, pese a las voluntades, se encuentra nuevamente un muro de hormigón que obedece a los intereses de las élites y de los que ya definieron aquello como un Estado “atado y bien atado” en torno a la sucesión monárquica y a la continuación del franquismo en la democracia.
¿Temes que, si ese anhelo de tantos millones de personas se ve frustrado, exista un riesgo de que ciertos sectores puedan aprovechar la desazón de tanta gente para intentar llevar a cabo una involución?
Sin duda. Si aquellos que –en un contexto de incertidumbre creciente y de cierto despiste con la realidad distópica que vivimos– se presentan como una alternativa progresista hacen políticas capadas por la voluntad de las élites y hacen políticas que no son todo lo ambiciosas que deberían ser por miedo a lo que el poder económico –que no se presenta a las elecciones pero que, como he dicho antes, determina los rumbos del Estado– sigue determinando, probablemente generen un estado de frustración y de reacción en los sectores progresistas de la sociedad que haga que estos no vayan a votar, o directamente entiendan que han sido engañados por aquellos que decían representarlos, y que las fuerzas de la involución, las fuerzas recentralizadoras y yo diría que antidemocráticas, se abran camino. Ese es el riesgo que tiene este gobierno: no vale con decir que eres el Gobierno más progresista de la historia –probablemente sí, porque es el experimento de gobierno entre fuerzas de izquierdas más innovador o más avanzado desde hace ocho décadas– si luego en la práctica no llevas a efecto políticas al servicio o a la defensa de los intereses de las clases populares y de la clase trabajadora. Si no eres capaz de hacer eso, probablemente esos mismos sectores populares y la clase trabajadora entiendan que no eres más que un vendedor de crecepelo en el Lejano Oeste y que por lo tanto no mereces más que la abstención o que nada.
EH Bildu tiene en su seno a Sortu –surgido de la izquierda abertzale tradicional–, a Eusko Alkartasuna –una escisión del PNV de ideología socialdemócrata– y a Alternatiba –surgido de una izquierda de ámbito estatal–, además de a personas independientes de otros partidos. Sin embargo, la formación da bastante sensación de cohesión interna. ¿Cómo se logra eso?
Tiene que ver con que cuando nacemos, en 2011, cada uno hemos atravesado nuestro propio Rubicón. En aquel momento, cada uno de nosotros y nosotras –desde quienes veníamos de experiencias de construcción de izquierdas federalistas, confederalistas o incluso independentistas pero con un fuerte poso internacionalista, como podíamos ser las personas que componíamos Alternatiba, hasta las gentes de Eusko Alkartasuna, que venían de una socialdemocracia más reglada o más formal, o hasta las gentes de la izquierda abertzale– habíamos atravesado nuestro propio Rubicón y lo que veíamos era por un lado que la izquierda soberanista e independentista vasca en toda su amplia gama estaba huérfana de una opción política que pudiera ilusionarla, animarla o motivarla y por otro lado que era mucho más importante potenciar lo que nos unía que lo que nos separaba, porque lo que nos separaba era evidente –veníamos de trayectorias diferentes y de vivencias diferentes– pero había un nexo común, que era lo más importante y que de alguna manera era el catalizador o la espita para levantar a amplios sectores de nuestra ciudadanía. Ese nexo común tenía que ver con un horizonte de construcción de una nación soberana en forma de república y con un proyecto o un modelo claramente de izquierdas, y eso es algo que, probablemente por el esfuerzo y el trabajo de diferentes realidades, tenía un poso importante en nuestra sociedad, tanto en el movimiento sindical como en el movimiento social como en otras realidades. Eso para nosotros ha sido no sólo un legado sino también un imperativo a la hora de hacer política, y yo creo que eso ha permitido que EH Bildu se mantenga permanentemente cohesionada. Es mucho más importante lo que nos une que lo que nos separa, tenemos que aceptar que somos una herramienta al servicio de las clases populares y no un objeto en sí mismo, y tenemos que entender que nuestro proyecto es un proyecto permanentemente inacabado. Si queremos ser hegemónicos, si queremos ser mayoritarios en nuestra sociedad, tenemos que ser capaces de que nuestra oferta sea permeable o moldeable para llegar a sectores que todavía ven en nosotros y en nosotras una opción de izquierdas pero difícilmente identificable con sus intereses o con sus anhelos. Y junto a todo eso hay una lectura de tiempos o una lectura política que por lo menos para mí es innegable: EH Bildu tiene la capacidad y la potencialidad para ser la herramienta que cambie las cosas para las clases populares de nuestro país. Si tienes esa visión, esa certeza o esa convicción, es muy difícil que antepongas tus intereses particulares incluso colectivos –dentro de una visión más o menos progresista– si eso lo único que puede hacer es debilitar el instrumento, porque la izquierda soberanista nunca ha contado en sus manos con una herramienta con tanto calibre y poder como la que en la actualidad representa EH Bildu, y desgastarlo con lecturas internas de luchas de poder o de pureza ideológica no es un favor para alcanzar el objetivo.
EH Bildu tiene actualmente cinco diputados en el Congreso, dos senadores, 21 parlamentarios en la Comunidad Autónoma Vasca, siete en la Comunidad Foral de Navarra y un total de 1.237 concejales en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa Garaia, lo que la convierte en la formación con más ediles del conjunto de Hego Euskal Herria. ¿Crees que tiene margen de crecimiento?
Sí, tenemos el mayor número de concejales de Hego Euskal Herria pero nos queda bastante recorrido para ser la fuerza hegemónica y por supuesto que tenemos margen de crecimiento, tanto en la CAV como, aún más, en Navarra. Y hay que entender que una cosa es alcanzar el poder y otra poder ejercerlo. Tú puedes ganar unas elecciones pero estar condicionado o mediatizado por quienes no se presentan a las elecciones pero determinan los ritmos económicos y sociales de una sociedad, por eso lo que queremos sobre todo es construir una realidad que nos permita no sólo alcanzar el poder sino poder ejercerlo, y ahí de lo que se trata es de construir movimiento, ir vertebrando y generando una red que permita conectar todo nuestro poder institucional con toda la capacidad de dinamismo social de la sociedad vasca. De nada serviría alcanzar todos esos escenarios de poder si nos encontráramos con una sociedad que no es capaz de defender un poder hecho a la medida de sus necesidades. Si alcanzamos cotas de poder pero tenemos una sociedad adormilada o adormecida con unos poderes económicos capaces de tumbar ese gobierno, no habremos conseguido más que un lapso, una interrupción en el poder de esas élites. Si, por el contrario, tenemos un brazo político –en este caso, EH Bildu– capaz de avanzar junto con la dimensión social de una sociedad a través de esos sindicatos y movimientos sociales y de sus demandas sociales y populares, sí podríamos estar dibujando una realidad política y social diferente a la que en la actualidad vivimos… o soportamos o sufrimos; que cada uno elija el calificativo que quiera.
¿Crees que eso es lo que está pasando ahora mismo a nivel estatal, que se ha llegado al Gobierno pero que no…?
En parte, sí. Yo cuando a los sindicatos mayoritarios en el Estado español, es decir a Comisiones Obreras y UGT, les veo amagar y no dar o estar todo el día diciendo que si algo no se hace vendrán tiempos muy duros, y a la vez veo su proceso de transformación –han pasado, y es legítimo aunque yo no lo comparta, de ser sindicatos confrontativos a ser sindicatos de concertación–, lo que ocurre es que el músculo social, la dimensión social –la que hace que en realidad seas un instrumento y no tanto un fin en sí mismo–, está tan débil que puede existir la voluntad o la necesidad de ciertas élites, en este caso de izquierda, de hacer que el instrumento, es decir el partido, se convierta en un fin en sí mismo y que por tanto en nombre de la pervivencia o la supervivencia de ese instrumento, porque es la única vanguardia reseñable o la única estructura de poder definible, todo lo demás pueda ser sacrificado. Yo creo que eso es un error, porque un partido político con fuerza en sus ramas pero sin fortaleza en sus raíces no deja de ser un árbol con fecha de caducidad más temprana que tardía. No quiero ofender ni insultar la memoria de todos los que en el Estado español llevan décadas dedicando su vida a la construcción de tejido social alternativo y de formaciones de izquierda, pero a veces me recuerda bastante a eso, a la anteposición del sostenimiento de la estructura más potente en detrimento de las luchas populares y sociales. Y yo creo que eso tarde o temprano se paga.
Volviendo a lo institucional, ¿ves posible el ‘sorpasso’ de EH Bildu al PNV en las autonómicas de la CAV previstas para 2024?
Debemos trabajar por eso, sin duda. Hacer ahora un planteamiento que no pasara por ganar la primera posición en las próximas autonómicas sería un planteamiento conservador. Una formación política como la nuestra tiene que salir a ganar siempre –reconozco que en esto de los símiles futbolísticos sería más bielsista que otra cosa: yo creo que hay que salir a ganar siempre y hacerlo con un despliegue de juego que permita encandilar a gente más allá del propio resultado– y además partimos de una realidad objetiva: la sociedad vasca de hoy, la que compone cada uno de nuestros ciudadanos y ciudadanas, compone una radiografía de país que se parece mucho más a EH Bildu que al PNV, porque está más identificada con valores que defiende EH Bildu –en torno a la defensa del medio ambiente, de los derechos laborales y sociales, del feminismo como un vector principal en la construcción de la sociedad, de la identidad vasca sin desprecio a otras identidades…– que con lo que pueda representar el PNV. Y si esa sociedad se refleja y se muestra así en diferentes encuestas y en diferentes experiencias sociales que se dan a lo largo y ancho de nuestro pequeño país, lo que tenemos que hacer es conquistar también esa hegemonía en lo político. Lo que no tiene sentido es que el PNV juegue a un continuo juego de espejos o de despiste que a los ojos de algunos les hace presentarse como progresistas y modernos y a los ojos de otros les hace presentarse como conservadores y perpetuadores de las esencias y que al final unos y otros le voten en detrimento de otras opciones que podrían encajar mejor con su visión y con su experiencia personal. Por tanto, creo no sólo que EH Bildu puede ganar esas próximas autonómicas, sino también que está obligado a echar el resto para hacerlo, para empezar a construir esa república vasca de iguales que defendemos y que soñamos.
¿Y ves posible un Gobierno digamos de izquierdas en la CAV tras esas autonómicas? El secretario general de Sortu y parlamentario autonómico de EH Bildu, Arkaitz Rodríguez, ha dicho esta semana que ese Ejecutivo está “más próximo de lo que algunos piensan y desean”…
Existe una mayoría política y social que se identifica con el vector de las izquierdas, y esa mayoría –de la que nosotros formamos parte pero de la que no sólo nosotros formamos parte– tiene una aceptación muy evidente de nuestra propia identidad y por tanto la necesidad de avanzar hacia un reconocimiento de la misma en términos efectivos, no sólo simbólicos o declarativos. Ese vector, que es el más importante de la sociedad vasca, tiene a su vez representantes políticos u opciones políticas que no están dispuestos a iniciar ese tránsito que ellos y ellas han iniciado. Yo coincido con Arkaitz Rodríguez cuando dice que esa mayoría de izquierda está más próxima de lo que algunos dirigentes del Partido Socialista de Euskadi pueden pensar o desear, porque creo que la mayoría de los ciudadanos que votan a opciones de izquierdas en la CAV estarían dispuestos a intentar recorrer un camino conjunto –con nuestras dificultades y con las luchas cainitas de ‘La vida de Bryan’ que pudiéramos tener– diferente al que les da la estabilidad conformada siempre por un partido de la derecha como eje principal y un secundario de izquierdas como vector de acompañamiento. Ahí en este caso la dirigencia del PSE se muestra en posiciones mucho más conservadoras que en las que se ubican buena parte de sus votantes. Y en Podemos la posibilidad de concurrencia en la construcción de un proyecto común es todavía más evidente.
El Tribunal Supremo acaba de ordenar a la Audiencia Nacional que repita el juicio por el caso Bateragune contra Arnaldo Otegi, Arkaitz Rodríguez, Rafa Díez Usabiaga, Sonia Jacinto y Miren Zabaleta, que fueron detenidos en 2009 –cuando trabajaban en el seno de la izquierda abertzale por el cese definitivo de la actividad armada ETA, que la organización anunciaría en 2011– y condenados después por “pertenencia” a ETA. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo sentenció en 2018 –el año en que la organización anunció su disolución– que Otegi, Rodríguez, Díez Usabiaga, Jacinto y Zabaleta –que para entonces ya habían cumplido íntegramente las penas a las que fueron condenados– no habían tenido un juicio justo en la Audiencia Nacional, y ahora el Tribunal Supremo –y a pesar de que ya han cumplido las penas a las que fueron condenados en aquel juicio que según Estrasburgo no fue justo– ordena volver a juzgarlos. ¿Hay por dónde cogerlo?
Sinceramente, yo creo que no hay por dónde cogerlo, pero tampoco creo que haya que devanarse los sesos en términos jurídicos, porque esto obedece a una pulsión política. Tres cuestiones. La primera: sólo hay que ver la lucha que se está llevando a cabo en el Consejo General del Poder Judicial para entender que los aparatos judiciales del Estado español han estado al servicio de determinadas ideas políticas, y lo que está pasando aquí no tiene una lectura diferente de esa. La segunda: quienes defienden la repetición de ese juicio dicen que eso es lo normal cuando el Tribunal de Estrasburgo determina que un juicio no ha sido justo, pero si eso es “lo normal” y es la primera vez que se hace –porque nunca se ha producido ese supuesto–, la pregunta que cabría hacerles es: ¿durante 40 años la justicia ha estado haciendo lo anormal? Y la tercera cuestión tiene que ver con que es muy evidente que todas las causas que tienen que ver con la izquierda independentista vasca –y no digo sólo con ella; también con otras experiencias que puedan ser disruptivas con el Estado español, cuando pasan por la justicia– tienen un tratamiento judicial muy diferente al que tienen los prebostes del Estado que han pasado por la justicia, que es mucho más benévolo –y pienso en Rodrigo Rato pero podría pensar en muchos más– que el que tienen aquellos que lo que han hecho ha sido cuestionar la identidad del propio Estado. Este Estado se presentó en terceros países como el paradigma del éxito en el tránsito de una democracia a una dictadura, pero en muchos aspectos, si no en la mayoría, no fue sino una continuación de los poderes económicos, judiciales y políticos del régimen en la democracia; aquello de la chaqueta cambiada al día siguiente. Lo que sí decimos es que si este juicio se celebra en los términos a los que la justicia ha determinado que quiere reducirlo, vamos a tener en nuestra memoria dos hitos judiciales importantísimos en la historia del Estado español y de nuestro país: uno el Proceso 1.001 [juicio celebrado por el franquista Tribunal de Orden Público entre 1972 y 1973 que se saldó con largas penas de cárcel a toda la Dirección de las entonces ilegales Comisiones Obreras] y otro el Proceso de Burgos [Consejo de Guerra franquista celebrado en 1970 que se saldó con condenas de muerte a seis militantes de ETA y largas penas de cárcel a otros nueve]. En ambos juicios, un poder obsoleto, arcaico y alejado de la ciudadanía decidió que había que ejemplificar a través de la condena a una serie de personas, y lo que consiguió es que esas personas encontraran el apoyo social y popular necesario para poner en tela de juicio al propio régimen que quería juzgarlas tanto en el Proceso 1.001 como en el Proceso de Burgos. Si finalmente vamos hacia una repetición del juicio de Bateragune, nos toca hacer lo mismo: no dejar que juzguen al soberanismo y al independentismo de izquierdas y en este caso a las personas que quieren llevar al banquillo –que no son sólo las cinco personas de sobra conocidas sino el conjunto del soberanismo e independentismo de izquierdas–, sino juzgar al régimen que no hizo nada por traer la paz y que todavía hoy sigue soñando con las banderas de guerra en lugar de con un horizonte de paz.
Al hilo del Proceso 1.001, ¿el hecho de que Arnaldo Otegi respondiera a la decisión del Tribunal Supremo con un tuit en el que parafraseaba a Marcelino Camacho –condenado a 20 años de cárcel en el Proceso 1.001– a su salida de la prisión de Carabanchel el 30 de diciembre de 1975 –“ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”– va por ahí?
Sí, esa frase la utilizamos a veces porque nos da pena cierta progresía del Estado español que olvida sus propias esencias. Yo esa frase la pronuncié en el discurso de investidura de Pedro Sánchez y me llevé todo tipo de calificativos de ‘haters’ de la derecha y de la extrema derecha pero también de ciertos sectores de los que se dicen de la progresía española porque entendían que lo que quería decir es que hablaba en nombre de ETA y que ETA estaba diciéndole a la ciudadanía española que así seríamos. A mí me hacía cierta gracia, porque no vengo precisamente de una cultura ajena a la del comunismo en el Estado español y no entendía que esa gente no supiera que esa es una frase de las icónicas de Marcelino Camacho, de las que podrían ilustrar cualquier camiseta de cualquier persona de izquierdas en el Estado español. Y eso, que lo hemos hablado muchas veces Arnaldo y yo, yo creo que esta vez lo ha utilizado él nuevamente para señalar a la izquierda del Estado español y para decirles que en este proceso ahora van a por nosotros y nosotras o a por lo que representa el soberanismo e independentismo de izquierdas, pero tarde o temprano –como decía Martin Niemöller y no Bertolt Brecht– pueden ir a por ellos, y que de lo que se trata en este caso es de poner pie en pared ante esos resortes de involución que todavía mantienen quienes defendían que la Transición fue modélica porque preservó y garantizó cada uno de sus privilegios y que hoy están instalados en el poder judicial, en el poder económico de manera muy evidente y también en el poder militar o policial, y no hay más que ver los tuits y las barbaridades que de vez en cuando oímos de gente que no es que haya dejado de ser demócrata cuando se jubiló sino que no ha sido demócrata nunca, es decir que ha sido franquista antes y después.
¿Cómo explicarías lo que significa la figura de Arnaldo Otegi, coordinador general de EH Bildu, para el resto de los dirigentes, para los cargos públicos y sobre todo para los militantes de la formación?
La sociedad española, como todas –probablemente, también la vasca–, es mitómana, y eso tiene cosas buenas y probablemente otras que no son tan buenas. Yo a quienes en España no entienden qué significa Arnaldo Otegi para la izquierda soberanista e independentista vasca les pediría que hicieran un ejercicio de traslación: qué significa Gerry Adams para el independentismo de izquierdas en Irlanda, qué significó Nelson Mandela para las lecturas africanistas o igualitarias contra el apartheid en Sudáfrica… Si dan respuesta a lo que significó Gerry Adams o Nelson Mandela –por no irnos más lejos, a otros supuestos–, entenderán qué significa Arnaldo Otegi, que es una persona –que a veces también hay que recordarlo, para quien caiga en la mitomanía: es una persona– que ha entregado su vida a una causa y que además a lo largo de esa entrega de su vida a una causa ha sabido entender los pulsos y los tiempos de la sociedad en la que vive, sin abandonar sus ideas ni sus principios. Arnaldo Otegi –yo, que vivo en Ezkerraldea, siempre tengo muy en la memoria a Periko Solabarria, otro de esos imprescindibles o de esos gigantes, que dicen en Latinoamérica, de los que podríamos hablar para entender por qué somos lo que somos– ha sido muy fiel a algo que decía Periko Solabarria: “Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir”. Arnaldo Otegi representa para EH Bildu esa determinación por perseguir nuestros sueños, por no rendirnos, por no arrodillarnos y por decir alto y claro que tenemos derecho a creer que Euskal Herria siendo un país libre y soberano y siendo un país de izquierdas y socialista sería un país de referencia no sólo para quienes tuvieran la suerte de vivir en él sino para todos aquellos y aquellas que lo rodearan o que lo conocieran. Ese es el objetivo vital de Arnaldo Otegi, un objetivo con el que las gentes de EH Bildu no sólo coincidimos sino que sentimos el orgullo de conectar en su lucha.
Tú también militaste en la Izquierda Unida de Julio Anguita, para quien siempre has tenido buenas palabras. ¿Qué significó Anguita?
Yo tuve la suerte de conocerle personalmente mucho y de acompañarle en muchos de sus periplos por Euskal Herria. Sólo él y yo –que me tocó hacer de chófer en muchas ocasiones, aunque no desvelaré mi secreto– sabemos a qué lugares tenía que ir para reunirse con qué gente cada vez que venía a Euskal Herria para hacer campañas o cubrir actos, porque, en esa apretada agenda que él tenía, él siempre tenía hueco y espacio para personajes muy significados y relevantes de la política vasca. Y, en todas esas horas que pasé con él –más las horas que pasé en ejecutivas y reuniones con él–, yo siempre aprendí de él la cuestión de la honestidad, porque tenía una honestidad a prueba de bombas y una integridad más firme que el acero. Yo eso siempre lo he respetado, a pesar de que no siempre coincidía con él. No siempre estaba de acuerdo con todo lo que decía, pero nunca tendré ningún problema en que alguien me señale como un anguitista si fuera el caso, porque siempre he tenido la convicción de que Julio Anguita era una persona entera e íntegramente de izquierdas, capaz de analizar cada situación desde una óptica de izquierdas y a partir de ahí determinar dónde tenía que estar él, porque su compromiso con los valores de la izquierda eran, en su accionar político vital y diario, ineludibles. Había algo en él que también era fundamental, y es que no trataba a su electorado y a las clases populares y trabajadoras como agentes subalternos o incapaces de entender las lógicas del gran poder; al contrario, él siempre decía que lo primero que la gente se merece es que no le engañen y que a la gente hay que tratarle como personas, no como rebaños, no como ovejas mansas que no son capaces de discernir lo que es bueno y lo que es malo. Y eso –que puede parecer muy primario y básico sobre todo en este mundo en el que volvemos a entrar en una competición alocada para ver quién es más comunista, más socialista, más ecologista, más –ista en cualquier locura posmo de la izquierda– él sabía entenderlo muy bien. Por terminar, tenía una virtud –que tienen Arnaldo Otegi y otra gente–, y es que llega a la gente porque habla desde el corazón, desde esa lógica secuencial que pasa por el ánimo que nace en las vísceras, la pasión del corazón y la racionalidad del cerebro, y eso es algo que la izquierda necesita si de verdad quiere salir de esta especie de atonía o de mundo ‘Matrix’ en el que vivimos, donde parece que frases como “esto es lo que hay” o “siempre ha sido así” no pueden ser quebradas.
Vamos acabando. Parece que este año Olentzero viene con más polémica que los reyes…
Yo cuando leo cosas como esas me doy de bruces. No entiendo cómo puede haber gente dispuesta a alimentar una polémica en torno a una carta que se manda para fomentar el uso del euskera aprovechando una figura tradicional, por no decir imaginaria, del imaginario vasco, cuando a la vez tienen a un rey muy presente y muy real viviendo como Dios en Abu Dabi y sin rendir cuentas a nadie. Si esto no es una cortina de humo, que alguien baje a explicarme qué es una cortina de humo. Que alguien se plantee la idoneidad o la veracidad de una figura tradicional, en este caso de Euskal Herria, para no tener que hablar de las andanzas del rey emérito –que ese sí que es bastante real y carnal, a diferencia de una realidad etérea e imaginaria como Olentzero– y de sus desvergüenzas dice mucho de una sociedad que se pierde en conversaciones de cuñados y en discusiones bizantinas sobre esto en lugar de pensar quién carajo le ha robado el dinero durante décadas y sigue viviendo a cuerpo de rey con el dinero que ha ganado a su cuenta.
En cualquier caso, la monarquía española parece atravesar un momento delicado. ¿Cómo crees que puede acabar todo esto?
Por parte de los poderes del Estado de los que hemos hablado antes y por parte también de una parte del PSOE –que a veces se nos olvida pero es parte fundamental del régimen del 78, porque nadie entendería lo que es el régimen del 78 sin el papel crucial y protagonista del PSOE– hay un intento de represtigiar la monarquía española para que salga lo más indemne posible de esta crisis o de este trance de deslegitimidad en el que vive, y a pesar de eso yo creo que lo que nos toca a los republicanos y republicanas de todo el Estado español es ser muy claros y muy unánimes a la hora de decir algo que probablemente todo aquel que lea esta entrevista va a entender: lo que tiene que hacer la monarquía borbónica es disolverse y entregar la pasta.