La “Ley Rider” ha sido una victoria obrera en el Estado español. No me refiero a un tanto meramente político de lo que podríamos denominar las izquierdas, hablo de una victoria cultural y de una victoria en muy múltiples ámbitos sociales e institucionales tras largo tiempo de trabajo. No voy a perder tiempo destacando ni el apoyo internacional, ni el trabajo realizado en y desde Euskal Herria, amplios y conocidos, sino que pasaré directamente a la celebración.
En ocasiones una buena forma de celebrar la victoria es mirando a quien, lejos de la feliz aclamación del hecho, lo lamenta y se molesta por el festejo ajeno. Indudablemente no lo sería en ámbitos deportivos y de competición virtuosa, pero todos sabemos que estas lides no se resuelven en base a estos principios, sino en los de la ley del más fuerte y en los que solo la solidaridad y el trabajo duro pueden superar a quienes están muy acostumbrados a llevar la sartén por el mango.
Hay un tweet que me ha llegado bastante tarde o lo pasé de largo, pero que he comprobado que ha tenido mucho éxito y deseo que sea la base para esta pequeña ovación. El autor es Juan Ramón Rallo, doctor en Economía, colaborador de varios medios y redes que se autodefine como liberal; ideología que ha descrito bajo su peculiar perspectiva en varias de sus obras. Sin más dilación, expongo el tweet:
«Los que celebran que se marche Deliveroo por las condiciones basura que ofrecía se preocupan tanto por los trabajadores que les da igual que éstos pasen a una situación peor que lo que ellos llamaban “condiciones basura”. Es puro postureo ideológico sin la más mínima empatía.»
Con un vistazo al pequeño texto podríamos comprender que habrá quien pueda compartir este análisis sin llegar a profundizar, pero que realmente no aguanta un pensamiento que vaya mínimamente más lejos. Pero esto sería así desde las perspectivas más habituales, y en este caso hablamos del mensaje de un librepensador heterodoxo, todo un referente “liberal” y de la escuela austriaca moderna. Atención a las comillas: a las mías de “liberal” por un lado, claro, pero sobre todo a las del tweet en “condiciones basura”, expresión que utiliza dos veces en el mismo, pero sólo entrecomillado en la segunda ocasión. ¿El doctor Rallo considera que las condiciones que ofrecía Deliveroo eran basura o no lo hace? Si no es así, ¿qué considera el doctor Rallo como unas condiciones basura? Cabrían preguntas como estas, pero posteriormente, tras al menos un pequeño video en YouTube y un par de hilos en Twitter, Juan Ramón Rallo se afanó en aclarar dos cuestiones muy relacionadas con su tweet: “no hay comparación posible con la esclavitud” y, mucho más importante y específico viniendo de un doctor en Economía, “si no hay margen de beneficio no hay valor del trabajo”.
Nada más lejos de mi intención enmendar la plana en cuestiones derivadas de las Ciencias Económicas a alguien tan versado (ni a él ni a nadie, realmente). Yo no he estudiado Economía e indudablemente no soy doctor de nada. Tal vez he leído algo y seguramente debido a lo poco que lo he hecho, todo esto lo veo relacionado precisamente con el tipo de cosas que enseñan en las facultades de Ciencias Económicas y Empresariales profesores como el autor del tweet, pero con una carga fanática cuasi religiosa. Yo no sé nada de la escuela austriaca moderna, a lo sumo me quedo con alguno de los clásicos -y con suerte- por lo que, sobre estas cuestiones, solo puedo recordar por ejemplo, y como han hecho otros en las numerosas respuestas, a uno de los pilares del pensamiento económico y el liberalismo clásico, Adam Smith: «los trabajadores tienen privilegios que los esclavos no tienen, solo pueden ser vendidos si se vende la mina, pueden disfrutar del matrimonio o la religión» y «el trabajo de las personas libres llega al final a ser más barato que el realizado por esclavos». Es decir, efectivamente y en estos términos, la comparación de estos trabajadores con los esclavos puede resultar incorrecta, pero por magnánima. Acompañan a este texto algunas fotografías para ilustrarlo: la libertad para profesar religiones y casarse como buenos ciudadanos, de algunos falsos autónomos que disfrutan de las condiciones de empresas digitales de distribución, bien entrado el siglo XXI.
En cualquier caso, ligar miméticamente margen de beneficio y valor del trabajo hasta el punto de que si no existe el primero el segundo tampoco… no era para nada cosa de Adam Smith, más bien lo contrario: él entendía que «el trabajo es la calidad de medida exacta para cuantificar el valor del bien producido». Pero claro, Adam Smith se ha quedado muy atrás para un buen neoliberal de los que pueden incluso intentar robar términos como “libertario”. Adam Smith era alguien que incluso como autor de “la mano invisible” insistía en el peligro de la completa desregulación tanto a nivel social como para la propia libertad de mercado. Fue Karl Marx, quien además afianzó la teoría del valor-trabajo, quien nos indicó que «el sistema capitalista requiere de un ejército de reserva de parados que favorezca la degradación de condiciones laborales porque estarán más predispuestos a aceptar peores condiciones». Por el contrario era el hoy muy mentado Keynes, arquitecto de alguno de los pilares tanto de la socialdemocracia como del socioliberalismo, quien a pesar de ser el adalid del intervencionismo abogaba por combatir el paro también flexibilizando el mercado laboral reduciendo la normativa y quien afirmaba que solo la mejora de la productividad o los beneficios de la empresa pueden justificar la revalorización del salario real… Desde el desconocimiento entiendo que un buen neoliberal debe ser alguien que recoge lo que más le interesa, que en resumen es: máxima flexiseguridad para la empresa para que los obreros acepten las peores condiciones posibles y esto magnifique el beneficio empresarial, y que las cuestiones sociales se solventen también a través de esa ley del más fuerte de la que hablábamos antes. Recoger Adam Smith para priorizar el beneficio empresarial, aunque sin atender a cuestiones sociales; Karl Marx para saber cómo explotar a los trabajadores y a poder ser destruyendo la propia consciencia del sujeto oprimido; mucho Keynes, a pesar de dejarse en el tintero la mayor parte de su teoría económica; y todo lo que se pueda de Menger, Hayek y lo que se tercie que case con lo que se lleva hoy en día en el mundillo empresarial: hablar de “prosumidores” y de una economía digital a la que hay que “adaptarse” en lugar de “perder oportunidades como la que se ha perdido con esta ley”.
Curiosamente nadie duda que, quien lamenta esta ley, no nos va a hablar de que estos falsos autónomos podrían asociarse y formar una nueva plataforma. Mucho menos les animará específicamente a que monten una cooperativa o al menos se planteen una S.L.L o una S.A.L. (casos en los que, dependiendo de cómo se formulen, la ley rider no sería la herramienta adecuada para evitar que se reproduzca una autoexplotación y competencia desleal comparables o incluso mayores a las actuales). Nadie lo dudaría porque realmente lo que más les duele de esta ley es el ataque subyacente a muchas transnacionales y hacia esos que comentaba al principio que acostumbran tener la sartén por el mango. Les duele que no sea el capitalismo el único prisma, que se pongan límites al control de nuestras vidas por parte de la acumulación de capital -ya sean recursos financieros, físicos o en forma de secreto industrial y propiedad intelectual para el control del comercio y mercado laboral a través de algoritmos destructivos-. Saben que esta ley es una victoria que golpea en las bases de la economía digital neoliberal, y que los próximos en caer si nuevas victorias se sucediesen (y digo caer, no pagar limosna en forma de tasas) podrían ser pilares de la destrucción de la competencia como los marketplaces o incluso el conjunto de los prestadores de “Determinados Servicios Digitales”, eufemismo de las todopoderosas GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) y accesorias, depositarias de algoritmos que, más allá de lo que podamos entender como marketing directo, están afectando a prácticamente todos los aspectos de nuestras sociedades. Para muestra, un botón: Just Eat, empresa líder en el tipo de distribución de la que hablamos (reparto a domicilio) hasta que llegaron las empresas Glovo, UberEats y Deliveroo, funcionaba y funciona como marketplace, pero hoy anuncia que se alejará de ese modelo tras la regulación del sector con la “Ley Rider”.
Quienes lamentan esta ley saben también, mejor que nadie, que esta victoria obrera se ha logrado entre otras cuestiones por un importante precedente: la avaricia desmedida. Una avaricia desmedida inherente al capitalismo, que se abre camino para encontrar cada hueco en el sistema y ha hecho que las empresas que entraban en el sector se saltaran la normativa laboral de forma flagrante para destruir la competencia, basando su modelo de negocio en el aprovechamiento de las bonificaciones en la cuota de autónomos para nuevas altas, sabedores de lo complejo que iba a resultar la fiscalización y judicialización. El motu de esta nueva ley solo era blindar derechos laborales de los riders que no se estaban pudiendo defender de forma efectiva con la anterior normativa debido a esa avaricia desmedida, pero para ello ha tenido que atacar a sus sacrosantos secreto industrial y propiedad intelectual en su vertiente laboral. La avaricia es tal, que Glovo directamente se enfrenta a la nueva ley, no intenta adaptarse y continúa la batalla en los juzgados (al parecer, sede real de su negocio); por otro lado Uber Eats prepara un ERE encubierto y cederá ilegalmente trabajadores, emulando lo peor de un modelo del que Just Eat, como he comentado, ya ha anunciado que se va a alejar. Avaricia que supera cualquier teodicea social de Adam Smith, esa mano invisible divina, para quienes dispongan de un credo; o avaricia parasitaria del liberalismo globalizado que ha llevado a la irreversibilidad del colapso del sistema capitalista, para quienes confiamos más en la percepción de Yayo Herrero o Carlos Taibo que en la existencia de dioses.
Supongo que alguien podría pensar que en lugar de “destruir empresas prohibiendo cosas” lo positivo sería fomentar las buenas alternativas laborales. Pero la falacia en el tweet, el falso dilema, se ve desde lejos: en el capitalismo son las propias condiciones basura, ilegítimas y a la postre ilegales las que, a través de la competencia desleal destruyen tanto la economía como el mercado laboral. La única forma en la que podría funcionar el fomento de buenas alternativas laborales es destruyendo al mismo tiempo la explotación laboral. De otra forma, los esfuerzos siempre serán baldíos. Esto es algo que nos lo puede explicar un doctor de Economía, un sindicalista o un niño de primaria que ya se haya dado cuenta de que a la patronal no les importa ni John Maynard Keynes, ni Karl Marx, ni Adam Smith, ni la teoría valor-trabajo, sino los beneficios. Y a pesar de ello, la realidad que conocemos todos es que Deliveroo nunca fue rentable ni siquiera con esas condiciones basura, sino que su presencia en el Estado español era sostenida por la transnacional en su conjunto. ¿Cómo podría recuperar Just Eat su mercado como marketplace, posibilitando así la contratación de los 4.000 riders de Deliveroo por parte de terceras compañías, o reconvertirse en empleador directo como han anunciado, si éstos siguen trabajando bajo condiciones ilegales para una Deliveroo sujetada artifialmente? ¿Cuán liberal es defender esta competencia desleal supuestamente en base a la empatía? Cualquiera comprende que si algún trabajador autónomo se sustentaba realmente a través de Deliveroo lo hacía sobre los hombros de la competencia y de sus compañeros; con la venia de un algoritmo que le tiraría abajo de la cadena en cuanto frenara su producción y -más allá de postureos ideológicos- supuestamente en todo momento sin el beneplácito de quien pensara como el autor del tweet, ya que para él el valor de su producción siempre había sido nulo al no existir beneficio en la cuenta de resultados de la compañía. Ahí fenece cualquier espejismo de empatía que haya podido creer sentir vagamente quien dice estar preocupado por los riders de la compañía, al mismo tiempo que lamenta que Deliveroo cierre sus puertas, pero en su vida se plantearía que ni él ni nadie cercano a él aceptara las condiciones laborales de estas plataformas.
No voy a ponerme intenso con mi forma de ver todo esto a la larga, que este artículo ya ha sido suficientemente extenso. Terminaré mi celebración con un corolario, indicando que este ataque a algoritmos secretos y en manos privadas es una gran noticia; que en esta ocasión no se ha cedido ante quienes pedían una legislación ad hoc para afianzar un negocio basado en la explotación laboral machacando cualquier competencia legítima; y que el golpe en lo cultural ha sido importante. Por desgracia toda celebración debe terminar y tampoco hay que olvidar que, también y específicamente en cuanto a los riders, la lucha obrera sigue y la batalla cultural no ha hecho más que empezar.
Iagoba Itxaso – Alternatiba
Publicada en su blog Ignominia por fascículos