Hace un mes se cumplieron 10 años de la Conferencia Internacional de Aiete y del anuncio de ETA “del cese definitivo de su actividad armada”. La conmemoración tuvo más eco del esperado y supuso una oportunidad de escuchar voces que han aportado una visión más reflexiva sobre lo sucedido y sobre todo lo que falta por construir. Sirvió también para poner el foco en las cuestiones pendientes y también para reabrir un debate público que pierde resonancia, entre otras cosas, por la necesidad social de pasar página. Fue acompañada de algunas novedades, como la declaración realizada por la izquierda independentista, las explicaciones sobre cómo se llegó hasta Aiete por actores tan relevantes como Zapatero y la reedición del apoyo internacional al proceso.
Sin embargo, la hoja de ruta de Aiete para alcanzar una paz justa y verdadera no está completada. Un punto sobre cuya consecución no cabe duda es el de la disolución de ETA, pero faltan otros. Impera la necesidad de seguir avanzando en reconocer, compensar y asistir a todas las víctimas, además de abordar la reintegración social de las personas presas por su actividad en ETA y canalizar la cuestión política subyacente.
El proceso de transformación del conflicto vasco no encaja en los esquemas clásicos de los procesos de paz, no se ha logrado el consenso necesario para afrontarlo desde los postulados de la justicia transicional que se aplica en contexto de superación de conflictos, al menos no en su totalidad. No ha habido, por ejemplo, un acuerdo de paz o una comisión de la verdad. Incluso se pone en cuestión que haya habido un proceso de paz. Sin embargo, es indudable el cambio de ciclo en estos diez años y la mejora en la convivencia que esto ha supuesto.
“Desde posiciones feministas se ha venido trabajando en la necesidad de caminar hacia un escenario de paz desde un diagnóstico de la realidad vasca complejo y pluridimensional”
A pesar de que se hayan echado en falta más avances en la primera línea —en el espacio de los focos— es de rigor prestar atención a las acciones que se llevan a cabo desde posiciones más discretas, en las que la participación de la ciudadanía ha sido y es mayor y más plural. Conviene fijarse, por lo tanto, en esas acciones más alejadas del ámbito jurídico y político, que están contribuyendo de manera sustancial a mejorar la convivencia: espacios de reflexión; investigaciones colectivas; encuentros entre personas con posiciones ideológicas muy diferentes, o entre víctimas de distintas violencias; experiencias llevadas a cabo en el ámbito municipal para reconocer todos los tipos de sufrimientos vividos en las últimas décadas; o incluso expresiones artísticas que aportan una mirada más emocional. Lejos de la habitual bilateralidad en procesos similares, la sociedad civil ha tenido en ciertos momentos un papel protagonista, que merece ser destacado.
Está claro que el impacto de la violencia ha condicionado nuestras vidas en un grado u otro, nuestras relaciones, nuestra propia identidad y el propio tejido social. Por eso, desde posiciones feministas se ha venido trabajando en la necesidad de caminar hacia un escenario de paz desde un diagnóstico de la realidad vasca complejo y pluridimensional. En el que no se relegue ningún conflicto, tampoco los generados por desigualdades de género, brechas socioeconómicas o discriminaciones culturales y raciales. Se hace la lectura de que estos conflictos también han afectado y afectan a la vida de muchas personas y su superación es necesaria para la consolidación de la paz. Se trata de una perspectiva amplia de la paz, una paz positiva que requiere de la ausencia de violencia tanto directa, como estructural o indirecta, así como de la garantía de justicia social. Para ello, se hace necesario tener en cuenta todos los ámbitos y todos los agentes que configuran la sociedad. Ser capaces de realizar una lectura general de lo acontecido, sin olvidar las especificidades y las necesidades concretas
“Son muchas las tareas pendientes, lo importante es seguir caminando y entretejiendo pequeños procesos”
Toca ya empezar a pensar en cómo queremos que sea la conmemoración del vigésimo aniversario, en cuáles son esos logros que nos gustaría celebrar. Es por tanto, momento de seguir trabajando, pero también de aprovechar para pararnos y soñar. Debe necesariamente ser un trabajo colectivo que no puede dejar de lado a quienes eran muy jóvenes para tener recuerdos claros y propios de lo sucedido. Es, en ese sentido, responsabilidad compartida promocionar una cultura de la paz que fortalezca un proceso de reconciliación necesariamente largo. Son muchas las tareas pendientes, lo importante es seguir caminando y entretejiendo pequeños procesos.
María del Río – Alternatiba
Publicado en Hordago-El Salto