Como cada 1 de diciembre, celebramos el Día de la Lucha contra el VIH-SIDA. Un día que se volverá a llenar de actos institucionales, firmas de diferentes acuerdos, un sinfín de lazos rojos, un bombardeo de información sobre los puntos donde puedes realizarte la prueba del VIH, repartos de condones…
En contraste con toda esta presencia mediática en un día señalado, el resto del año no hay ni rastro del tema. Parece que ya lo conocemos todo, que existe una conciencia social real, o que ya es algo del pasado. Nada más lejos de la realidad. Sigue estando presente, muy presente, para quienes viven con el virus; y siguen estando presentes la profunda estigmatización y el cruel señalamiento de las personas seropositivas.
Recordar la lucha contra el VIH-SIDA nos trae a la mente imágenes de edificios públicos pintados de rojo, cuerpos debilitados poniendo rostro a las consecuencias del abandono y silencia institucional, siluetas en el suelo simbolizando las personas que perdían la vida en soledad y con el único apoyo de pequeñas redes de solidaridad, gritos de rabia señalando que la acción es vida. Significa poner en valor la resistencia frente al silencio. Significa poner en valor una parte de nuestra memoria.
Cuando el virus comenzó a afectar a personas más allá de los demonizados “grupos de riesgo”, cuando el “virus rosa” también habitaba en cuerpos que cumplían la norma, cuando las personas seropositivas no eran exclusivamente maricas, drogadictas o gente relacionada con el trabajo sexual, sino que también afectaba a personas “de bien”; fue entonces cuando comenzaron los avances médicos para paliar esta pandemia.
Actualmente, el acceso a medicación antiretroviral ha cambiado el paradigma de trasmisión del VIH. Pero como en todos los avances médicos, solo afecta a personas que se encuentran en determinadas latitudes geográficas y con un determinado status de ciudadanía. Sí, estoy hablando de las personas que residen en países fuera del mundo globalizado y de las personas migrantes en situación irregular. Para ellas, el acceso a la salud se limita o es inexistente. Estamos viendo la actual política de patentes para las vacunas frente a la COVID-19. Hay vacunas, sí; pero no llegan a todas las partes del mundo donde son necesarias.
Que no se nos olvide lo sucedido en esta pandemia: centros de salud saturados; personal sanitario desbordado, sin recursos y agotado; desaparición de la atención primaria y demoras en operaciones y diagnósticos que empeoran notablemente la salud comunitaria. Que esto nos sirva para poner en valor la necesidad de una salud pública, universal, de calidad y con los recursos suficientes. Sin esto, la salud comunitaria es inexistente.
Mas allá de grandes declaraciones y actos institucionales, más allá de solapas llenas de lazos rojos, ¿dónde está la apuesta clara por la investigación?, ¿dónde queda el perdón desde las instituciones públicas por el abandono?, ¿para cuándo el reconocimiento de las decenas de miles que perdieron la vida por el abandono médico y el estigma?, ¿para cuándo la reparación a esos viudos que vieron morir a sus parejas en el más absoluto silencio y la más ignominiosa soledad?, ¿para cuándo una educación sexual pública, libre de señalamientos y prejuicios?
Seguiremos haciendo memoria de todas esas personas que fueron silenciadas y abandonadas. Seguiremos rompiendo barreras estigmatizadoras que también provocan aislamiento, estigmas y silencio. Seguiremos en el compromiso por una salud pública y unos servicios públicos dignos que garanticen vidas dignas de ser vividas y libres de toda violencia. ¡Vamos a dignificarlos desde la rabia, desde el placer y desde la alegría!
David Mangado – Coordinador de Alternatiba en Nafarroa
Publicado en Hordago- El Salto