Vivimos en un escenario global lleno de incertidumbres. Hemos pasado de una época de cambios a un cambio de época marcado por la convergencia de la pandemia y la crisis climática, un serio correctivo para advertirnos que el neoliberalismo nos conduce al colapso civilizatorio y que nos acercamos peligrosamente a un punto de no retorno, si es que no lo hemos alcanzado ya. Seguir como hasta la fecha no es una opción. El reto para la izquierda es descomunal, la creación de un sentido nuevo, de un nuevo orden alternativo debe ser inherente a la agenda de cualquier movimiento político transformador.
Y una vez más, pero también una vez menos, asistimos en la CAV al trámite de unos presupuestos de corte neoliberal diseñados por un gobierno de derechas. Algo que sucede cada año cuando el Gobierno Vasco anuncia los mejores presupuestos de la historia. Entonces, comienza un trámite que apenas despierta interés entre la población, menos aún si las cuentas nacen aprobadas como consecuencia de la mayoría absoluta PNV-PSE. Aunque es obvio, esto significa que el resto de formaciones políticas en la cámara podemos manifestarnos enérgicamente y votar en contra, pero el resultado final no se verá alterado. Por lo tanto, el sentido del voto no es un elemento determinante, ni siquiera condicionante en términos aritméticos. Esta es la principal premisa a la hora de abordar este debate.
Los presupuestos expansivos de 2022, cuya aprobación, insistimos, tiene garantizada Urkullu, no son buenos: son continuistas, no suponen un cambio de dirección, destinan 1.430 millones de euros al pago de deuda y, si analizamos la serie histórica entre 2003 y 2022 del porcentaje de gasto destinado por el Gobierno Vasco a Salud y Educación, 2022 es el año en el que menor porcentaje del presupuesto se dedica a Salud (excepto 2016) y Educación (excepto 2018).
En este contexto de excepcionalidad y con la mayoría absoluta del gobierno, EH Bildu ha decidido abordar el debate presupuestario de la CAV desde la responsabilidad, incluso generando debate donde no lo había y ampliándolo más allá de lo estrictamente económico, terreno prohibido hasta la fecha. Entre otras cuestiones, y si de confrontar modelos se trata, esto ha visualizado las diferencias entre quien gobierna y quien aspira a gobernar: fiscalidad o modelo residencial entre otros que han quedado fuera del documento, porque tan importante como señalar lo acordado es tener en cuenta lo que ha sido imposible acordar. EH Bildu ha elaborado una propuesta política y económica con los retos más importantes que tenemos como país y con el claro objetivo de mejorar la vida de la gente, principio rector de su praxis política. Y lo ha hecho desde la confianza que da un objetivo tan nítido, algo que permite a cualquier movimiento transformador mantener posiciones políticas cimentadas en el sentido común, algo imprescindible en la creación de ese sentido nuevo y la construcción de un orden alternativo. Es ahí donde la decisión adquiere una gran relevancia, en el germen de un orden moral, cultural y simbólico en el que nuevos sectores de las clases populares se sientan representados, avanzando en la constitución de ese movimiento hegemónico que aspira a la construcción de un país de libres e iguales.
Por eso, ante unos presupuestos que se van a aprobar sí o sí, la pregunta es: ¿Merece la pena hacer posible que se incorporen elementos que mejoran la vida de la gente?
Más personal médico y de enfermería en los ambulatorios, compromiso para que el SMI en convenios colectivos sea proporcional a la renta media de la CAV, un sistema de control de precios del alquiler, el impulso a la i+d vasca más importante de la historia, financiación para elaborar estrategias y planes de emancipación de las personas jóvenes, la mayor cantidad jamás destinada a las personas sin hogar, una subida que revierte recortes en las Ayudas de emergencia social para hacer frente al atraco de las energéticas, y mucho, pero que mucho dinero para proyectos de transición energética a entidades locales y subvenciones al autoconsumo y comunidades energéticas.
En el contexto disruptivo actual, no negociar para mejorar la vida de la gente por guerras banderizas no es una opción, y menos cuando se hace sin renunciar a bases y principios. Y esto genera contradicciones como consecuencia de pasar de la teoría: aspiraciones de gobernar construyendo hegemonía, a la praxis: aceptación del principio de realidad de la sociedad en la que vivimos y, en base a eso, hacer del gradualismo el camino idóneo para reforzar la estrategia para la consecución de tus objetivos. Por eso la hostilidad del pensamiento conservador, e incluso incomprensión de sectores de izquierda y sindicatos deben ser comprendidos y asumidos, es necesario vivirlos de manera natural, y sobre todo no deben ser denostados ni tapados; al contrario, debemos favorecer el debate para seguir construyendo un movimiento político hegemónico que le dispute el poder al régimen vasco instalado hace décadas en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra sociedad. Seguir construyendo un bloque histórico capaz de articular y generar imaginarios que aúnen y movilicen a una mayoría social que abogue por una república vasca de libres e iguales. Por eso, lo conseguido en términos políticos a cambio de una abstención no condicionante adquiere una dimensión que va más allá de las cuentas de 2022. Seguimos.
Josu Estarrona – Miembro de la CN de Alternatiba y parlamentario de EH Bildu
Publicado en Hordago-El Salto