El pasado miércoles asistimos a un crimen atroz: el desahucio de una pareja en Gros. Después de veinte años pagando cumplidamente el alquiler, se han visto expulsados de la vivienda a la fuerza, sin ni siquiera tener opción a recoger sus pertenencias. La jugada es clara, al fondo buitre Azora, propietario del piso, solo le interesan los números y la rentabilidad del inmueble. Cualquier otra cosa es superflua para los criminales. Da igual que los inquilinos lleven cuatro lustros viviendo en ella, no importa que su vivienda no haya sido reformada en años, ni importa lo que opine la sociedad y, por supuesto, menos aún importan los derechos básicos, como el acceso a vivienda digna. Esta vez hemos visto que, aunque lleves toda tu vida en un apartamento, puede aparecer un fondo buitre, sin ningún tipo de relación con el barrio o la ciudad, pero con el poder de disponer de la Ertzaintza para conseguir expulsarte y especular con un bien fundamental.
Se sabe que esto no ha hecho más que empezar; quieren el edificio libre para poder poner los alquileres a precios no aptos para gente humilde que solo quiere seguir viviendo en su ciudad. A Iñaki y a Rosa les han ofrecido una vivienda temporal, pero está claro que tendrán que irse de Donostia. Estaban pagando un alquiler asequible, que ni en la actualidad ni en el futuro será posible encontrar en la capital; ya que, cualquier opción que busquen cuando se termine la caridad sin solución dada por el consistorio, estará al menos un par de cientos de euros por encima de lo que pueden pagar. Aquí se pone de manifiesto que estaban en la frontera de lo que pueden pagar y lo que no. La solución para ellos y el resto de inquilinos de este edificio, o de los bloques de Benta berri en manos de otro fondo buitre, es irse desahucio mediante o pagar más, teniendo en consecuencia, más si cabe, una economía estrangulada hasta casi la inanición.
Esto no es más que la punta del iceberg del problema de la vivienda en nuestra querida ciudad de postal. Los alquileres están por las nubes, de los pisos pero también de las habitaciones. ¿Cuántas familias viven hacinadas entre 4 paredes, compartiendo baños y cocina (la sala no existe, ya que puede ser otra habitación extra que poder alquilar) con otras familias en el mismo apartamento? La vivienda es sinónimo de drama y de malvivir para mucha gente, y nunca ha estado tan alejada de su otra supuesta acepción: hogar. Todo esto, sin entrar a los precios de compra, viendo cómo suben año tras año, con o sin pandemia, con o sin petróleo, con o sin turismo. La subida es constante y las medidas de control inexistentes. Sólo preocupan las licencias de hoteles que afloran al mismo ritmo que los champiñones, los túneles excavados en arena y agua junto al marco incomparable, o el enorme pozo de bronce con una gran cisterna en mitad de una isla.
Con el desahucio del miércoles experimentamos una expresión del mundo en el que habitamos, un reflejo del sistema real en el que vivimos; donde el de abajo, el más precarizado, siempre es quien más tiene que temer. Una vez más, hemos visto que uno de los supuestos pilares de un Estado, que es el monopolio de la violencia, representado y ejercido por las fuerzas de seguridad, como por ejemplo la Ertzaintza, no está, precisamente, al servicio de la ciudadanía. Ante esto, las instituciones públicas mantienen la boca cerrada y Azora se convierte en el depositario real del poder, usando a la policía para sus intereses privados. Vemos otra vez, y sabemos que no será la última, que el derecho a la propiedad, es el único derecho inalienable en las democracias liberales, echando a la calle a quien haya que echar; sin importarles nada ni nadie, salvo sus bolsillos.
Por todo ello, sólo queda luchar y confrontar, hacer frente a los carroñeros, apoyar la lucha de todos los colectivos anti-desahucios, acompañar a las víctimas de la vivienda precarizada y presionar a las instituciones. No más personas fuera de sus hogares. Ni un desahucio más
Diego Barrado – Alternatiba