Si esperar a alguien en una estación de tren ya es casi una figura literaria, esperar al autor que debes entrevistar leyendo su libro resulta casi naif. Suerte que hay confianza. Con ella en la mano le confieso que estoy nervioso por el hecho de entrevistarlo y que mientras esperaba no podía dejar de ligar el hecho con su segundo apellido, Montiel, tan presente en muchas páginas de su libro, con la celebérrima “fumando espero”. Y en estas aparece, con mochila al hombro y la sonrisa familiar que le describe el alma. Jonathan Martínez, bilbaíno de nacimiento y sevillano de adopción; cuarentón para cuando se lean estas líneas; detective de la memoria; hemeroteca andante y juntador profesional de letras, ideas y sueños, que acaba de publicar su primer libro: La historia oficial (Txalaparta, 2022).
Vamos a confesarle a los lectores que las fotos de esta entrevista casi nos cuestan la cárcel. Bueno, la cárcel no, pero nos ha dicho el de seguridad que asaltar las vías son 3000€ de multa. La primera pregunta, por tanto, es si llevas cash, porque yo algún billete de 20 sí pero hasta ahí… Ya seriamente, ¿vivimos en un estado policial, ‘atrapados en azul’ que cantaba Isma?, ¿alguna vez hemos dejado de estarlo?
Antes de empezar, debo decir que mi abuelo era Montiel antes que Sara. Ella en realidad se llamaba María Antonia Abad. Nuestro apellido es el original. El suyo era un seudónimo.
En cuanto a la multa, ahora que tú y yo somos convictos de invasión de vía férrea, no puedo dejar de recordar esa escena de El espíritu de la colmena en que Ana Torrent aplica la oreja a las vías del tren. La película y su director, Víctor Erice, se han abierto un hueco en La historia oficial, donde también cuento que eso de jugarse el pellejo con los ferrocarriles tiene precedentes en mi familia.
Y por último, hablemos de la policía. Uno de los ejes del libro tiene que ver con la vigilancia y el castigo desde el nacimiento de la Inquisición hasta la expansión de internet. La tecnología ha perfeccionado los métodos de control social pero los mecanismos del poder son siempre los mismos. Y te contaré una anécdota. En una ocasión, la Policía española trató de atribuirme un delito de opinión. Como no encontraba la manera, acudió a mis redes sociales y presentó como prueba un tuit en el que yo parafraseaba a Ismael Serrano en esa canción que has nombrado, “Atrapados en azul”: «Ellos me protegen de ti, ¿de ellos quién me va a proteger?». La ironía habla por sí sola.
Aunque de lectura fácil, has escrito un libro de tal profundidad y tantas capas, que cuesta definirlo y encajarlo en un género. Juro haber leído hasta versiones contrapuestas al respecto. Tiene historia local y universal; aborda la memoria, personal y colectiva. También tiene mucho de existencialismo y hasta de desnudez, metafórica claro. Yo prefiero preguntar a quien sabe de esto, y eres el único doctor en comunicación por aquí. Describe y clasifica tu libro.
Aquí hay un intenso trabajo de desescritura, de arrojar borradores a la papelera, de desnudar la prosa hasta dejarla en los huesos para que cada palabra valga la pena. Quería que el libro pudiera leerse con facilidad en un primer acercamiento pero que tuviera un fondo exigente. Me ha sorprendido la cantidad de personas que lo han leído dos veces con la idea de que un segundo pase abre nuevas interpretaciones. Dice Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río y Jorge Luis Borges añade que nadie puede leer dos veces el mismo libro porque el texto cambia con nosotros. La verdad es que no puedo clasificar La historia oficial porque su índole es contraria a las clasificaciones. La editorial esperaba un ensayo pero de pronto se encontró con un puzle narrativo. Y eso es un riesgo, porque uno nunca sabe en qué sección de la librería debe buscarlo. Jon Altza, que presentó el libro en Gasteiz, lo definió como “artefacto” y me gusta el término porque me sugiere un mecanismo de piezas ensambladas.
«La verdad es que no puedo clasificar La historia oficial porque su índole es contraria a las clasificaciones. La editorial esperaba un ensayo pero de pronto se encontró con un puzle narrativo»
Antes de dejar el tema, en las bibliotecas públicas vascas hay disponible un buen número de ejemplares del libro (más de la mitad en préstamo por cierto). ¿Sabes que te han catalogado en la temática “Miedo”? Más allá de la mención al amontillado de Poe, y de la escritura como arma para combatir el miedo al olvido, la mayoría de títulos con esa etiqueta son libros de autoayuda, por los que tienes querencia. ¿Qué te atrae de esos libros?
Si quieres conocer una sociedad de un solo vistazo, date una vuelta por una parafarmacia y por las estanterías de autoayuda de una librería. Ahí están en pocas palabras nuestras obsesiones, nuestros deseos y nuestros temores. Los analgésicos, los antidepresivos y las pastillas para adelgazar son la contraparte farmacológica de la literatura de autoayuda. Dale un ojo a algunos de los títulos más vendidos: El fin de la ansiedad, Mente, déjame vivir, Cómo ganar amigos. En La historia oficial tiene un gran peso El príncipe de Maquiavelo. Alguna vez lo he definido como un libro de autoayuda para gobernantes. No es casualidad que tanto El príncipe como El arte de la guerra de Sun Tzu engrosen las estanterías de la sección de emprendedores. También es posible conocer la naturaleza homicida de la fase actual del capitalismo leyendo esos manuales que compran los ejecutivos apresurados en los aeropuertos. Si perteneces a la clase trabajadora, lo que necesitas no es un libro de autoayuda sino un sindicato.
Desde luego los testimonios de torturas que recuperas, algunos muy cercanos y otros lejanos geográficamente, sí que podrían encajar en la categoría de ‘miedo’. La historia oficial dijo que Txabi Etxebarrieta murió en un tiroteo, y justo ahora un experto de Aranzadi que ha podido ver la autopsia oculta durante 50 años, parece contradecirla, acreditando un segundo disparo por la espalda y a quemarropa. Curiosamente, el desmentido científico no sirvió para que EiTB dejara de sostener la versión franquista de los hechos al dar la noticia. ¿hay esperanza para la memoria histórica?
¿A qué se refieren con eso de «la batalla por el relato»? A la necesidad que tiene el pensamiento dominante de implantar sus narrativas y cerrar cualquier resquicio a los matices incómodos de la historia. Las comunidades políticas están unidas por los mitos. A veces esos mitos tienen apariencia laica pero sus raíces son religiosas. ¿Qué es la leyenda de «los padres de la Constitución» si no una adaptación chabacana del mito de Moisés, que bajó del monté Sinaí con las tablas de la ley? Son asombrosos los malabarismos que tienen que hacer algunas fuerzas vivas para no reconocer a las claras que el franquismo fue un régimen genocida aliado de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Que la resistencia contra una tiranía es legítima. Y que todavía hoy, en plena democracia, se sigue homenajeando y condecorando a colaboradores franquistas que participaron de una vulneración sistemática de derechos humanos y que no rindieron jamás cuentas por sus crímenes.
Alterné la lectura de La historia oficial con un libro sobre la Guerra Civil. En episodios como la defensa de Madrid o el inicio de la ofensiva en el Ebro, la mente, y el corazón sobre todo, desea que las páginas siguientes mientan o que la historia se reescriba. En un capítulo te preguntas “qué habría ocurrido si Franco no hubiera ganado aquella guerra” ¿Te gustaría dirigir una especie de Malditos bastardos donde el Campesino, La Pasionaria o Durruti aparecieran en el Pazo de Meirás dinamita en mano?
Hace muchos años tropecé con un libro de Fernando Vizcaíno Casas que se titula Los rojos ganaron la guerra y que plantea una ucronía donde Franco sucumbe y la Pasionaria termina dirigiendo un gobierno comunista. Por supuesto, Vizcaíno Casas solo trata de justificar el franquismo pero a mí me llevó a interesarme por las líneas temporales paralelas. Es una forma muy productiva de romper con las visiones monolíticas de la historia. En La conjura contra América, Philip Roth imagina qué habría pasado si un aviador simpatizante del nazismo como Charles Lindbergh hubiera desbancado a Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1940. En realidad, el escenario no es muy diferente al falso dilema que nos plantean los social-liberales en Europa: apuntalar el libre mercado o caer en manos de la derecha neofascista. Y digo que es un falso dilema porque la extrema derecha ha crecido precisamente cuando la crisis se llevaba por delante todas las promesas de prosperidad que nos trajo el neoliberalismo. En un episodio imposible que aún nadie ha escrito, Federica Montseny asaltaría la sede del Banco Central Europeo en 2015 para evitar que la Troika asfixiara con sus políticas de austeridad al pueblo griego. Eso sí que sería una historia digna de leer.
«Si perteneces a la clase trabajadora, lo que necesitas no es un libro de autoayuda sino un sindicato»
Afirmabas hace poco en La Base que 40 no, que son 70 los años transcurridos desde que la OTAN entró en España (que no al revés). Todavía resuena el “OTAN de entrada no”, y ahora la alianza sigue en expansión. Confiesa, ¿pensabas que volvería a alzarse tan rápido el telón de acero?
Es curioso porque La historia oficial nace, entre otras cosas, de una reflexión en torno a este fenómeno. Hay un paréntesis histórico que se abre con los atentados del 11-S y que se cierra dos décadas más tarde con la huida de los aviones estadounidenses de Kabul. Son veinte años regidos por la doctrina del miedo. Nos forzaron a renunciar a los derechos humanos, civiles y políticos con una falsa promesa de seguridad. Lo que había detrás, claro está, era la necesidad de fabricar un enemigo exterior que justificara el cierre autoritario de las democracias occidentales y su expansión imperial. Bush lo expresó sin rodeos: la caída del muro de Berlín había traído una década sabática que terminó el 11 de septiembre de 2001. Se inauguraba así el ciclo histórico de la “guerra contra el terror”. La historia oficial habla del fin de ese ciclo y de la necesidad perpetua de fabricar enemigos externos. No sabía entonces que esa fabricación de un nuevo enemigo sería tan inmediata. Cuando nuestro libro salía de la imprenta, las bombas rusas empezaban a caer sobre Ucrania. Después vino todo lo demás.
Esto también recuerda a esa (en la redes) célebre encuesta, francesa creo, que demostraba cómo con el transcurrir del siglo XX la gente cada vez era más proclive a pensar que fueron los EEUU los valedores de la derrota del nazismo. En esto, ¿tiene que ver más la Casa Blanca, Hollywood, o todas las anteriores son correctas?
Estados Unidos entendió mejor que nadie el poder de las imágenes y de los mitos en la creación de una conciencia nacional y en la consagración de todo un sistema de valores. A nadie se le escapa que Hollywood es una maquinaria de propaganda extraordinaria porque no actúa con la rudeza del discurso político sino con formas más sibilinas de instrucción ideológica. Las leyendas penetran en el inconsciente colectivo y escapan al debate racional. Por eso sirve de poco interponer datos ante quien funda sus opiniones en la fe.
Hollywood se volcó con la propaganda de guerra solo a partir del ataque contra Pearl Harbor. Pero el mito de la victoria estadounidense en la Segunda Guerra Mundial se construye lentamente durante la guerra fría, en largas décadas de publicidad antisoviética. Desde la caza de brujas del macartismo hasta las sagas de Sylvester Stallone. Todas las implicaciones de la Perestroika están condensadas en el combate final de Rocky IV, un film de 1985. El boxeador estadounidense noquea a Iván Drago, conquista al público soviético y emite un discurso de agradecimiento que va a aplaudir incluso el personaje que interpreta a Gorbachov: “Si yo puedo cambiar y vosotros también, todos pueden cambiar”.
Impacta la portada del libro, con referencia a dos capítulos muy distantes geográficamente, pero muy cercanos. ¿Dónde aletea la mariposa que hace que llueva gente en Nueva York y en Afganistán?
La portada es un diseño de Monti y tiene la particularidad de haber sido creada cuando el libro solo era un boceto. Si lo habitual es que el texto sugiera una portada, en este caso la portada ha guiado el proceso de escritura y me ha ayudado a tener siempre presente el concepto de la caída como motor de la historia. Supongo que el vínculo permanente entre espacios y épocas obedece a mi visión particular de la narrativa. Me interesa confundir lo simultáneo y lo sucesivo con el propósito de crear conexiones sobrecogedoras en la imaginación del lector. Encuentro un paralelismo en los conceptos musicales de la armonía y el contrapunto. Hay eventos históricos que se armonizan, que riman entre sí. Al mismo, tiempo hay sucesos que se enfatizan por contraste. Por ejemplo, los relatos de Las mil y una noches nos devuelven a la infancia con las peripecias de Simbad o Alí Babá. ¿Pero qué ocurre si tomamos a un personaje de ese ámbito mágico como Scherezade y lo llevamos al territorio barbárico de la tortura? La armonía nos proporciona el placer de la rima pero el contrapunto nos desarma.
Bromeaba con el género de la clasificación bibliotecaria, pero hay varios capítulos que, cuando menos, estremecen. “Milton Friedman en Chile” debería llevar una advertencia, como las cajetillas de tabaco. Aunque quizá el capítulo sea la advertencia frente a otra cosa. ¿Hay que molestar para tomar conciencia?
Hay una línea sutil que separa la denuncia de la mercantilización del dolor. En una ocasión le planteé una pregunta a los estudiantes de comunicación de la UPV: ¿Es ético divulgar la imagen de un niño kurdo de tres años que ha huido de la guerra de Siria y ha aparecido muerto en la costa turca? La mayoría opinaba que no, pero todo el mundo conocía la fotografía porque la había visto varias veces y porque en el fondo es muy difícil apartar la mirada de una imagen tan terrible que nos apela y nos habla de un fenómeno desolador. La sensibilidad del público ha cambiado y antes los periódicos difundían imágenes que ahora jamás difundirían. De hecho, La historia oficial recoge la polémica que se generó alrededor de las fotografías de las víctimas del 11-S. ¿Qué ocurre con el capítulo de “Milton Friedman en Chile”? Que los testimonios atroces que leemos son palabras textuales de las víctimas de la dictadura ante la Comisión de Verdad. Yo me he limitado a seleccionar y ordenar esas declaraciones con la intención de suscitar un efecto. Es lo que hace un fotógrafo cuando se enfrenta a una estampa dolorosa y elige la composición más expresiva. Se trata de respetar y dignificar a la víctima sin dejar de golpear el estómago del lector. Lo contrario es la indiferencia. No se me ocurre nada más vil que la indiferencia.
No dejas de hacer presentaciones y ya hay segunda edición. Podemos hablar objetivamente de una buena acogida. Hasta grandes firmas, mencionaré solo una, Jule Goikoetxea, han reseñado y destacado tu libro. No es nuevo, ni mucho menos, que te aplaudan relatos, pero supongo que este es especial. ¿Cómo te sientes ante la acogida del libro?
Lo cierto es que La historia oficial es una publicación modesta y tiene algo de militancia cultural frente a las máquinas arrolladoras de las grandes firmas, que disponen de aparatos colosales de promoción. La gente de la editorial Txalaparta se ha volcado en pasear el libro de un lugar a otro y me siento muy afortunado de tener a gente entusiasta a mi alrededor. Jule Goikoetxea tuvo a bien acompañarme en la presentación de Donostia y su diálogo con el texto me resultó inspirador y me abrió nuevas veredas. Isaac Rosa escribió que el libro habla de vencidos pero no de perdedores, y ese detalle mínimo me invitó a reivindicar desde otro ángulo mi propia obra.
«Las leyendas penetran en el inconsciente colectivo y escapan al debate racional. Por eso sirve de poco interponer datos ante quien funda sus opiniones en la fe»
“Me preguntó quién leerá estas frases, qué clase de personas pondrán en suspenso sus vidas para acompañar las vidas de mis personajes”. Es parte de la anterior pregunta: ¿Tienes ya respuesta a estas dudas?
Hemos recibido correos de lectoras que se presentaban como esas personas que dejaron en suspenso sus vidas para sumergirse en el libro. Y eso resulta muy reconfortante porque la escritura es solo un eslabón individual de un largo proceso colectivo. La comunicación no está completa hasta que alguien la recibe. Yo no soy más que un náufrago que arroja al océano un mensaje en una botella sin tener la más remota de idea de quién, cómo y cuándo lo recibirá. Y entre todas las personas que leyeron el mensaje, ahora mismo recuerdo con cariño a una lectora que nos dirigió un correo de agradecimiento y cuya madre se refugió en Karrantza tal y como hicieron otros personajes de este libro. Esa es una de las mejores recompensas que depara el oficio de la escritura.
En buena medida es un relato personal, habla de tu familia. Recuerdo que mi abuela (que al contrario que su madre nunca habló euskera, pero alardeaba de saber contar en catalán de cuando huyó allí al caer el norte) evitaba hablar de la Guerra Civil. Cantaba Pedro Guerra que acabada la guerra “vencieron a los vencidos”, y quizá por eso una o dos generaciones optaron por callar. ¿Cómo fue tu periplo de preguntar a la familia y rebuscar en su historia?
El silencio se convirtió en una estrategia de supervivencia primero y en un hábito después. Porque la guerra duró tres años pero la victoria duró cuarenta y todavía arrastramos las secuelas de una herida que no se ha permitido el lujo de cicatrizar. Al paso de los vencedores, las represalias tuvieron una función disciplinaria y pedagógica. No solamente se imponía la revancha sobre quienes se habían significado ideológicamente sino que además se instauraba un clima de terror y de delación que impedía cualquier brote de disidencia. Hablar con libertad era un privilegio reservado a las élites. Muchos años después, al interrogar a mis familiares, me he dado cuenta de que las respuestas siempre estuvieron ahí. Solo faltaba que alguien formulara las preguntas.
Abres cada capítulo con una cita de autores de lo más dispar. ¿Rondan tu cabeza o eres de los que cazan perlas de sabiduría desde sus primeras lecturas? ¿Y en cualquier caso, qué sientes al saber que otros/as emplearán perlas de este libro para acompañar otras ideas?
Los escritores no se conforman con leer dejándose mecer por las palabras sino que tratan de desentrañar activamente los engranajes ocultos de los libros. Los investigadores, por su parte, cultivan la manía de leer bibliografía de una forma superficial para rescatar las pepitas de oro de cada texto. Supongo que he alimentado ese doble vicio: el del análisis y el de la captura de esos destellos de pensamiento. Para mí, además de un homenaje a las fuentes es un diálogo con ellas. A veces las citas refuerzan el capítulo y otras veces le aportan un contraste irónico. Hay algo poderoso en las citas hasta el punto que la mayor parte de las personas que han leído La historia oficial han terminado subrayando las mismas cuatro o cinco frases.
Citas las misiones pedagógicas. María Zambrano recordaba de algún viaje: “Nos esperaba una emoción imborrable y ciertamente inesperada. El recibimiento cordialísimo, ferviente, respetuoso que nos hizo la casi totalidad del pueblo”. Hubo un tiempo en que la izquierda pensó que alfabetizar liberaría y empoderaría al pueblo. Hoy en día, aparentemente, todo el mundo sabe leer y escribir, pero parece que la libertad es otra cosa. Afirmas en el libro que “el fascismo no se cura leyendo ni viajando”. ¿Tiene cura?
Todo comenzó cuando descubrí que las Misiones Pedagógicas habían pasado por mi pueblo y que mi abuelo era uno de aquellos niños que recibieron boquiabiertos la visita de los misioneros. Lo supe demasiado tarde, cuando ya no podía encontrar testigos vivos. Después comprendí que muchas de las nociones que aprendí de mi abuelo procedían de la tradición de la Institución Libre de Enseñanza o de pedagogos como Célestin Freinet, que conjugó el krausismo y el marxismo para educar a los niños en el pensamiento crítico, en la autogestión y en los lazos solidarios. Esa es la semilla que arrancó de cuajo el fascismo porque los sicarios del capital son incapaces de soportar a un pueblo dispuesto a liberarse a sí mismo. Ojalá este libro sirva de homenaje a toda una generación de maestras y maestros que creyeron en el poder de la ilustración y que se enfrentaron a las inercias caciquiles pagando muchas veces con el ostracismo y hasta con sus propias vidas.
«Ojalá este libro sirva de homenaje a toda una generación de maestras y maestros que creyeron en el poder de la ilustración y que se enfrentaron a las inercias caciquiles pagando muchas veces con el ostracismo y hasta con sus propias vidas»
Tras leer “Plomo fundido”, la marcha de tu abuelo, con profundas reflexiones sobre la muerte, uno no puede evitar pensar que con los cuarenta que tú y yo acabamos de cumplir, nos queda solo la mitad del viaje. A un escritor siempre se le pregunta por futuros proyectos, pero vamos a innovar, ¿que tienes pensando para la otra mitad?
«En el medio del camino de la vida me encontré en una selva oscura», dice Dante a los 35 años en la Divina Comedia. Fue en exceso optimista porque murió a los 56 de unas malas fiebres. Así que lo más acertado me parece prestar atención a los filósofos estoicos y dejar de comportarnos como si fuéramos a vivir para siempre. De momento estoy escribiendo una novela que tira de los cabos sueltos de La historia oficial. En La historia oficial he querido abordar la realidad como si fuera ficción. Ahora me interesa abordar la ficción como si fuera realidad.
Entrevista de Mikel Carramiñana