Venimos asistiendo a un preocupante proceso de erosión paulatina del ente público cada vez más evidente tanto para los y las usuarias como para los y las propias profesionales. Llevamos mucho tiempo asistiendo a frecuentes concentraciones y manifestaciones denunciando la mala gestión que viene realizando el departamento de Salud del PNV desde hace décadas, tanto, que se han convertido en parte de nuestro paisaje cotidiano. Pero Urkullu y sus consejeros y consejeras se escandalizan por tanta protesta acusando al interés electoralista de la principal fuerza de la oposición y única alternativa de gobierno a día de hoy. Una teoría conspiranoica diseñada para mostrar al Lehendakari y gobierno como víctimas y lanzando balones fuera.
Son evidentes, y así se señalan desde muy diversos ámbitos, algunos problemas acuciantes que ahora mismo enfrenta Osakidetza: falta de pediatras y médicos y médicas de familia, recorte de horarios y servicios, aumento de los tiempos en las listas de espera, etc. Todos estos síntomas apuntan a que la salud pública vasca, antaño referente europeo, sufre una grave enfermedad crónica. Estas no son sino las consecuencias visibles de años de prácticas políticas nefastas que, ya sea por desidia o por puro mercantilismo, han dejado a uno de los pilares del estado del bienestar en un pálido reflejo de lo que fue y lo que pudo ser.
Es cierto que la mayoría de las sociedades europeas se enfrentan al reto del envejecimiento de la población, con todo lo que esto conlleva para la salud pública, pero los sucesivos gobiernos de Lakua no han tenido la visión necesaria para adelantarse al problema y proponer soluciones audaces. Soluciones que pasan, sobre todo, por dotar de presupuestos a la atención primaria, a la atención de enfermedades crónicas, muchas veces con varias patologías y otras muchas con pacientes de edad avanzada. También hay que destacar el problema que supone el deterioro de la salud mental de la población, especialmente de la juventud, y la necesidad urgente de abordarla. Ya la pandemia se encargó de subrayar esta urgencia y una vez más la gestión de Osakidetza no tuvo la visión necesaria. Y ahí seguimos porque a día de hoy sigue sin estar ni remotamente preparada ni entra dentro de su planificación el abordarla de una manera efectiva.
A pesar de estar a la cola de las comunidades en cuanto a inversión por habitante en sanidad, lo cierto es que el presupuesto de Osakidetza sí que ha ido aumentando de forma gradual durante estos años, pero se ha priorizado siempre aquellas inversiones publicitariamente grandilocuentes: máquinas de diagnóstico de última generación, robots cirujanos, centros de investigación ultramodernos o edificios decorados a la última, que sólo son perfectos para sacarse una foto en la inauguración, en vez de aumentar el presupuesto, por ejemplo, en recursos humanos; en la plantilla de los centros de salud de barrio, en el refuerzo de las urgencias, en personal para la atención rural, entre otras muchas.
Hemos visto cómo se ha priorizado la inversión en la atención secundaria (especialistas y hospitales), en vez de en la atención primaria. En la enfermedad en vez de en la prevención y en la educación en salud. El propio modelo de organización en “OSIs” lo fomenta: las Organizaciones Sanitarias Integradas son “delegaciones” comarcales en las que un grupo de centros de atención primaria dependen de un hospital o centro de atención secundaria lo que conlleva un único presupuesto, sin partidas desglosadas, por ejemplo, para la atención primaria que se encuentra en claro desmantelamiento.
Más allá de este modelo de gestión caduco, el hiperconservadurismo presupuestario y el afán propagandístico hay una plaga que se está cebando con Osakidetza desde casi su nacimiento y puede acabar con ella hasta dejarla en algo testimonial. Estamos hablando del proceso paulatino de privatización tejido con una red clientelar de sagaces empresas afines al PNV haciéndose de oro a costa de las debilidades del sistema. Empezando por sacar a concurso la limpieza de los hospitales con el falso argumento de una mejora en la gestión, continuando con el servicio de uniformes, la comida hospitalaria, los servicios informáticos, etc. También, recientemente, se ha privatizado el servicio de ambulancias, el servicio de llamadas a emergencias, algunas operaciones, pruebas diagnósticas, y suma y sigue. Todo ello con procesos de adjudicación enrarecidos y opacos adornándolo con una verborrea empresarial de manual de la Comercial de Deusto, fieles seguidores del modelo de la sanidad madrileña (modelo Aguirre-Ayuso) y haciendo negocio con la salud y la enfermedad de todas y todos nosotros.
Mención especial, por llamativo, el deplorable trato que le dedica el departamento de Recursos Humanos de Osakidetza a la plantilla: las chapuzas en las OPEs (y los tongazos, que todo se termina sabiendo y denunciando), la temporalidad de un casi 40%, las horas extras encubiertas, los turnos de locura, la carga laboral imposible, etc.
El diagnóstico es evidente: es necesario un cambio en el Gobierno Vasco, un giro de timón en la gobernanza de nuestro país, desalojando a un PNV agarrado al sillón, incapaz de afrontar los retos del siglo XXI y cuyas recetas, más que ayudar a sanar, perjudican a la sociedad vasca.
Así, tenemos una Osakidetza con pronóstico reservado, con un futuro incierto pero pocas esperanzas de mejora si no cambiamos su tratamiento.
Artículo de la campaña de «Salvemos Osakidetza».