Es otoño y hace bastante calor para lo que dice el calendario. Será el cambio climático, pienso para mis adentros, apoyado contra una pared y en manga corta. Estoy esperando a Pastora Filigrana (Sevilla, 1981), que viene desde Sevilla para dar una charla. Viene, da la charla y al mediodía se vuelve a casa. Mañana tiene que trabajar en el sindicato. “No podía decir que no”, dice medio sonriente tras llegar a paso ligero. Tenemos media hora para la entrevista y ahora en vez de correr vuela. Es hipnótico escucharla. El discurso es unitario, pero llega a todas partes. Nadie queda atrás. La vida en el centro. Dice Pastora Filigrana que siempre podemos aprender de aquellas experiencias que han molestado al poder. Si el capitalismo nos quiere separados, unámonos. Si quiere que compitamos entre nosotras, pensemos en colectivo. Si queremos imaginar un mundo nuevo, empecemos por escuchar y leer a Pastora Filigrana.
Sindicalista, antirracista, gitana…etc. Diversas luchas y circunstancias han creado a Pastora Filigrana. ¿Qué te lleva a ti a todas estas luchas?
Yo empecé en la oficina de derechos sociales de Sevilla, que era una oficina autogestionada de asesoramiento a personas migrantes y precarias sobre vivienda. Después pasé al Sindicato Obrero del Campo y todo se entrecruzó. Yo no pretendía hacer interseccionalidad porque no sabía ni que existía pero así ocurrió. Me fue muy fácil pasar del antigitanismo y el antirracismo al tema de migración porque había muchos paralelismos. La política de extranjería aboca a la población migrante a muchas situaciones que yo ya estaba viendo en el polígono de las 3000 viviendas o en el sindicalismo del campo. Para mí luchas por los derechos sociales y el antirracismo y el feminismo han estado muy entrecruzados, porque la gente que más difícil lo tiene es la clase trabajadora migrante, racializada y gitana y dentro de esta clase la mujeres gitanas y las racializadas.
¿Cómo se atraviesan el antigitanismo y el feminismo? Qué particularidad adquieren estas luchas en Andalucía?
Yo llegué al andalucismo a través del Sindicato Obrero del Campo. Aprendí derecho laboral y sindical allí y eso me llevó a conocer algo que yo desconocía: la realidad rural del jornalero andaluz. Yo soy de Sevilla, nacida en Triana, un barrio muy humilde pero en la que el jornalero te queda lejos. Y es cuando empecé a ver la situación del campo cuando tomé mucha conciencia sobre el colonialismo sufrido por Andalucía. Es entonces cuando el andalucismo se convierte en una reivindicación de clase. Hablar de clases precarias en Andalucía es hablar de racialización, de pobreza; y hablar de feminización de la pobreza en Andalucía pasa por un problema estructural de una economía colonial que duele especialmente. Y es eso lo que pasa precisamente en el medio rural. Es muy difícil hacer una reivindicación anticapitalista en Andalucía sin todas estas transversalidades de la soberanía de la tierra y de la racialización y la feminización del trabajo más precario.
En tu libro, “El pueblo gitano contra el sistema-mundo”, nos cuentas que “la aniquilación de las estrategias culturales basadas en la autonomía productiva ha sido el epicentro de la legislación antigitana históricamente”. ¿Cómo se mantiene en pie un pueblo gitano en un neoliberalismo líquido en el que todo cambia tan rápido?
Yo no romantizo la realidad actual del pueblo gitano porque entendemos que el neoliberalismo no tiene un afuera y arrasa con toda forma de vida que mínimamente subvierte el orden individualista y la competición. Hoy en día el precio por mantener cierta autonomía y la deserción de esas formas de vida neoliberales, que es lo que la población gitana ha tenido durante 500 años, es mucho más alto. Se ha dado una aculturación del pueblo gitano en la que la cultura gitana y la cultura de la marginación se mezclan. Esto tiene que ver con esa parte mala del neoliberalismo, con esa bolsa de exclusión y pobre za que le toca ocupar a alguien y que históricamente le ha tocado al pueblo gitano.
Sin embargo, hay algo que se puede aprender del pueblo gitano, y es saber qué ha hecho el pueblo gitano que tanto ha molestado al poder. Lo que yo planteo en mi libro es que las estrategias culturales de resistencia del pueblo gitano en 500 años han mantenido una serie de valores no ideológicos sino vitales en contra de los valores capitalistas imperantes como el individualismo y la competición. La historia de resistencia del pueblo gitano es esa, el cómo sostener unos contravalores que te permitan mantener estrategias de cooperación y de autonomía en un mundo que pretende aniquilar esas formas de vida.
Yo estudié toda esa legislación antigitana que se dictó en lo que hoy es el Estado español y realmente lo que perseguían a sangre y fuego era la autonomía económica de la población gitana, ya que tenía que ser una mano de obra domesticada abocada a trabajar en los sectores laborales más precarios. El capitalismo desde el siglo XV ha necesitado una clase trabajadora atomizada y creo que el trabajo de plataforma precisamente lo que persigue es romper al máximo los vínculos de solidaridad, que es el mismo esquema que se siguió históricamente contra la población gitana.
¿Cómo se relaciona esto con el andalucismo y el feminismo andaluz y gitano que hemos mencionado antes? Para mí el andalucismo es un acto subversivo en sí. En el reparto de la tarta a Andalucía le toca poner la mano de obra barata, por lo que cualquier cohesión social que se enuncie en contra de ese destino económico es un acto de subversión y de transformación, precisamente porque el soberanismo no es otra cosa que defender que los recursos que tenemos son para la gente que habita un territorio y no para la acumulación de riqueza.
El feminismo gitano y el andaluz son diferentes pero son feminismos que se están anunciando desde realidades subalternas. Cualquier discurso enunciado desde la interseccionalidad en un contexto
de subalternidad se convierte en peligroso para el sistema y por tanto es un acto subversivo porque cualquier feminismo decolonial está señalando diferentes ejes de opresión que tiene que ver con la colonialidad o con el territorio y también con el género y la clase. Y seguramente esto sea un acto de empoderamiento frente a una ordenación de clase de la economía en tanto en cuanto molesta mu-
cho al estatus quo.
El pasado 30 de noviembre tuvimos aquí una huelga general feminista para pedir un sistema público de cuidados. ¿Alguna consideración sobre la huelga?
Pienso que fue un acierto estratégico convocar una huelga en estos términos. Me pareció muy inteligente. Hacer una huelga por un sistema público de cuidados es algo muy concreto y material que puede generar mucha adhesión y además desde muchos sectores diferentes. Tanto de la gente que trabaja en el sector de los cuidados como de las personas que necesitan cuidado para subsistir. No es contra el patriarcado en abstracto, es sobre un sistema público de cuidados, haciendo un llamamiento no solo a las trabajadoras del sector de los cuidados, sino a todas la personas que necesiten cualquier apoyo en torno a los cuidados. Esto es potente porque se permite generar alianzas más amplias.
¿Sigue siendo la huelga de parar la producción una herramienta eficaz para conseguir esto?
Sí, sin duda. Además, lo único que nos queda como clase trabajadora es ser capaces de parar la producción y el consumo. Por otro lado, en lo últimos años el mundo del trabajo y las relaciones laborales han cambiado vertiginosamente y han resultado en toda esta atomización y desregularización del trabajo y en una uberización de la economía donde el sector del cuidado ha estado siempre. Hay sectores que siempre han estado ahí, porque, ¿quién es la patronal cuando tú trabajas en una casa de interna? La pregunta es si la huelga en esos sectores desregularizados es una herramienta efectiva. En cómo construimos esa huelga cuando el modelo industrial ya no está vigente.
El intento de la huelga del 8M se convoca como una huelga sobre el cuidado. Es decir: si dejamos de cuidar se cae el mundo. Verónica Gago dice que la potencialidad de la huelga de cuidados es precisamente la capacidad que tiene de visibilizar que es imposible que se puedan dejar de lado los cuidados porque hay mucha gente que depende del sostenimiento de la vida misma. Entonces, esta huelga general de Euskal Herria me ha parecido más inteligente, porque se convocó de una manera que ha posibilitado ser más secundada que una huelga de cuidados propiamente dicha. La interseccionalidad fue clave a la hora de entender la huelga.
¿Compartes las tesis de interseccionalidad? O, haciendo de abogado del diablo, ¿crees que esta interseccionalidad puede diluir la lucha feminista en un crisol de luchas en el que la lucha feminista se diluya?
Yo nunca voy a creer que la interseccionalidad sea un peligro. Hablar de clase trabajadora precaria es hablar de racismo y de patriarcado. En el campo, uno de los sectores principales que sostiene la economía del Estado español y que aporta muchísimo al PIB, la mayor parte de la gente trabajadora es migrante. Cuando ves que todas las camareras de piso de este país son mujeres y además son las mujeres menos blancas, hablar de lucha de clases sin hacer una lectura de cómo operan el racismo y el patriarcado nos va a llevar a fallar.
La grandeza es ver cómo se articula un discurso que genere alianzas, porque la realidad ya te lo está diciendo clarísimo. No se puede hablar de anticapitalismo sin hablar de antirracismo y feminismo. Y sin una posición abiertamente anticapitalista es imposible confrontar el dispositivo de ordenación de la riqueza y trabajo que posibilita el capital. No puede haber un antirracismo amable, que no
confronte directamente contra los intereses del capital. E igual con el feminismo. No puede haber un feminismo liberal. El movimiento feminista afortunadamente lo ha trabajado más y ha desmontado esta falacia de feminismo que quiso anunciarse desde el capital.
Además de la interseccionalidad, también me gustaría hablar sobre las asimetrías. ¿Cómo conseguimos integrar sin asimilar todas las luchas que convergen en el feminismo? Volviendo al feminismo gitano, al antirracista o al andalucista, ¿cómo mantienen su independencia estas luchas dentro de esa lucha más amplia y que engloba al resto?
Veo la necesidad de buscar un paraguas aglutinador de malestares lo suficientemente potente para crear una lucha amplia. Aunque es cierto que el chantaje de la renta y el trabajo atraviesa a toda la clase trabajadora, las manifestaciones son diferentes. Hay diferentes niveles de asimetrías de dolor y eso no lo podemos obviar porque cuando queremos aglutinar todo eso bajo el mismo paraguas de clase obrera sin hablar de patriarcado, de racismo o de colonialidad, es la gente que está más fastidiada la que se está viendo negada. Cada lucha duele de una manera diferente cuando eres una mujer gitana que habita un barrio segregado, cuando eres una mujer marroquí que trabaja en el campo o cuando eres una mujer vasca con un contrato precario y eres madre soltera.
Tienen una misma causa pero sus manifestaciones son diferentes entonces la respuesta política que se va a dar desde cada dolor situado va a ser diferente y yo creo que eso es positivo. Partiendo
de aquí, lo interesante sería cómo unificar todas estas luchas para crear frentes amplios. Con esto que dices me viene a la mente esta analogía entre el pueblo gitano y el inmigrante y el tan manido discurso sobre la integración. Cómo el pueblo gitano se ha construido como el “otro”, ajeno a nosotros, pero dentro de casa.
Este es un discurso muy pensado y orquestado desde el neoliberalismo y la ultraderecha. El poder económico pretende que no se señale el hilo que une el malestar social y los intereses del capital. Una estrategia histórica que siempre funciona es enfrentar a la gente que lo está pasando mal. Dar un poco más a uno y un poco menos a otro y mantener bien las tensiones para que se identifique el problema hacia abajo y no hacia arriba. En un mundo racista que ordena la gente según lo cerca o lejos estés de un umbral de blanquitud y occidentalidad, es lógico pensar que este último escalón siempre le va a tocar a la gente que más lejos está de ese ideal.
¿Cómo integramos de manera efectiva, es decir, sin asimilar?
Adoptar valores de las sociedades occidentales blancas, para poder ser sujetos de pleno derecho: este ha sido el mantra de la integración. El objetivo de todas estas normativas antigitanas que se dictaban era exactamente lo mismo. Dejar de ser, asimilar la forma de la cultura hegemónica para poder ser reconocido como sujeto de derecho.
Entonces, la palabra interculturalidad puede ser más acertada siempre que se tenga en cuenta que no es simplemente la convivencia en el espacio social de diferentes culturas, sino de diferentes cultura jerarquizadas y atravesadas por desigualdades materiales importantes. El objetivo es este, cómo garantizamos un acceso igualitario a los derechos y a todas las personas por el hecho de ser humanas, una idea radical de la universalidad de los derechos humanos, sin estar condicionado a que tenga que habitarse el cuerpo adecuado, y sin que se tengan que practicar unos valores de la cultura hegemónica, Yo creo que el reto está por ahí, cómo se ponen en práctica políticas públicas que garanticen la igualdad de derechos, la igualdad en cuanto sujetos de derechos sin estar esto
condicionado por ninguna cuestión de género, raza, clase o cultura.
Hemos hablado de lucha de clases, feminista, feminismo gitano y antirracista, anticapitalismo y sobre interseccionalidad, pero también sobre precariedad, atomización o racismo. En un mundo lleno de luchas y de fragmentación de la clase obrera, ¿cómo construimos desde lo fragmentado?
Hay un gran trecho entre abogar por una lucha incluyente y ponerla en práctica. Porque no es solo que la realidad social está fragmentada en base al género, la clase o la raza, sino que está estratificada, es decir, que hay jerarquía entre estas divisiones y esto es lo que nos lo pone muy difícil. Para que las mujeres de Europa hayan podido acceder al mercado laboral y salir del ámbito doméstico, tuvieron que venir mujeres del otro lado del mundo a hacerse cargo de manera muy barata de los trabajos reproductivos que quedaban sin cubrir. Entonces, el ascenso en derechos de las mujeres occidentales ha pasado por la precarización de las vidas de mujeres en Latinoamérica, por ejemplo. La realidad es que detrás de muchos dolores, aunque los golpes son diferentes, hay una misma causa, que es el capitalismo, el patriarcado y el racismo. Sin embargo, las realidades se perciben muy diferentes.
¿Cómo se actúa desde los sectores que están en una situación más cómoda materialmente para mantener la idea de la huelga pero sin cerrar ese diálogo con otros colectivos que verdaderamente no pueden materialmente sumarse a una huelga general? Ahí está el quid de la cuestión, en esa generosidad política a la hora de abrir estos diálogos desde las personas que en un conflicto estén en una situación de mayor
ventaja social.
¿Cómo ayudamos a esto desde la izquierda, y también desde partidos como Alternatiba?
Nos tenemos que creer verdaderamente que estamos enfrentando un sistema que imbrica diferentes sistemas de opresión y que el racismo, el machismo y el patriarcado, forman parte intrínseca del
modelo de ordenación del trabajo y la riqueza en el mundo. Por ejemplo, no podemos hablar de la lucha por la mejora del convenio del campo en un sector altamente racializado si antes no se está consiguiendo la regularización de las personas migrantes, que es lo que va a posibilitar que no sean mano de obra barata. No vamos a poder avanzar en derechos sociales si no hacemos frente a las desigualdades sociales que impiden luchas amplias. Y hay que atender estas desigualdades como parte estructural de la lucha.
Esta atención a la fragmentación, que la patronal conoce y usa para frenar luchas sindicales, es una de las cuestiones que primeramente tenemos que afrontar de verdad desde una izquierda que pretenda ser revolucionaria y transformadora.