Cuando hablamos de transfobia no puede entenderse únicamente como una cuestión de odio individual; también debe ser analizada dentro de una estructura más profunda de colonialismo, epistemología hegemónica y control de los cuerpos. Desde esta perspectiva, la transfobia constituye una manifestación de racismo epistémico: el silenciamiento, la invalidación y la destrucción sistemática de otros modos de conocer, vivir y experimentar el género, sobre todo aquellos que existen fuera de la matriz binaria impuesta por Occidente.
Antes de la colonización, muchas culturas indígenas en Abya Yala, África, Asia y Oceanía reconocían identidades de género diversas más allá del binarismo hombre-mujer. En comunidades como los muxes zapotecas, los nadleehi navajo o los hijras del sur de Asia, el género era concebido como una experiencia relacional y fluida. Sin embargo, la expansión colonial europea impuso no solo sistemas políticos y económicos extractivistas, sino también un ideal del ser humano centrada en la dicotomía binaria de género, alineada con el modelo heterosexual, patriarcal y cristiano
Cuestionar la transfobia es también cuestionar ese sistema colonial que quiere controlar nuestras formas de ser y sentir. Defender a las personas trans no es solo un acto de justicia, sino también una forma de abrirnos a descolonizar nuestra mente y de recuperar las realidades que el colonialismo intentó borrar.
Entender esto es vital en la visualización de un mundo justo, en el que se tiene como eje una perspectiva interseccional.