Hoy es el día…

Plumanegra

De las cuestionadas, de las osadas que cuestionaron, de las que cuestionan.

De las perdidas, las que no encontraron el placer en lo ordinario. Las que se pierden, se perdieron, nos perdimos, para no perdernos.

De las que optan por habitar y no por ser habitadas. De las que prefieren desear, en lugar de ser deseadas.

De las que van y vienen, las que se tropiezan, se rompen… Las que no controlan, su espacio, su tamaño, su camino. De las descontroladas, las rotas.

De las que lastiman, las que dan lástima, las lastimadas.

De las violentas, las que alguien antes violentó, las que descubrieron que negar su violencia las esclaviza, las asesina.

Hoy es el día de las que nos negamos a consumir nuestros días en la normalidad sórdida, en el trastorno de la adaptación, en la adecuación, en la quietud de su paz, esa que resulta nuestra guerra.

Hoy es el día de las que somos dueñas de nuestros días.

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Puta vida

Luis Salgado – Alternatiba

Cantaban los Ilegales, en un himno ochentero, que “el mundo es basura, pero me gusta estar vivo.” Creo que pocas frases-versos-versículos me habré repetido en tantas ocasiones a lo  largo de mi vida. Y es que la vida es dura. Se nos hace corta al mirar al pasado, pero son muchos momentos en los que parece ralentizarse, parece no avanzar, no llegar. Cuánto tarda la mayoría de edad, y qué decepción al llegar y ver que poco o nada cambia en nuestra vida, y lo que lo hace, generalmente, va a peor.
 
Sí, hoy me levanto pesimista, que es lo que viene a ser un optimista informado. Es lo que tiene cuestionarte y cuestionarlo todo. No devorar nuestra opinión en la prensa. Plantearte siempre, como previa, que estás equivocado y después razonarlo, sentir las cadenas de Rosa Luxemburgo, y no cejar en romperlas. No creer en verdades absolutas  que nos llevan irremediablemente a la divinidad, ya sea de un Dios material (dinero), o uno espiritual. Pero es cansado. Ser responsables de nuestros actos es muy exigente, es más fácil delegar, que sean otros los que nos dirijan, que sean otros los responsables, que sean otros los otros.
 
Así se entiende que muchos hombres no se sientan interpelados como hombres cuando sus congéneres actúan como manada depredadora. Es más fácil pensar que son los demás. Tampoco son mejores quienes los lapidan desde el margen, creyéndose libres de pecado. Yo soy culpable, de ese y de otros crímenes. Porque en algún momento he sido manada, porque seguramente, aunque sin ser consciente, hoy mismo sea manada. Porque he callado. Porque no he hecho lo suficiente. Porque en mi nombre se viola, se asesina, se esclaviza, y aunque yo no lo haga directamente, lo permito. Porque aquella vez que oí una discusión, callé. Porque cuando vi a aquel grupo de “calvos” amedrentar en un metro, callé. Porque cuando el fascismo, el machismo, el racismo, el clasismo… etc. se hace fuerte en las instituciones, me conformo con una papeleta.

Puta vida, ésta que nos ha tocado vivir. Puta vida, la que queremos vivir. Puta vida, la que sobrevivimos. Puta vida, pensar que estás debajo de una bota y saber que bajo la tuya hay más vidas que desearían estar cómo tú.

Del blog de Luis Salgado El Mundo Imperfecto

Fatuarte: «Nos queremos libres, nos queremos vivas»

Como los puntos que hoy presiden las entradas de tantos y tantos edificios, las secuelas también son moradas. Porque tras los golpes rara vez se termina el dolor. Las secuelas son, quizá, ojos amoratados y labios hinchados. Pero también son las órdenes de alejamiento y pulseras cuyos pitidos nos recuerdan que la amenaza no cesa tras los golpes.

Las secuelas son, tal vez, el llanto y el miedo. Pero lo son también la doble victimización en las salas frías donde hay que desnudar el dolor mientras otros los pondrán en duda, lo cuestionarán e incluso los desmentirán. ¿Cerró las piernas? ¿Cómo pudo bajarle unos pantalones tan ceñidos? ¿Se negó con claridad? ¿Sonrió al día siguiente? ¿Consintió?

Su inocencia se presupone, tu mentira tambíen. Salvaguarda frente a la histeria, la exageración, el celo, la locura… Porque todo agresor es inocente, e incluso víctima, hasta que se demuestra que la agredida lo es. Que puso la otra mejilla, que denunció (porque no denunciar es, para la caverna, culpa de la víctima), que se negó alto y claro, que cerró las piernas y que vivió amargada por las secuelas hasta el fin de sus días. Garantías procesales lo llaman.

Las secuelas son, acaso, un desgarro físico y emocional que jamás suturará. Pero lo son también las portadas sensacionalistas y la equidistancia de una sociedad que sigue sin asumir como propia la responsabilidad del reguero de la sangre, también morada, que emana de la mitad de su población.

Las secuelas son, a menudo, el sometimiento, la humillación, la explotación, la violación y el asesinato. Pero también lo son los lamentos, los compromisos vacíos y los puntos morados como única respuesta a las agresiones.

Por un mañana sin miedo, sin dobles juicios ni sometimientos. Por una sociedad que será necesariamente feminista, porque de lo contrario, será cómplice de amenaza y de asesinato.

Nos queremos libres, nos queremos vivas.

Gora emakumon borroka.

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